Hombres inacabados
Cuando llegué a Lima hace ya más de cuarenta años, había un edificio en lo que se llama “obra negra”. Cada vez que paso delante de él siento pena. Todavía sigue incompleto. Han habilitado la mitad de los pisos, pero el resto sigue como cuando lo vi por primera vez. Y estoy seguro de que si nos damos una vuelta por la ciudad, nos vamos a topar con cantidad de edificios que se han quedado a medias.
Esto me lleva al Evangelio de hoy, que no habla de edificios, pero sí de torres inacabadas, torres que se han quedado a medio camino, que no han podido llegar hasta arriba, el final.
Una inversión que no ha servido para nada. Alguien que calculó mal sus posibilidades o que simplemente se cansó y decidió dejar las cosas sin ponerles ese ramo de remate y bendición.
Pero mi preocupación va un poco más lejos.
Miro luego a la gente y mi pregunta es siempre la misma. Una pregunta dolorosa.
¿Y estos hombres y mujeres, serán hombres y mujeres que se han realizado de verdad o serán también hombres y mujeres que se han quedado a medio andar?
Hombres a medias.
Mujeres a medias.
Hombres y mujeres que nunca han llegado a ser hombres y mujeres de verdad. Nunca han llegado a su verdadera talla.
Niños que nunca llegarán a ser hombres y mujeres maduros y se quedarán enamos y raquíticos toda su vida.
Jóvenes que nunca lograrán salir de su adolescencia y por tanto nunca llegarán a madurar como personas adultas:
Jóvenes dependientes de las faldas de la madre.
Jóvenes que nunca han logrado su verdadera libertad.
Jóvenes que toda su vida sufrirán el “mal de la mamitis”.
Casados que nunca han experimentado su verdadera libertad y siguen pegados al tronco de su familia original:
Tienen su casa propia pero su corazón sigue viviendo en la casa paterna.
Tienen su esposa y hasta sus hijos, pero antes de llegar a casa tienen que pasar por la casa de “mami”.
Esposos y esposas que no saben pasar el fin de semana solos, sino que necesitan salir a comer siempre con la mami, el papi, los hermanos.
Esposos y esposas que antes de entregar su salario de fin de mes, tienen que repartirlo entre la mami, el papi y los hermanitos.
Las consecuencias las vemos todos los días en los matrimonios y en las parejas.
Nunca dejan que nazca lo nuevo porque siguen pegaditos a lo que han dejado.
Hombres y mujeres que nunca llegan a ser ellos mismos y siguen siendo los eternos hijos “de mami y de papi”.
Jesús es bien claro. Para seguirle a El hay que lograr la verdadera libertad de espíritu, la verdadera libertad sicológica, su madurez. “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.
No se puede hablar de verdadero seguimiento mientras sigamos atados a nuestro pasado.
No se puede hablar de verdadera fe y seguimiento mientras sigamos atados a lo que un día decidimos dejar, pero que lo llevamos arrastrando con nosotros, como esos presos que caminan arrastrando las cadenas en sus pies.
Y aquí nos toca nuestra parte a todos:
Sacerdotes y religiosos que decidimos “dejarlo todo”, pero en realidad lo llevamos todo en la maleta de nuestro corazón.
Decidimos dejar nuestra casa, pero no podemos vivir sin ella.
Decidimos dejar a nuestra familia, pero no podemos vivir sin el calor humano de la familia.
Decidimos renunciar al matrimonio, pero llevamos el corazón cargado de afectos y de sentimientos que nos impiden vivir con libertad nuestro celibato.
Decidimos renunciar a tener riqueza, pero luego no podemos vivir sin las comodidades que nos ofrecen las cosas.
En el fondo, tenemos que reconocerlo, la inmensa mayoría de nosotros no logramos crecer y desarrollarnos hasta adquirir nuestra plenitud.
Seguimos siendo hombres a medias.
Seguimos siendo esposos a medias.
Seguimos siendo sacerdotes y religiosos a medias.
Seguimos siendo célibes a medias.
Seguimos siendo pobres a medias.
Todo a medias. Nos dan miedo los enteros.
Nos da miedo “ser lo que tenemos que ser”.
Nos da miedo “ser lo que Dios quiere que seamos”.
Nunca llegamos al final del camino de nuestras vidas y nos quedamos siempre en el primer descanso que encontramos.
Clemente Sobrado C. P.
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