"Ventana abierta"
NOCHE 7
Ella dijo: He llegado a saber, oh rey
afortunado, que cuando los peces empezaron a hablar, la joven volcó la sartén
con la varita, y salió por donde había entrado, cerrándose la pared de nuevo.
Entonces el visir se levantó y dijo: "Es
esta una cosa que verdaderamente no podría ocultar al rey". Después se
marchó en busca del rey y le refirió lo que había pasado en su presencia. Y
mandó llamar al pescador y le ordenó que volviera con cuatro peces iguales a
los primeros, para lo cual le dio tres días de plazo. Pero el pescador marchó
en seguida al estanque, y trajo inmediatamente los cuatro peces. Entonces el
rey dispuso que le dieran cuatrocientos dinares, y volviéndose hacia el visir,
le dijo: "Prepara tú mismo delante de mí esos pescados". Y el visir
contestó: "Escucho y obedezco". Y entonces mandó llevar la sartén
delante del rey, y se puso a freír los peces, después de haberlos limpiado
bien, y en cuanto estuvieron fritos por un lado, los volvió del otro. Y de
pronto se abrió la pared de la cocina y salió un negro semejante a un búfalo
entre los búfalos, o a un gigante de la tribu de Had, y llevaba en la mano una
rama verde, y dijo con voz clara y terrible: "oh peces, oh peces, ¿Seguís
sosteniendo vuestra antigua promesa?".
Los peces levantaron la cabeza desde el fondo
de la sartén, y dijeron: "Cierto que sí, cierto que sí". Y declamaron
a coro estos versos: ¡Si tú vuelves hacia atrás, nosotros volveremos!
¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la nuestra! ¡Pero si te
resistes, gritaremos tanto que acabarás por ceder!
Después el negro se acercó a la sartén, la
volcó con la rama, y los peces se abrasaron, convirtiéndose en carbón. El negro
se fue entonces por el mismo sitio por donde había entrado. Y cuando hubo
desaparecido de la vista de todos, dijo el rey: "Es éste un asunto sobre
el cual, verdaderamente, no podríamos guardar silencio. Además, no hay duda que
estos peces deben tener una historia muy extraña". Y entonces mandó llamar
al pescador, y cuando se presentó el pescador le dijo: "¿De dónde proceden
estos peces?". El pescador contestó: "De un estanque situado entre
cuatro colinas, detrás de la montaña que domina tu ciudad". Y el rey, volviéndose
hacia el pescador, le dijo: "¿Cuántos días se tarda en llegar a ese
sitio?". Y dijo el pescador: "oh sultán, señor nuestro, basta con
media hora".
El sultán quedó sorprendidísimo, y mandó a sus
soldados que marchasen inmediatamente con el pescador. Y el pescador iba muy
contrariado, maldiciendo en secreto al efrit. Y el rey y todos partieron y
subieron a una montaña, y bajaron hasta una vasta llanura que en su vida habían
visto anteriormente. Y el sultán y los soldados se asombraron de esta extensión
desierta, situada entre cuatro montañas, y de aquel estanque en que jugaban
peces de cuatro colores: rojos, blancos, azules y amarillos. El rey se detuvo y
preguntó a los soldados y a cuantos estaban presentes: "¿Hay alguno de
vosotros que haya visto anteriormente ese lago en este lugar?". Todos
respondieron: "oh, no". Y el rey dijo: "Por Alah, que no volveré
jamás a mi capital ni me sentaré en el trono de mi reino sin averiguar la
verdad sobre este lago y los peces que encierra". Y mandó a los soldados
que cercaran las montañas. Y los soldados así lo hicieron. Entonces el rey
llamó a su visir. Porque este visir era hombre sabio, elocuente, versado en
todas las ciencias.
Cuando se presentó ante el rey, éste le dijo:
"Tengo intención de hacer una cosa y voy a enterarte de ella. Deseo
aislarme completamente esta noche y marchar yo solo a descubrir el misterio de
este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás a la puerta de mi tienda,
y dirás a los emires, visires y chambelanes: "El sultán está indispuesto y
me ha mandado que no deje pasar a nadie. Y a ninguno revelarás mi
intención". De este modo el visir no podía desobedecer.
Entonces el rey se disfrazó, y ciñéndose su
espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo viese. Y estuvo andando
toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado
excesivo, le obligó a descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y
durante la segunda noche hasta la mañana siguiente. Y he aquí que vio a lo
lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: "Es probable que
encuentre allí a alguien que me contará la historia del lago y sus peces".
Y al acercarse a esta cosa negra vio que aquello era un palacio enteramente
construido con piedras negras, reforzado con grandes chapas de hierro, y que
una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se
alegró mucho, y parándose ante la puerta, llamó suavemente, pero como no le
contestasen llamó por segunda y por tercera vez. Después, y como seguían sin
contestar, llamó por cuarta vez, pero con gran violencia, y nadie contestó
tampoco. Entonces se dijo: "No hay duda, este palacio está desierto".
Y en seguida, tomando ánimos, penetró por la puerta del palacio y llegó a un
pasillo, y allí dijo en alta voz: "ah del palacio, que soy un extranjero,
un caminante que pide provisiones para continuar su viaje".
Después reiteró su demanda por segunda y
tercera vez, y como no le contestasen, afirmó su corazón y fortificó su alma, y
siguió por aquel corredor hasta el centro del palacio. Y no encontró a nadie.
Pero vio que todo el palacio estaba suntuosamente revestido de tapices y que en
el centro de un patio interior había un estanque coronado por cuatro leones de
oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que semejaba perlas y pedrería.
En torno veíanse numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio, por
impedírselo una gran red tendida por encima de todo. Y el rey se maravilló al
ver aquellas cosas, aunque afligiéndose por no encontrar a alguien que le
pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de las montañas y del
palacio. Después se sentó entre dos puertas, y meditó profundamente. Pero de
pronto oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón dolorido, y oyó
una voz dulce que cantaba quedamente estos versos: ¡Mis
sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fue revelado! ¡Y
ahora el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante!
¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz pero cuánta tortura dejaste mis pensamientos!
¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayáis a
visitar a Aquella que es toda mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi
consuelo en las penas y peligros!
Cuando el rey oyó estas quejas amargas se
levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían. Llegó hasta una puerta
cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vio un joven que
estaba reclinado en un gran lecho. Este joven era muy hermoso; su frente
parecía una flor, sus mejillas igual que la rosa, y en medio de una de ellas
tenía un lunar como una gota de ámbar negro. Ya lo dijo el poeta: ¡El
joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman
la noche! ¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los
hombres presenciaron una fiesta como el espectáculo de sus gracias! ¡Le
conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su
mejilla, precisamente debajo de uno de sus ojos!
Al verle, el rey, muy complacido, le dijo:
"¡La paz sea contigo!". El joven siguió echado en la cama, vistiendo
un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía
extenderse por toda su persona, devolvió el saludo del rey y le dijo: "oh
señor, perdona que no me pueda levantar". Pero el rey contestó: "oh joven,
entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como del
misterio de este palacio y de la causa de su soledad y de tus lágrimas".
Al oírlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que
corrían a lo largo de sus mejillas, y el rey se asombró y le dijo: "oh
joven, ¿qué es lo que te hace llorar?". El joven respondió: "¿Cómo no
he de llorar, si me veo en este estado?". Y alargando las manos hacia el
borde de su túnica, la levantó. Entonces el rey vio que toda la mitad inferior
del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el ombligo hasta el cabello de
la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: "Sabe, oh señor, que
la historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera
con una aguja en el ángulo interior del ojo, a fin de que todo el mundo la
viera, sería una gran lección para el observador cuidadoso". Y el joven
contó la historia que sigue:
CUENTO DEL JOVEN ENCANTADO Y LOS
PECES
Sabe, oh señor, que mi padre era rey de esta
ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro
montañas. Mi padre reinó setenta años, y después se extinguió en la
misericordia del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con
la hija de mi tía. Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía
que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió bajo mi
protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber
mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el
palacio y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me
hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi cabeza y otra a mis pies. Pero
pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude
conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en
vela! Oí entonces a la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este
modo a la que estaba a mis pies: "oh Masauda, ¡qué desventurada juventud
la de nuestro dueño!, ¡qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama,
tan pérfida y tan criminal!".
La otra respondió: ¡Maldiga Alah a las mujeres
adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro
dueño, y sin embargo, se pasa las noches en el lecho de unos y otros". Y
la primera esclava dijo: "Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando
no hace caso de las acciones de esa mujer". Y repuso la otra: "¿Pero
qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que
la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre
algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le
echa banj, una droga como el extracto de beleño, y le hace dormir con eso. En
tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni a dónde va ella, ni lo qué hace.
Entonces, después de darle a beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y
no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la
nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño".
En el momento que oí, oh señor, lo que decían
las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos. Y deseaba
ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi
tío. Por fin volvió del hammam (del baño). Y entonces se puso la mesa, y
estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de
costumbre, después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de
acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y
fingí que la llevaba a los labios, como de costumbre, pero la derramé
rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo
instante me eché en la cama, haciéndome el dormido.
Ella dijo entonces: "¡Duerme! ¡Y así no te
despiertes nunca más! ¡Por Alah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi
alma está harta de tu trato". Después se levantó, se puso su mejor
vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio se
marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo
salido del palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las
puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló a las puertas en un
lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y
ella salió. Y yo eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que
llegó a unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y a una
torre coronada por una cúpula y construida de ladrillos. Ella entró por la
puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde
allí me puse a vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro
muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior como la tapadera de
una marmita y el inferior como la marmita misma, ambos tan colgantes, que
podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y
tendido sobre un montón de cañas de azúcar.
Al verle, la hija de mi tío besó la tierra
entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo: "¡Desdichas
sobre ti! ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido
el vino y se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por
causa tuya". Ella contestó: "oh dueño mío, querido de mi corazón, ¿no
sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que
me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace
tiempo que habría derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la
corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del
Caucaso". Y contestó el negro: "¡Mientes, infame! Juro por el honor y
por las cualidades viriles de los negros, y por nuestra infinita superioridad
sobre los blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de este
día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida
traidora! De seguro que te has retrasado para saciar en otra parte tus deseos
de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de las mujeres
blancas!". Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó.
Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y
prosiguió de este modo: Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis
propios ojos eso que siguió entre ambos, el mundo se convirtió en tinieblas
para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió a llorar
y a lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: "oh,
amante mío, orgullo de mi corazón, ¡no tengo a nadie más que a ti, y si me
despidieses me moriría! Oh, amor mío, luz de mis ojos". Y no cesó en su
llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Entonces, llena de
alegría, se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó
completamente desnuda. Y dijo después: "Amo mío, ¿tienes con qué alimentar
a tu esclava?". Y contestó el negro: "Levanta la tapadera de la
cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de
satisfacerte. En este jarro que ves ahí hay buza (bebida fermentada de baja
calidad muy apreciada por los negros) y la puedes beber". Y ella comió y
bebió y fue a lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y
completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos
infectos.
Al ver todas estas cosas que hacía la hija de
mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y precipitándome en la
habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a
ambos. Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello,
y creí que había perecido"… En este momento de su narración, Schehrazada
vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente. Cuando lució la mañana,
Schahriar entró en la sala de justicia, y el diwán estuvo lleno hasta el fin
del día. Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana:
"Te ruego que prosigas tu relato". Y ella respondió: "De todo
corazón, y como homenaje debido".
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