"Ventana abierta"
Texto completo. Mensaje Pascual
del Papa Francisco y Bendición "Urbi et Orbi" 2016
Mensaje Pascual del Papa Francisco
«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su
misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en
cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el
Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La
misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos
confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros
hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al
vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una
infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su
amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir
avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está
aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se
ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el
llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus
discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame,
nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de
ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los
encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la
violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el
espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre
delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de
conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas
indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida
Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de
destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración
de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las
conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de
todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad
fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que
el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del
sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo
entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio
Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo,
que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes
y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el
compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz
justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de
la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la
guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda
humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su
resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua
nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de
violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del
mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía,
Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento
de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en
Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur,
lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor;
su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para
todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo
venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los
que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del
bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se
promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto
recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de
los ciudadanos.
El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que
reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las
mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más
grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la
guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas
nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo
caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita
de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la
persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y
proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia,
especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos
étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de
tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por
una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza.
Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio
climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las
consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.
Con
nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre
de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas,
volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo
he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria,
porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer
la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la
libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la
oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él:
¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).
A
quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir,
a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes
a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras
del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo
le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este
mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor
vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.
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