"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla en la Pascua del Enfermo
Queridos hermanos y
hermanas:
En este domingo VI de Pascua
celebramos en nuestra Archidiócesis la Pascua del Enfermo. En este año, dadas
las tristes circunstancias que nos afligen no podremos celebrarla en la
catedral de Sevilla, en la que en otros años administrábamos la unción de enfermos.
Siento que tampoco sea posible celebrarla en las parroquias.
La Pascua del Enfermo, es una
jornada ya clásica en el calendario anual de las comunidades cristianas. En
ella se nos recuerda el quehacer y el compromiso que los cristianos tenemos con
nuestros hermanos enfermos. Ellos ocupan un lugar importante en el ministerio
público de Jesús y, en consecuencia, deben de ocupar un lugar central en la
vida de nuestras comunidades y en la vida personal de cada cristiano.
El papa Francisco, en el
mensaje para la Jornada del Enfermo de este año, ha elegido como lema estas
palabras de Jesús: Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt
11,28). Estas palabras expresan la solidaridad del Hijo de Dios con la
humanidad que sufre. Jesús dirige esta invitación a los enfermos y a los
heridos por el peso de la prueba y les ofrece su misericordia, es decir, su
persona salvadora. Jesús iba por la vida viendo, mirando con profundidad e
interés. No pasa de largo, sino que se detiene para abrazar con ternura a las
personas, sin descartar a nadie, e invita a cada uno a acercarse a Él para
experimentar su ternura.
Jesús vivió la pobreza, la
emigración y la persecución y se hizo débil, viviendo la experiencia humana del
sufrimiento. Sólo quien vive en primera persona esta experiencia sabrá ser
consuelo para otros. En la atención al enfermo, a veces se percibe una cierta
carencia de humanidad, cuando sería más necesario personalizar el modo de
acercarse al enfermo, añadiendo al curar el cuidar con profesionalidad, pero también con
ternura y amor, no olvidando a la familia que sufre, y a su vez pide consuelo y
cercanía.
El Papa se dirige en su
mensaje a quienes a causa de la enfermedad están cansados y agobiados, y les invita a refugiarse bajo la
mirada y el corazón de Jesús. Allí encontrarán luz para los momentos de
oscuridad y esperanza para su desconsuelo. En Jesús encontrarán fuerza para
afrontar las inquietudes y las preguntas que surgen en su corazón en la noche del
cuerpo y del espíritu que supone toda enfermedad. El Papa dice también a los
enfermos que la Iglesia quiere ser la “posada” del Buen Samaritano que es
Cristo (cf. Lc 10,34), es decir, la casa en la que pueden encontrar
al Señor y también familiaridad, acogida, ternura y consuelo.
Se dirige después el Papa al
personal sanitario, médicos, enfermeros, personal auxiliar y administrativo, y
también a los voluntarios que se ofrecen para visitar y acompañar al enfermo
haciendo sentir la presencia de Cristo, que brinda consuelo y se hace cargo de
la persona enferma curando sus heridas. A todos ellos me dirijo para pedirles
que consideren que cada intervención diagnóstica, preventiva, terapéutica, de
investigación, cada tratamiento o rehabilitación se dirige a la persona
enferma. El sustantivo persona siempre
está antes del adjetivo enferma.
Por lo tanto, es necesario que en su servicio tengan siempre presente la
dignidad y la vida de la persona, sin ceder a actos que conduzcan a la
eutanasia o al suicidio asistido, ni siquiera cuando el estado de la enfermedad
sea irreversible. La vida es sagrada y pertenece a Dios, por lo tanto, es
inviolable. Debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que su
nacimiento hasta su ocaso: lo requieren simultáneamente la razón y la fe en
Dios, autor de la vida.
En ciertos casos, la objeción
de conciencia es para ellos una elección necesaria para ser coherentes con el
“sí” a la vida y a la persona. En cualquier caso, su profesionalidad, animada
por la caridad cristiana, será el mejor servicio al primer derecho humano, el
derecho a la vida. Aunque a veces no pueden curar al enfermo, sí que pueden
siempre cuidarlo con gestos y procedimientos que le den alivio y consuelo.
En esta Pascua del Enfermo
hemos de pensar en los numerosos hermanos y hermanas que, en todo el mundo, no
tienen la posibilidad de acceder a los tratamientos, porque viven en una
pobreza extrema. Dios quiera que los países ricos les ayuden a salvaguardar su
derecho a la salud. Que Dios pague a los médicos voluntarios que cada año van
en sus vacaciones a los países del Tercer Mundo al servicio de los enfermos
como samaritanos de sus hermanos.
Encomiendo a la Virgen María,
Auxilio de los cristianos y Salud de los enfermos, a todos los enfermos, a sus
familias y a los agentes sanitarios. A todos les aseguro con afecto mi cercanía
en la oración y les imparto de corazón mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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