10
momentos de nuestra vida en los que la misericordia de Dios nos sorprende
Nory Camargo
Con el ánimo de aprovechar este año de gracia que nuestra madre Iglesia nos ofrece, , hemos traído para ti 10 ejemplos de la misericordia de Dios en nuestro diario vivir. Si mencionamos todas las veces donde la ternura y la acción de Dios está presente, la lista sería demasiado larga y la longitud variaría de acuerdo a la experiencia de cada uno. Sin embargo, esperamos que te sientas identificado con alguna de ellas. ¡Comparte con tus amigos!
1. Cuando nos sentimos abatidos por la
tristeza
© Sara Björk/Flickr
La tristeza puede llegar en cualquier momento de la vida. Las formas en
las que se reacciona frente a ella varían de acuerdo a la edad y la situación
en la que nos encontremos. Seguramente nadie se salvará de sentirse triste en
algún punto de su vida, pero lo que sí es seguro es que Dios
no es indiferente a nuestro dolor. Él, al igual que un
padre o una madre, se preocupa por sus hijos y se manifiesta a través de otras
personas para hacernos sentir mejor. El dolor en ocasiones nos convierte en
ciegos renegadores de Dios y no nos permite ver que hay muchas situaciones de
nuestra vida que están llenas de la misericordia y el consuelo de Dios. En
ocasiones nos sentimos agotados y tendemos a perder la esperanza, creemos que
los problemas no tienen solución o que simplemente nada será suficiente para
que volvamos a recobrar la felicidad. En esos momentos es importante tener en
cuenta que Dios no nos da la espalda, no nos abandona, no flaquea como lo
hacemos nosotros, Él es firme en sus promesas. «Bienaventurados los que lloran,
pues ellos serán consolados» (Mateo 5, 4).
2. Cuando cometemos un pecado
©Send me adrift./Flickr
Imaginemos que somos un vaso con agua pura. A medida que pecamos el agua
se turbia y se vuelve negra, ya no somos nosotros, es el pecado quien habita en
nuestro corazón. La
misericordia de Dios nos brinda la oportunidad de volver a ser esa agua pura y
transparente, todos los días y casi a cualquier hora. La
confesión es el sacramento divino que Dios nos ha otorgado para redimir
nuestros pecados, para descargar todo el peso que llevamos a cuestas, es la
oportunidad perfecta para volver a empezar. Acudir a este sacramento no es
signo de debilidad, como muchos suelen pensar, al contrario, nos hace más
fuertes pues tenemos el valor de reconocernos débiles
y pecadores, con sed y hambre de Dios. A nadie le gusta hacer una lista de
debilidades y errores, para nadie es fácil tener que decirlos en voz alta, pero
es el medio más efectivo para estar en verdadera paz con Dios y con nosotros
mismos. Es casi como darnos un buen duchazo: entramos al confesionario sucios
hasta la coronilla y salimos de él limpios y relucientes. Enfrentar
nuestros pecados no es fácil, pero es la única manera de aceptar la ayuda de
Dios. En medio de nuestra miseria es cuando más se manifiesta la misericordia
de Dios por el arrepentimiento y la necesidad de volver a la casa del Padre.
3. Cuando Dios nos da la oportunidad de
recuperarnos de alguna enfermedad
Podemos ser nosotros mismos quienes en este preciso momento padezcamos alguna grave enfermedad, pueden ser nuestros familiares o amigos. Es un tema muy difícil y doloroso. Frente a él es importante recordar que Dios en su insondable misericordia nos da dos oportunidades.
La primera es la de ser testimonio de fe y valentía enfrentando nuestra enfermedad como medio de purificación y no haciendo de ella una carga sino un ejemplo de vida. Muchos santos ofrecían sus dolores a Dios e intentaban hacer de su vida un verdadero testimonio de entrega y amor.
La otra oportunidad es la cura. La cura por la cual rezamos todos, cuando milagrosamente Dios posa su misericordia en nosotros y nos susurra al oído: "levántate y anda" (Juan 11, 1-43). La enfermedad puede acompañarnos desde el nacimiento, puede aparecer en plena juventud o visitarnos cuando ya no nos quedan tantas fuerzas, en cualquier etapa de la vida la misericordia de Dios se puede manifestar: el milagro puede ocurrir en un recién nacido, en un niño con leucemia, en un joven o en un anciano. A nadie se le da un manual para enfrentar la enfermedad, pero a todos se nos da la oportunidad de acudir a la misericordia de Dios. Aceptarla es otro reto. Algunos pensarán "pero, ¿quién no quiere la misericordia de Dios?". Como seres humanos nos cuesta aceptar nuestra fragilidad y la necesidad de ser ayudados, podemos llegar aun estado de negación y tomar la actitud errada de sentir que Dios juega con nuestros sentimientos en circunstancias como estas que prueban realmente nuestra fe. La enfermedad puede ser ese empujón que necesitábamos para llegar a ser más fuertes y darnos cuenta de lo que somos capaces de lograr.
4. Cuando nos rompen el corazón
© Nomaan Ahgharian/Flickr
Una y mil veces podrán rompernos el corazón y no me refiero solo a lo que
ocurre en un noviazgo, puede ser un hijo, un padre, un hermano o un amigo el
que nos rompa el corazón. Cada vez que siento estar «destrozada» pienso cuán
destrozado ha de estar el Corazón de nuestro Dios, que lo dio todo por nosotros
y aun así cada vez que pecamos lo volvemos a clavar en la Cruz. Es un muy pero
muy buen ejercicio: sentiremos que nuestro corazón roto no es nada comparado
con el de nuestro Señor. Pero ¿adivinen qué? Él nos ama tanto que incluso ante
nuestras pataletas de corazones rotos siente compasión, nos consuela en
silencio, nos brinda calma y nos pone en el camino de otras personas que pueden
remendarnos el corazón. Lo que nos hace falta es estar en contacto con nuestros
vecinos, con los más necesitados, para darnos cuenta de cuál puede llegar
a ser un verdadero sufrimiento. Es verdad que nuestro dolor es real y no
podemos minimizar su dramatismo en nuestra vida, pero cuando nos sentimos
lastimados tendemos a tomarnos todo muy personal: las miradas de las personas,
los comentarios o las actitudes, y esperamos que todos sientan compasión de
nuestro dolor, que todos estén de nuestro lado. Dios claramente estará junto
a nosotros durante el dolor que experimentamos pero gracias a su misericordia
podemos descubrir que no somos los únicos. El error que
cometemos consiste en pensar que la misericordia de Dios solo se puede
manifestar mágicamente con resultados positivos. La verdad es que ante un
corazón roto Dios podrá poner junto a nosotros uno de verdad, un corazón que en
realidad esté roto por el dolor y el sufrimiento, y es allí donde entenderemos
que hemos sido afortunados y que además estamos en capacidad de ayudar a otros
cuyo dolor no alcanzamos a imaginar.
5. Cuando logramos perdonar
© Ian Fearing/Flickr
¡Cuán difícil es, cuánto cuesta perdonar lo “imperdonable”! A mí me falta
mucho, pero mucho, para perdonar del todo y puede que a ti también. Es normal,
somos seres humanos y algunas cosas nos cuestan demasiado, pero he llegado a
entender que el verdadero perdón solo proviene de Dios, de su misericordia. Por
nuestras propias fuerzas somos incapaces de perdonar algunas faltas: abandono,
infidelidad, asesinato, violación, aborto, etc., Cuando se sientan incapaces de
perdonar a alguien (como me pasa a mí), déjenselo a Dios, pídanle: Señor,
Tú bien sabes cuánto dolor me causó esta persona, sabes también que soy incapaz
de perdonar aunque lo intente, por eso recurro a Ti, llena Señor mi corazón de
tu misericordia porque no puedo hacerlo yo solo. Ya verás como
con el tiempo sientes que el rencor se aleja y el perdón se acerca más. El caso
de cada uno es distinto, pero cuando una persona no ha perdonado se puede
identificar con los siguientes síntomas: rabia, resentimiento, deseos de
venganza, pensamientos negativos hacia las otras personas, depresión, incomprensión,
ansiedad e incluso odio. Si vino a tu mente una persona al leer alguno de estos
síntomas es porque todavía no la has perdonado. Cuando no se ha estado en los
zapatos del otro es muy difícil entender las barreras que le impiden a esa
persona llegar al perdón. Por eso, cuando hables con alguien a quien le cueste
mucho perdonar no te conviertas en un sabelotodo, no critiques, no juzgues,
pues solo Dios sabe plenamente qué pasos debe seguir esa persona para llegar al
perdón, si es que en realidad lo quiere.
6. Cuando nos experimentamos amados de
nuevo
© clappstar/Flickr
La soledad se aloja en millones de corazones y a veces no somos capaces de
darnos cuenta de que las personas más cercanas a nuestras vidas necesitan amor.
Dios es el único que se percata de cada sentimiento que hay en nuestro interior
y así mismo se encarga de poner en nuestro camino a las personas indicadas que
puedan hacernos sentir amados de nuevo, pero todo a su tiempo. Tenemos a un
Dios que todo lo puede, que todo lo ve y que también escucha nuestras
plegarias, lo que tenemos que entender es que así como su misericordia es
infinita también lo es su paciencia. Porque ¡vaya que hay algunos (me incluyo)
que somos acelerados e impacientes! Todos queremos sentirnos amados,
absolutamente todos, pero muchas veces nos olvidamos de que ya lo somos. ¿Qué
pasaría si cada ser humano sobre la faz de la tierra se sintiera verdaderamente
amado por Dios? No olvidemos a qué fuimos llamados y
que nuestra existencia es valiosa. Lo bello de todo esto es que por
misericordia de Dios cada día puede ser una aventura, cada día puede
convertirse en el día en que creímos que nada iba suceder pero todo sucedió.
Por misericordia de Dios encontramos el amor una y otra vez y por su
misericordia también imploramos ser amados en el silencio de nuestro interior.
7. Cuando logramos alcanzar una meta
Todas nuestras metas cumplidas sólo se alcanzan por la misericordia de Dios, que nos da las fuerzas para luchar, para perseverar, para sacrificarnos, para caernos y volvernos a levantar.
Recordemos que somos hijos de Dios, no somos cualquier cosa lanzada al azar a este mundo. No nos olvidemos de Dios cuando estemos en la cima, pues es Él el único que ha hecho posibles las cosas. Cuando la emoción por un logro nos invade, pocas veces nuestro primer pensamiento es para Dios. Si dejáramos que fuera Él quien dirija nuestra vida, todo sería distinto.
No nos acostumbremos a estar en nuestra zona de confort en la que todo se da, todo viene y todo va, pero a nuestro modo y no al de Dios. No nos olvidemos de hacer nuestros planes con Dios, contarle nuestros sueños y susurrarle nuestros deseos. Él escucha pero no actúa según nuestros planes o nuestro reloj, actúa según su voluntad y su tiempo, pues el tiempo de Dios es perfecto al igual que la dosis de misericordia que recibimos para poder alcanzar nuestras metas.
8. Cuando ocurre lo imposible
© Mary Anne Morgan/Flickr
Nuestras plegarias han sido escuchadas, ese ser querido que había partido
hace ya mucho tiempo, vuelve; la conversión de un familiar o amigo ocurre; la
noticia de un embarazo que parecía inalcanzable se anuncia. Miles y miles de
milagros ocurren a diario y algunos son tan pequeños e insignificantes que no
les damos importancia: la lluvia, que vuelve tras una intensa sequía, los
cultivos que dan cosecha, el árbol que nos da sombra, el agua y la luz que
llegan. Lo
imposible ocurre cada minuto por misericordia de Dios para su pueblo. Todo
es obra del Dios que nada olvida, del Dios que riega la tierra como su propio
jardín, del Dios que permite que esa agua les dé de beber a los cultivos o
al ganado. El aire que respiramos, el alimento que llega a nuestra mesa, las
comodidades del hogar y la compañía de nuestros amigos y seres queridos… El
secreto está en descubrir que hasta la oruga que se convierte en mariposa o la
mujer “estéril” que concibe un hijo son un milagro, que por misericordia de
Dios, ocurren día a día.
9. Cuando somos capaces de ayudar a los demás
No hay satisfacción más grande que la de dar. Sentirnos útiles es muy importante, no importa la edad, ayudar a los demás nos hace mejores seres humanos y nos permite contemplar el mundo con otros ojos. Sé que muchas veces te preguntas "¿pero si no tengo dinero cómo puedo ayudar?".
Lo puedes hacer de infinitas maneras, ofreciéndote como voluntario/a en una fundación, enseñándole a leer a comunidades que no tienen acceso a la educación, cargando los paquetes de la ancianita cascarrabias, enseñándoles a bailar a los abuelos, uniéndote a una campaña por la vida o siendo el vocero que permita recaudar fondos para ofrecer un desayuno o un almuerzo a las personas de la calle. Esa inexplicable sensación que sentimos al dar es como una bomba de amor, gratitud y compasión que estalla en nuestro interior y tranforma nuestras vidas para siempre. Esa es la misericordia de Dios, insondable, infinita y transformadora.
10. Cuando nos descubrimos hijos de María
¡Madre mía de mi alma! ¿Qué más regalo? ¿Quién puede ser más afortunado? Por misericordia de Dios, tenemos a la mejor de las madres, a la más hermosa, la mujer elegida por Dios Padre para traer al mundo la salvación. Nuestra Madre querida no despega los ojos de sus ovejas, nos consuela, nos escucha, nos abraza, intercede por nosotros ante el Padre e incluso nos saca del purgatorio. ¡Qué maravilla! ¡Qué misericordia más infinita! Dios pudo haber enviado a su Hijo solo, pero quiso demostrarnos que María era el perfecto ejemplo de Hija, Esposa, Madre y Amiga, Dios nos amó tanto que nos hizo merecedores de tan grandiosa mujer, de la única que vivió en carne propia el dolor más inimaginable del mundo.
Si pensamos en cualquier sufrimiento nos daremos cuenta de que nuestra madre, María Santísima, también lo padeció:
*María concibió antes del matrimonio y fue rechazada y expulsada de su territorio.
* Le negaron posada la noche en que daría a luz.
* Quedó viuda, pues José murió antes de la crucifixión de Jesús.
* Y vio morir a su Hijo de la manera más desgarradora que podrá existir en la historia.
Ella más que nadie conoce nuestro dolor, hemos sido llamados a ser sus hijos sólo por misericordia pues, ¿qué mejor amor que el de María?
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