"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
EL PADRE, NOS HA DADO SU PALABRA
1 Puesto que muchos
han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre
nosotros,
2 tal como nos las han
transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de
la Palabra,
3 he decidido yo también,
después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes,
escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo,
4 para que conozcas la solidez
de las enseñanzas que has recibido.
14 Jesús volvió a Galilea por la
fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región.
15 El iba enseñando en
sus sinagogas, alabado por todos.
16 Vino a Nazaret,
donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de
sábado, y se levantó para hacer la lectura.
17 Le entregaron el
volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde
estaba escrito:
18 El Espíritu del
Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
19 y proclamar un año de gracia
del Señor.
20 Enrollando el
volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos
estaban fijos en él.
21 Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy. » (Lc. 1,1-4; 4, 14-21)
El Padre nos ha
dado a su Hijo Jesús, su Palabra, para que nos
gocemos con Ella, así como Él es el gozo del Padre en
el Seno Trinitario. Sólo fue el amor que Dios nos
tiene el que le obligó a esta entrega. Y Él sabía
que esto comportaba un gran riesgo. Porque las donaciones de
cada Persona en la Trinidad son perfectas, porque no hay
en Ellos la menor sombra de imperfección o defecto. Dios es Dios
en cada Persona y todo se consuma en verse y amarse cada una en
la Otra. ¡Es un éxtasis de amor inconmensurable!
¿Y nosotros? Pues estamos
a años luz de estas donaciones divinas. ¡Pero, aun así, es Dios
mismo el que nos invita a entrar en esta su intimidad! Y para
ello, nos ha sellado con su gracia en el bautismo y, desde
entonces, podemos llamar a Dios: “¡Padre!, ¡Papá!”. Pues
somos sus hijos adoptivos en su Hijo Jesús. Este privilegio ni lo
hemos nosotros imaginado ni pedido porque
escapa a todas nuestras ideas y deseos, pero el amor
de Dios es difusivo y por naturaleza no puede quedar encerrado en sí
mismo: se expande maravillosamente en todo lo que ha creado y sobre todo en el
hombre, hecho a su imagen y semejanza: el único ser que habla y puede reír
y desear y pensar y amar. ¡Qué grande es
tu Sabiduría, oh Dios, te complaces en la obra de tus manos
que, siendo fuertes y poderosas, son también delicadas y tiernas para crear
seres tan frágiles y pequeños, pero también amados por tu Corazón!
Y todo este Misterio
de Amor, es el que Jesús quería transmitir y dar a
contemplar a sus paisanos en Nazaret cuando hizo suyas
las palabras de Isaías que llevaban tanta promesa de
amor: “el Espíritu del Señor está sobre
mí, porque Él me ha ungido”... “Proclamo el año de
gracia del Señor”... “Pues, hoy se ha cumplido
esta Escritura que acabáis de oír”. “Yo, Yo Soy el que
esperáis, que trae un cielo nuevo y una tierra nueva”.
Pero no le escucharon.
Nosotros somos también hijos de esta promesa
y ¡aunque ellos no, nosotros sí!, porque los planes de Dios
nunca caen en el vacío, sino que siempre se cumplen en corazones que
lo escuchan y se adhieren a su Palabra. Dios es quien nos ha
dado esta gracia y nosotros queremos serle fieles, hijos
obedientes a Nuestro Padre-Dios que nos
ama, más que nosotros a nosotros mismos. ¡Qué gran
confianza y descanso nos da el estar y abandonarnos en Jesús para que nos lleve
a donde ÉI quiera, pues todo lo que Dios hace es bueno!
Jesús va delante de nosotros en la confianza y el abandono en su Padre-Dios, pues ¿hubo nunca bajo el cielo una obediencia tan amorosa y tan total como la que el Hijo tuvo al Padre? Por esto, cerremos los ojos y dejémosle hacer como quiera en nosotros y cuando quiera. ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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