18-04-2010
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.
Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: – «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.
Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: – «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: – «Vamos, almorzad,» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
18-04-2010
El volcán del glaciar Eyjafjalla en Islandia sigue expulsando vapor de agua y cenizas. Es impresionante ver las imágenes de la naturaleza desatada. Pidiendo para que no pase nada a nadie contemplo cómo se frustran los planes, se suspenden los vuelos y el hombre se encuentra impotente ante estos fenómenos. Nadie busca culpables ni se denuncia a las compañías aéreas (aunque tienen que estar temblando). Si cuando hemos visto terremotos (y no nos olvidamos de rezar por las víctimas), mucha veces se buscan culpables en el tipo de construcción, la pobreza del país y mil argumentos más, ante una nube de cenizas -que el viento lleva donde quiere-, nadie puede decir nada. ¿qué vuelos se suspenderán en unas horas? Nadie puede decirlo, pero seguro que nadie exige a una compañía aérea que vuele si pone en juego su vida. La nube se moverá por donde quiera y a quien le toque tendrá que fastidiarse (lo de la resignación no me convence demasiado).
Las apariciones de Jesús resucitado son como la nube volcánica, aparece donde quiere en el momento que quiere. Los apóstoles sabían que en Galilea verían al Señor, pero apareció como quiso y cuando quiso. Los apóstoles, tal vez aburridos de esperar habían vuelto a sus faenas. Sólo Juan seguía atento, esperando, confiando, sabiendo que el Señor nunca defrauda. Al contrario que la nube de ceniza que tienes que evitarla para no entrar dentro y poner en peligro la vida, a Jesucristo tenemos que descubrirle para meternos en Él, acercarnos y escucharle para vivir.
Tristemente hoy ven muchos la fe en Cristo resucitado como un elemento tóxico y parafrasean al sumo sacerdote:«¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.» Quieren evitar a Jesús en su vida, esquivarle, no acercarse a Él de ninguna manera y que Él tampoco se acerque a ellos. Se cubren la nariz, los ojos y los oídos del alma para que ni una mota de fe pueda entrar en ellos. Pero la fuerza del Señor resucitado en más poderoso que la de un volcán en erupción. «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»
En este tiempo de Pascua tenemos que estar con todos los sentidos vigilantes para descubrir dónde se aparece el Señor, cuando nos va dejando muestras de todo el amor que nos da, cuándo derrama sobre nosotros la gracia del Espíritu Santo. La pascua es también tiempo de vigilancia, de descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y acercarnos a Él. Es tiempo de acción de gracias, de contemplación, de alegría. Sin duda en nuestra vida hemos intuido muchas veces la presencia de Dios, que estaba cerca, que nos estaba rondando. Ahora es tiempo de decir: “es el Señor”, echarnos al agua y correr a su encuentro. Él nos dará todo por añadidura.
No tengamos miedo a Cristo resucitado, no le impidamos llamarnos por nuestro nombre y pedirnos lo que quiera y que lo hagamos alegres, a pesar de los posibles ultrajes.
María reconocería siempre a su hijo resucitado, que ella nos de ojos vigilantes, corazón despierto y alma atenta para descubrirle siempre, como los ojos de los hombres la nube del volcán.