"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
TODOS QUEDAMOS SACIADOS CON TU CUERPO Y SANGRE
11 Pero las gentes lo
supieron, y le siguieron; y él, acogiéndolas, les hablaba acerca del
Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados.
12 Pero el día había comenzado a
declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente
para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen
alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado. »
13 El les
dijo: «Dadles vosotros de comer.» Pero ellos
respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces;
a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta
gente. »
14 Pues había como
5.000 hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden
por grupos de unos cincuenta.»
15 Lo hicieron así, e
hicieron acomodarse a todos.
16 Tomó entonces los
cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre
ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los
fueran sirviendo a la gente.
17 Comieron todos hasta
saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
En este Evangelio,
Jesús, da de comer a tres mil hombres
y, más, hasta quedar saciados. El hambre material de los
que escuchan la Palabra de Dios, es signo y señal de otra
hambre mucho más voraz que, acosa al hombre durante toda su vida: el
hambre de Dios: “Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de
ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Esto cantaba
el salmista y, eso que no había recibido todavía la plenitud de
la Salvación en Jesús, el Hijo de Dios. “¡Este
es en verdad el Mesías, el que tenía que venir al mundo!”. Y en el
tiempo de Dios, esto se ha cumplido.
Pero Jesús, tenía reservado un tiempo
en el que nos daría a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. Éste
es el día en el que instituyó el Sacramento de
su Eucaristía. Porque, decía Jesús a los
suyos: “con ansia, he deseado comer esta comida Pascual con
vosotros, antes de padecer”. El “ansia” de Dios por
darnos a Sí mismo, a cada hombre y a muchos, es un deseo
más voraz que el del salmista, porque ¿quién podrá escudriñar esa
ansia de Dios sino el Espíritu
Santo que, habita en Él?
Hoy, celebramos el encuentro inaudito de
nuestra carne mortal con
la Carne Sacramental y Resucitada del Señor Jesús, Señor Nuestro.
Y, esto lo llamamos Sacramento porque es sagrado, no
profano, del cielo y no de la tierra. “Jesús, en la noche en que lo
iban a entregar, tomó pan, dio gracias, lo partió y
dijo: Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto, en
memoria mía. Y, del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz y
dando gracias, de nuevo dijo: tomad y bebed todos de
ÉI porque Éste es el cáliz de mi Sangre”...
Jesús,
es Dios y Hombre verdadero, por ello, pudo hacer
estas maravillas. Pero, como este Misterio de Amor, lo hizo
a favor nuestro, está como “con gran deseo” habitar en cada uno que
lo recibe con fe y devoción. Y, sobre todo, con el mayor amor
que hemos concebido en nuestro corazón. Así, hay una promesa de Dios
para sus amadores: “al que me ama lo amará mi Padre y, lo amaré
yo y, 1/ me manifestare a él. Y, 2/ haré mi morada en
él”.
¿Qué más pudimos desear y añorar de
nuestro Buen Dios? Él, se nos ha dado totalmente
y, ¿no nos partiremos y entregaremos allí donde Él habita con
predilección: en los pobres? Los pobres, son el mejor y más transparente
lugar para manifestar el manjar de vida eterna que nos es dado según nuestra
ansia y nuestro deseo voraz de Dios, de eternidad, de ver nuestro cuerpo
transformado en cuerpo glorioso como el de Jesús y, con él
mismo Jesús. Es la promesa que Él ha hecho a los que comen
su Cuerpo y deben su Sangre.
¡Señor Dios, danos a comer tu Cuerpo y a beber tu Sangre, cada día y siempre hasta que podamos contemplar tu Rostro en el cielo donde Tú con el Padre y el Espíritu Santo habitas eternamente, recibiendo adoración de todas tus criaturas, por los siglos de los siglos! ¡Amén! ¡Amén!
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