"Ventana abierta"
Aire fresco en el Vaticano
Nadie puede detener la primavera
El Papa Francisco, junto a una ventana en su apartamento privado. REUTERS
El Papa avanza en su proyecto de convertir la Iglesia en un
'hospital de campaña'
Hace una semana recibió a un transexual español
JOSÉ MANUEL VIDAL Especial para EL
MUNDO Madrid
Actualizado: 02/02/2015
Nunca un Papa se
había atrevido a tanto. Pero Fancisco ya nos tiene acostumbrados a gestos
inéditos y llamativos. Aun así, la noticia dio la vuelta al mundo.
El pasado
sábado, 24 de enero, recibía a un transexual español, Diego
Neria, de 48 años, y a su novia, Macarena. Le abrazaba y le
decía: "Dios quiere a todos sus hijos, estén como estén, y tú eres hijo de
Dios y por eso la Iglesia te
quiere y te acepta como eres. ¡Claro que eres hijo de la Iglesia!". Y los
tres se fundieron en un abrazo, sin que Diego pudiese reprimir las lágrimas. Y
las dejó correr a gusto, sabiendo que, en su reciente viaje a Filipinas, el
Papa había proclamado la teología de las lágrimas: "Hay que saber
llorar".
Emocionado, Diego, católico
practicante, sentía, vivía y experimentaba otra Iglesia, la Iglesia "casa
abierta para todos" del Papa Francisco. Esa misma Iglesia samaritana con
la que se había topado en la persona de su obispo, el titular de Plasencia, Amadeo Rodríguez,
que hizo llegar su carta al Papa y le ayudó, incluso económicamente, a realizar
el sueño de visitarlo.
No se sabe mucho de la
conversación que Diego y su futura mujer mantuvieron con el Papa. Eso permanece
en el secreto del fuero interno. Lo que sí se sabe es que Francisco actuó, una
vez más, de suministrador del bálsamo de la aceptación y del consuelo.
Una transformación
El Papa quiere
transformar la Iglesia. Hacerla pasar de "aduana" a "hospital de
campaña". De roca fuerte y poderosa a madre de manos humildes y
acogedoras. Para que se convierta en el asilo y en el refugio de todos los
heridos del mundo. De todos los machacados por la sociedad y por la propia
institución eclesial. La Iglesia "no es de las élites" eclesiásticas,
repetía anteayer. Los preferidos en ella son los últimos, los que menos
cuentan. Diego, el transexual, es un caso clamoroso. Pero lo mismo podría decirse
de los gays o de los divorciados vueltos a casar o de las madres solteras.
Porque este Papa consolador,
que siempre predica con el ejemplo, ha mantenido ya gestos especiales con
personas pertenecientes a todos estos colectivos marginados en la propia
Iglesia. Llamó a un homosexual francés para animarle a sentirse querido por
Dios, y, en el vuelo de regreso de Brasil, cuando le preguntaron por la
cuestión gay, contestó aquello ya famoso de “¿quién soy yo para juzgarlos?”. Y
añadía: "Las personas homosexuales tienen que ser respetadas,
independientemente de su tendencia sexual".
En el mes de abril de 2014,
Francisco llamó por teléfono a Jaquelina
Lisbona, una divorciada argentina casada en segundas nupcias
con un hombre también divorciado, que le había escrito porque su párroco se negaba
a darle la comunión. "El divorciado que comulga no está haciendo nada
malo", le dijo el Papa. En agosto llamó a un joven de Granada que le
había relatado por carta los abusos que sufrió por parte de varios curas
del clan de los Romanes y le pidió perdón.
Otras veces no son llamadas,
sino hechos. Por ejemplo, el pasado 13 de enero el Papa bautizó en la Capilla Sixtina a
32 niños, entre ellos a Giulia,
de siete meses e hija de una pareja italiana casada sólo por lo civil, y al
hijo de una madre soltera.
La pastoral de los “irregulares”
Es la pastoral de los irregulares, de los
que, oficialmente, hasta ahora la doctrina y la praxis de la Iglesia condenaba
y marginaba: transexuales, homosexuales, divorciados, madres solteras o parejas
de hecho.
Es una pastoral realizada por
el Papa en primera persona. Una pastoral de la que se da a conocer el hecho (la
acogida a las
ovejas descarriadas), pero sin fotos comprometedoras y sin las
palabras del Papa. Una forma sutil, fina y típicamente jesuítica de lanzar
mensajes sin comprometer la autoridad papal ni la doctrina de la Iglesia.
Lógicamente, estos gestos osados del
Papa preocupan y hasta indignan a los sectores más conservadores de la Curia
romana y de la Iglesia, especialmente preocupados por la doctrina. Les duele en
el alma que el Papa les cambie el paradigma. Porque, para Francisco, primero es
el Evangelio de la misericordia y, después, sólo después, la doctrina. Pero no
pueden protestar, porque los gestos no menoscaban la doctrina.
Eso sí, gestos y llamadas
mandan potentes señales hacia la sociedad en general, y hacia la mayoría del
pueblo de Dios, en particular. Con ellos, el Papa está diciendo a la gente,
incluso a los más alejados, que la Iglesia está cambiando. Que, en su
primavera, lo primordial es la misericordia. Que la suya es una revolución de la ternura.
De ahí que, en menos de dos años, se haya ganado el favor y el fervor popular,
incluso de los no creyentes.
Cisma silencioso
Consciente de que
tiene una misión providencial que cumplir en pocos años, en Y lo que para él es
más urgente, despertar al pueblo de Dios. Sumar a su causa a los millones de
creyentes sumidos, desde hace años, en el llamado cisma silencioso: no viven en
sus vidas la doctrina eclesial, sobre todo en lo que se refiere a la moral
sexual. Francisco quiere que el pueblo le ayude a pasar de la moral del semáforo (del no, del todo es
pecado), a la de la
brújula o el faro. Hay un ideal moral, que se puede alcanzar o no,
pero siempre en proceso, en camino y sin dejar en la cuneta a los que, por
imposibilidad o debilidad, no lo consiguen.
Francisco sabe que, sin un
cambio radical en la moral sexual, la Iglesia se desconecta con sus bases y, lo
que es peor, no sintoniza con las nuevas generaciones. Y sin jóvenes, no hay
futuro posible. ¿Cómo exigir castidad perfecta a una pareja que tiene un
proyecto de vida en común estable, pero que por las circunstancias económicas
no puede casarse hasta pasados los 30? ¿Cómo decir en África que,
para prevenir el Sida, no se puede usar preservativo? ¿Cómo explicar a un
matrimonio católico que no puede utilizar medios anticonceptivos artificiales?
¿Cómo vivir la paternidad responsable para no “traer hijos al mundo como
conejos”?
En este camino de
abrir grietas, el Vaticano de Francisco ha pasado de los principios
innegociables (que eran todos) a la misericordia como referente fundamental, a
lo que se supedita todo lo que no sea dogmático, es decir, las verdades del
Credo. Sólo así, la Iglesia podrá dar respuestas a las preguntas que se hace la
gente. Y sólo así, con el apoyo del pueblo, Francisco podrá vencer las
resistencias de sus halcones.
Consciente de que tiene una misión providencial que cumplir en pocos años, en muy pocos años. El tiempo le apremia y los cambios en la Iglesia cuestan. Pero Francisco sabe también que la barca de Pedro la conduce el Espíritu y que nadie puede detener la primavera en primavera.
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