"Ventana abierta"
NOCHE 6
Schehrazada dijo: He llegado a saber, oh rey
afortunado, que el pescador dijo al efrit: "Si me hubieras conservado, yo
te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir
prisionero en un jarrón y te arrojaré a ese mar".
HISTORIA DEL PESCADOR Y EL EFRIT, FINAL
Tras lo cual, el efrit le contestó: "Por
Alah, oh pescador, que no lo
hagas; y consérvame generosamente, sin reconvenirme por mi acción, pues si yo
fui criminal tú debes ser benéfico, y los proverbios conocidos dicen ¡Oh
tú, que haces bien a quien mal hizo; perdona sin restricciones el crimen del
malhechor! Ahora, oh pescador, no hagas conmigo lo que hizo Umama con
Atika".
El pescador dijo: "¿Y qué caso fue
ese?". Y respondió el efrit: "No es ocasión para contarlo estando
encarcelado. Cuando tú me dejes salir, yo te contaré ese caso". Pero el
pescador dijo: "¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario que yo te eche
al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú
deseabas mi muerte, sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza
alguna, sino únicamente favorecerte, sacándote de ese calabozo. He comprendido,
por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero has de saber que voy a
echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y
así te arrojarán de nuevo, y entonces permanecerás en ese mar hasta el fin de
los tiempos para disfrutar todos los suplicios". El efrit le contestó:
"Suéltame, que ha llegado el momento de contarte la historia. Además, te prometo
no hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te
enriquecerá para siempre".
Entonces el pescador se fijó bien en esta
promesa de que si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás daño, sino que
le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de
su promesa, y le tomó juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador
abrió el jarrón. Entonces el humo empezó a subir, hasta que salió
completamente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente
horrible. El efrit dio un puntapié al jarrón y lo tiró al mar.
Cuando el pescador vio que el jarrón iba camino
del mar, dio por segura su propia perdición, y orinándose encima, dijo:
"Verdaderamente, no es esto una buena señal". Después intentó
tranquilizarse y dijo: "oh efrit, Alah Todopoderoso ha dicho Hay
que cumplir los juramentos, porque se os exigirá cuenta de ellos. Y tú
prometiste y juraste que no me harías traición. Y si me la hicieses, Alah te
castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo que el
médico Ruyán al rey Yunán: "Consérvame, y Alah te conservará".
Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír y
echando a andar delante de él, dijo: "oh pescador, sígueme". Y el
pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salvación.
Y así salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron
a una montaña, y bajaron a una vasta llanura, en medio de la cual había un
lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pescador que echara la red y
pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vio peces blancos y peces
rojos, azules y amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su
red y cuando la hubo sacado encontró en ella cuatro peces, cada uno de color
distinto.
Se alegró mucho, y el efrit le dijo: "Ve
con esos peces al palacio del sultán, ofrécelos y te dará con qué enriquecerte.
Y, mientras tanto, por Alah, discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos
modales con mi larga estancia en el fondo del mar, donde me he pasado mil
ochocientos años sin ver el mundo ni la superficie de la tierra. En cuanto a
ti, vendrás todos los días a pescar a este sitio, pero nada más que una vez. Y
ahora, que Alah te guarde con su protección".
El efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y
la tierra se abrió y le tragó.
Entonces el pescador volvió a la ciudad, muy
maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit. Después cogió los peces y
los llevó a su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua
y colocó en ella los peces, que comenzaron a nadar en el agua contenida en la
olla. Después se puso esta olla en la cabeza y se encaminó al palacio del rey,
según el efrit le había encargado. Cuando el pescador se presentó al rey y le
ofreció los peces, el rey se asombró hasta el límite del asombro al ver
aquellos peces que le ofrecía el pescador, porque nunca los había visto en su
vida, ni de aquella especie ni de aquella calidad, y dispuso: "Que
entreguen esos peces a nuestra cocinera negra". Porque esta esclava se la
había regalado, hacía tres días solamente, el rey de los Rum, y aun no había
tenido ocasión de lucirse en su arte de la cocina.
El visir le mandó que friera los peces, y le
dijo: "oh buena negra, me encarga el rey que te diga Si te guardo
como un tesoro, oh gota de mis ojos, es porque te reservo para el día del
ataque. De modo que demuéstranos hoy tu arte de cocinera y lo bueno de tus
platos". Dicho esto, volvió el visir después de hacer sus encargos, y el
rey ordenó que diera al pescador cuatrocientos dinares. Habiéndoselos dado el
visir, los guardó el pescador en una halda de su túnica, y volvió a su casa,
cerca de su esposa, lleno de alegría y de expansión. Después compró a sus hijos
todo lo que podían necesitar. Y hasta aquí es lo que le ocurrió al pescador.
En cuanto a la negra, cogió los peces, los
limpió y los puso en la sartén. Después dejó que se frieran bien por un lado y
los volvió en seguida del otro. Pero entonces, súbitamente, se abrió la pared
de la cocina, y por allí se filtró en la cocina una joven de esbelto talle,
mejillas redondas y tersas, párpados pintados con kohl negro, rostro gentil y
cuerpo graciosamente inclinado. Llevaba en la cabeza un velo de seda azul,
pendientes en las orejas, brazaletes en las muñecas, y en los dedos sortijas
con piedras preciosas. Tenía en la mano una varita de bambú. Se acercó, y
metiendo la varita en la sartén, dijo: "oh peces, ¿seguís sosteniendo
vuestra promesa?". Al ver aquello la esclava se desmayó y la joven repitió
su pregunta por segunda y tercera vez. Entonces todos los peces levantaron la
cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "oh, sí, oh, sí". Y
entonaron a coro la siguiente estrofa: ¡Si tú vuelves sobre tus pasos,
nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la
nuestra! ¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te declares
vencida! Al oír estas palabras, la joven derribó la sartén, y salió por el
mismo sitio por donde había entrado, y el muro de la cocina se cerró de nuevo.
Cuando la esclava volvió de su desmayo, vio que
se habían quemado los cuatro peces, y estaban negros como el carbón. Y comenzó
a decir: "¡Pobres pescados! ¡Pobres pescados!". Y mientras seguía la
mentándose, he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza,
y le dijo: "Llévale los pescados al sultán". La esclava se echó a
llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocurrido, y el visir se
quedó muy maravillado, y dijo: "Eso es verdaderamente una historia muy
rara". Y mandó buscar al pescador, y en cuanto se presentó el pescador, le
dijo: "Es absolutamente indispensable que vuelvas con cuatro peces como
los que trajiste la primera vez".
El pescador se dirigió al estanque, echó su red
y la sacó conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fue
a entregárselos a la negra, y le dijo: "¡Levántate! ¡Vas a freírlos en mi
presencia, para que yo vea qué asunto es éste!". La negra se levantó,
preparó los peces y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos
minutos, hete aquí que se hendió la pared, y apareció la joven vestida siempre
con las mismas vestiduras, y llevando siempre la varita en la mano. Metió la
varita en la sartén, y dijo: "oh peces, oh peces, ¿seguís cumpliendo
vuestra antigua promesa?". Y los peces levantaron la cabeza, y cantaron a
coro esta estrofa: ¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te
imitaremos! ¡Si tú cumples tu juramento, nosotros cumpliremos el nuestro! Pero
si tú reniegas de tus compromisos, gritaremos de tal modo que nos resarciremos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
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