"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
NO TODO EL QUE ME DICE SEÑOR, ME VERÁ
21 « No todo el que me
diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga
la voluntad de mi Padre celestial.
22 Muchos me dirán
aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?"
23 Y entonces les
declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!"
24 « Así pues, todo el
que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre
prudente que edificó su casa sobre roca:
25 cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella
no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
26 Y todo el que oiga
estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato
que edificó su casa sobre arena:
27 cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue
grande su ruina.»
28 Y sucedió que
cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina;
29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas. (Mt. 7, 21-29)
No son nuestros labios los que manifiestan la
autenticidad en nuestro corazón, sino nuestra voluntad que, libre de
cualquier afecto desordenado, se arrodilla ante Dios para
que Él haga y deshaga en nosotros. Porque no es
nuestra voluntad y nuestros deseos los que nos salvan de “ese proceder
inútil recibido de nuestros padres” y “bajo el cielo no se nos
ha dado otro Nombre que pueda salvarnos, sino el Nombre de
Jesús”. Más, una vez discernida la voluntad de Dios sobre cada uno de
nosotros, no tenemos otra opción que seguirla. Nuestra vida debe caminar
acorde con los deseos de Dios. Y éstos, bien manifiestos, están
en su Palabra que siguiéndola nos está salvando.
Pero este programa de vida no es una coacción a
nuestro ser, sino que nuestro querer y nuestro obrar están del todo
impregnados de amor, del Amor del Espíritu Santo que viene a
todo el que clama por su presencia. Porque no seguimos a Jesús por
una convicción de nuestro agudo entendimiento, sino que
la iniciativa parte de Él: “no sois vosotros los que me
habéis elegido, sino que soy Yo quien os ha elegido y
os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure”.
Es un gran alivio para nuestra alma el
saber esto, porque cada vez comprendemos mejor que nuestros
deseos son veleidosos y muchas veces no eligen el Bien y la Verdad.
“Dios mismo es quién realiza en nosotros el creer y el obrar, según le
parece”. ¡Él, ÉI debe ser el punto de mira de nuestro
ser, porque sólo Él es nuestro Salvador y Señor!
Así las cosas, no nos conformemos con palabras
bonitas: “¡Señor, Señor!, ¿no hemos profetizado en
tu Nombre y en tu Nombre no hemos echado demonios y predicado?”.
Porque Jesús no mira las palabras, el Señor mira el
corazón. Y allí es donde habita nuestra bondad y también nuestras obras y
deseos malos y éstos arrancan a Jesús un rechazo: “¡apartados
de mí los que obráis el mal! ¡Nunca os he conocido!”. Y
si Dios nos condena fuera de Sí, ¿quién podrá salvarnos?
Tenemos que añorar y pedir a Dios ser
sensatos, ser buenos, ser dóciles a lo que nos vaya insinuando. Porque todo ha
de ser impregnado de humildad. Y ésta no es naturalmente
nuestra. Nuestro pecado nos hace soberbios y autosuficientes,
como les sucedió a nuestros primeros padres. Y sabemos, por
la Palabra de Dios, que su alejamiento de Él les trajo
el pecado, al que estaban inclinados, y también la muerte.
Pero Jesús ha satisfecho por nosotros con su Sangre Preciosa y ahora el Padre nos mira con benevolencia como a hijos queridos. Y nos ha bendecido con el auxilio del Espíritu Santo. ¡Qué Él sea siempre nuestro guía para el bien! ¡Amén! ¡Amén!
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