"Ventana abierta"
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
‘Pentecostés, día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica’
Queridos hermanos y
hermanas:
Dirijo esta carta semanal a los miembros de los grupos
apostólicos de la Diócesis. Envío mi saludo más cordial al Delegado Diocesano
de Apostolado Seglar y a todos los militantes cristianos que participaréis en
la Vigilia de Pentecostés reviviendo la efusión del Espíritu Santo sobre la
comunidad apostólica reunida en el cenáculo, congregada y presidida por María,
la madre de Jesús. En Pentecostés la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu
Santo, inaugura la misión encomendada por su Señor de predicar el Evangelio
hasta los últimos confines de la tierra.
La acción del Espíritu ocupa un lugar destacado en los
grandes acontecimientos de la Historia de la Salvación. Antes de los tiempos,
en el seno de Dios, el Espíritu unge a Jesús como Mesías, profeta, sacerdote e
hijo amado del Padre. En la Encarnación, inunda a María y, gracias a su sombra
fecunda, el Verbo toma carne en sus purísimas entrañas. En los inicios del
ministerio público de Jesús, el Espíritu le lleva al desierto, se manifiesta en
su bautismo y habla por Él en la sinagoga de Nazareth. En los instantes
supremos de la vida del Señor, la acción del Espíritu hace perfecta y agradable
al Padre su obra redentora; y en Pentecostés se manifiesta en todo su
esplendor.
En Pentecostés “rompe el Espíritu el techo de la tierra y una lengua de fuego
innumerable purifica, renueva, enciende y alegra las entrañas del mundo” (Himno
de Tertia). Desde
entonces, el Espíritu es el alma de la Iglesia porque la unifica, dinamiza y
vivifica. Él es el manantial de los carismas, los dones, funciones y
ministerios (1 Cor, 12,4-6); y es también el corazón de la vida personal de
cada cristiano, hasta el punto de que no podemos decir “Jesús es el Señor, si no es
bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). El Espíritu es
quien deposita en nuestras almas el amor y el anhelo de santidad.
En Pentecostés, el Espíritu se manifiesta como la “la fuerza que pone pie a la
Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo”. A
partir de Pentecostés, los apóstoles, fortalecidos con la fuerza de lo alto,
comienzan a anunciar a Jesucristo en Jerusalén, en Judea, Samaría, Galilea y
hasta los confines del mundo. Desde entonces han sido innumerables los
cristianos laicos que, habiendo escuchado el mandato misionero de Jesús, lo han
mostrado a sus hermanos, con coraje y valentía, con la palabra y, sobre todo,
con el testimonio luminoso de su vida. Por todo ello, Pentecostés es la fiesta
del Apostolado Seglar. También los laicos están destinados al apostolado. Se
trata de una obligación orgánica, que brota de nuestro bautismo, en el que
quedamos incorporados a la misión profética de Cristo, obligación que se acrecentó
al recibir el don del Espíritu en la confirmación.
También vosotros, queridos militantes seglares, estáis
llamados a ser heraldos de la Buena Noticia, a compartir con vuestros hermanos
vuestro mejor tesoro, Jesucristo; a proclamar que vuestro encuentro con Él es
lo más grande que os ha sucedido, porque en Él habéis hallado la luz, la vida,
la esperanza y la alegría. Como los Apóstoles después de Pentecostés, habéis de
acercaros a tantos hombres y mujeres que se debaten en el marasmo de la
desesperanza, del nihilismo y de la infelicidad, para ser testigos del Dios
vivo, de su amor, de la alegría cristiana, de la paz y la esperanza que nacen
de la Buena Noticia del amor de Dios por la humanidad. El testigo es quien
habla con la vida. Así deben ser los sacerdotes ante sus fieles, los padres
ante sus hijos, los educadores ante sus alumnos, y cada uno de vosotros, laicos
cristianos, en el barrio, en el trabajo, en el ocio y en el tiempo libre;
también en la parroquia, implicados en la catequesis, en el acompañamiento de
niños y jóvenes y en los catecumenados de adultos, dispuestos siempre a dar
razón de vuestra fe y de vuestra esperanza.
La solemnidad de Pentecostés es también la fiesta de la
Acción Católica, que de forma asociada, como un cuerpo orgánico, unida
estrechamente al ministerio jerárquico, al obispo, a los sacerdotes, a la
Diócesis y a la parroquia, tantos frutos de evangelización, de santidad y
apostolado ha dado a la Iglesia.
Un nuevo acicate en nuestro compromiso apostólico son
las conclusiones del reciente Congreso de Laicos, que se nos van a recordar en
la Vigilia del próximo día 30. En ella pediremos al Espíritu Santo que su fuego
nos convierta y purifique, que su calor funda el témpano de nuestras tibiezas,
temores y cobardías, que su luz caldee nuestros corazones en el amor de Cristo
y que su fuerza nos ayude a todos a perseverar en nuestra tarea primordial,
anunciar a Jesucristo a nuestro mundo con la palabra y con el testimonio
luminoso de nuestra vida.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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