"Ventana abierta"
Examinando nuestros exámenes de conciencia
Padre Leandro Bonnin
Como el tema
de la Confesión es inagotable, y en las anteriores publicaciones en que me
referí a ella hubo buena repercusión, aquí va un tercer aporte, que reformulo
desde mi blog personal (el texto es de hace unos años, pero vale).
Y creo que
una de las primeras cosas que hay que reconocer es que no siempre nos
confesamos bien, ya sea por falta de fervor, por superficialidad, por
hacerlo sin prepararlo.
Pero voy
constatando que en realidad muchas veces no nos confesamos bien porque
no nos han enseñado a hacerlo. Admitiendo mi parte de responsabilidad
-es un pecado de omisión para un sacerdote no instruir debidamente a sus fieles
pudiendo hacerlo- me atrevo a hacer este aporte.
Comienzo que todos sabemos –o deberíamos saber- los cinco pasos de la
Confesión pero… ¡los damos tan mal, tan rápido, tan distraídamente!
Analizo
ahora el primer paso: el examen de Conciencia
a) El primer consejo con respecto al examen de conciencia
es: ¡hacedlo!
Más de una
vez nos confesamos de manera casi o totalmente improvisada.
A ver… puede
ser que haya momentos donde la conciencia de nuestros pecados nos acompañe de
tal manera, que casi ni es necesario que nos detengamos a pensar…
Y también
puede ser que no teníamos pensado hacerlo, pero que al ver un sacerdote, el
arrepentimiento invadió nuestro corazón, y nos decidimos ahí nomás…
Pero
habitualmente, si no hacemos el examen, nuestra Confesión no será la mejor.
Probablemente, confesaremos los pecados de hoy, ayer y anteayer, pero
olvidaremos los de los días, semanas o meses anteriores.
O lo haremos
de forma desordenada, a medida que se nos vayan viniendo a la mente, y es
probable que apenas salgamos del confesionario o la Iglesia, recordemos varios
inconfesados.
Una forma de
preparar el examen previo a la Confesión es la conocida –y nunca
suficientemente valorada- práctica del examen de conciencia diario.
Y sin ser obligación, si te ayuda y con libertad cada noche
anotar los pecados que hiciste en el día, anótalos. Cuando tengas
que confesarte, tendrás la posibilidad de recordar con mayor facilidad, no sólo
los pecados, sino su frecuencia, la conexión que pudiera existir entre ellos y
otros aspectos más.
2) Segundo consejo: hacer el examen en un clima de oración.
El examen de conciencia no es simplemente un ejercicio de introspección. No es
una “autoevaluación”, como existen en el ámbito profesional. Es también eso,
pero es mucho más.
El examen
supone que ya nos sentimos y estamos ante Dios Padre misericordioso, ante Jesús
Crucificado por mí, iluminados por el Espíritu Santo. De la mano de María, como
“sentado en su regazo". Esta actitud supone que la gracia ya nos está
moviendo.
Esto es muy
pero muy importante:
1. En primer lugar, para
entender el pecado como lo que es. No una simple falla, un error, algo que
“salió mal”. Es una ofensa a Dios Creador, Redentor y Santificador. Es
Ingratitud Suprema ante tanto bien recibido.
2. En segundo lugar, para
evitar culpabilizaciones extremas. Sobre todo para ciertas personas, pensar en
sus pecados puede conducirlos a formas de autoagresión, o llevarlos a formas
sutiles de depresión o angustia. Tomados de la mano de Jesús, bajo la mirada
del Padre que nos ofrece el perdón, podemos descender sin miedo a “los
infiernos” de nuestra miseria.
3. En tercer lugar, en
relación a lo anterior, para alcanzar el conocimiento de lo más oculto, de
aquello que tal vez habitualmente no alcanzamos a ver y que suele ser la causa de
nuestras malas acciones. Sólo bajo la mirada de Dios podemos descubrir, por
ejemplo, que nuestras peleas cotidianas tienen su raíz última en un orgullo no
reconocido…
3) Tercer consejo: hacerlo a la luz de la
Palabra de Dios. El Catecismo de la
Iglesia Católica nos ofrece una variada gama de posibilidades. Nos
dice:
Conviene
preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho
a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a
este respecto se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los
evangelios y de las Cartas de los Apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas
apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6).
* “A la luz de la
Palabra de Dios” quiere decir que nosotros examinamos nuestra
conciencia no según nuestra propia visión de las cosas, según
nuestra manera subjetiva e individual de considerar la realidad, sino
según la visión de Dios, a la luz de la fe. Me explico mejor: a
veces nos dejamos llevar por nuestro propio “decálogo”. A veces tenemos
“criterios personales”, al margen de la Palabra de Dios o de la
Enseñanza de la Iglesia. Creo que es obvio que no tendría
sentido buscar el sacramento de la Penitencia que me
administra la Iglesia, y rechazar su enseñanza moral. La fe católica es un
“combo”, en el que todo va incluido. No podemos elegir lo que nos gusta, y
desechar lo que nos desagrada.
* Otro posible error puede
ser examinar nuestras acciones por el “me gusta” o “no me gusta” –como
cuando calificamos una publicación de facebbok o un video de youtube-, o por el
“me sentí mal” o “no me sentí mal”.Y es claro que no siempre el “sentimiento” o
el gusto individuales coinciden con los de Jesús. En los santos, coincidían
plenamente, pero en nosotros…Puede ser, por ejemplo, que si tu hijo se portó
mal lo hayas tenido que corregir, incluso hasta ponerlo en penitencia. Y que
“te sientas mal” por eso. Que no es un pecado, sino –siempre que no hayas sido
violento o lo hayas humillado- un acto virtuoso, el cumplimiento de un deber
relativo al cuarto mandamiento. Y puede ser que hayas estado “sacando el
cuero” a un insoportable compañero de trabajo, y te hayas “sentido bien”
haciéndolo, pero está claro que es un pecado contra el octavo mandamiento.
* Habitualmente, y tal vez porque es
lo que conocemos, solemos hacer el examen con los diez mandamientos.
Es importante recordar que en el caso de los mandamientos el orden no es
aleatorio. Están ordenados por su importancia, por su centralidad. Conviene
recordarlo en el examen. Incluso cuando nuestra conciencia nos atormenta por
pecados contra otros –como el quinto o el sexto- nunca “pasemos de largo” los
primeros tres. Porque sin duda que casi todos los demás pecados, son una
consecuencia de nuestra debilidad o superficialidad en el amor a Dios.
* Es importante también que
busquemos algún examen de conciencia que detalle un poco más el
contenido de los mandamientos. Esto es bueno y en algunos casos
hasta imprescindible, sobre todo si no hemos recibido o alcanzado una formación
tan extensa o profunda. Cada mandamiento implica una serie de deberes y señala
un buen número de actos contrarios a la voluntad de Dios, que raramente
podríamos deducir por nosotros mismos, si no nos dejamos enseñar por la
Iglesia.
* Conviene que cada tanto releamos el
Sermón de la Montaña –los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo- y las
catequesis morales de los Apóstoles, muy ricas y profundas, y quizá poco
conocidas. Para quien quiere de verdad la santidad, las Bienaventuranzas continúan
siendo un espejo en el cual siempre debe volver a contemplarse.
Creo que
siguiendo estas sencillas indicaciones, estarás más preparado al momento de
presentarte ante el Tribunal del Juez Misericordioso… y más seguro, más
transparente, más consciente de tu propia verdad y de la Verdad del Amor de
Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario