"Ventana abierta"
DOMINICAS LERMA
¿SABÍAS QUE...
...LO PRIMERO QUE HICIERON NUESTROS FRAILES EN ROMA FUE ROBAR UN CONVENTO?
Vamos a ver,
hay que entender la situación… Los pobrecitos necesitaban un lugar donde vivir
y, dado que no había muchas alternativas, hubo que hacer una pequeña trampa a
la ley. Deja que te cuente cómo sucedieron las cosas, porque en este robo, el
protagonista principal no fue santo Domingo, ¡sino el Papa!
Evidentemente,
al poner su destino en Roma, la idea de nuestro castellano era fundar una
comunidad de frailes en la Ciudad Eterna. Los hermanos en cuestión ya los
tenía: en total eran ya 6 frailes, sin contar a Reginaldo (que seguía de
peregrinación), pero a los que se podrían añadir muchos más, pues los jóvenes
romanos se mostraban entusiasmados con el nuevo modo de vida. Lo dicho: la
comunidad estaba garantizada, el problema es que toda comunidad necesita un
convento y, ese sí, era un problema de considerables dimensiones.
Como siempre,
la bolsa de los ahorros de Domingo era lo más parecido a una cebolla: abrirla y
echarse a llorar era todo uno. En otras palabras: nuestro presupuesto para
comprar un convento era nulo. Pero el tema de la economía era incluso un
problema secundario.
La dificultad
principal residía en que la idea de nuestro amigo era que sus frailes
estuviesen en el corazón de las ciudades. Pero el corazón de Roma… ¡estaba
construido desde hacía siglos! Un convento nuevo, con iglesia, huerta,
cementerio y demás, requiere un terreno enorme, que solo podría encontrarse a
las afueras de la ciudad, ¡y Domingo se negaba en rotundo!
Con estos
planteamientos, las cosas pintaban muy feas para encontrar un hogar para
nuestros frailes. Pero, como siempre, el castellano mantenía la confianza:
¡sabía que el Señor podía abrir un camino en ese mar de dificultades!
A quien le
traía de cabeza la situación era al cardenal Hugolino. El pobre intentaba
ayudar a Domingo en todo lo que podía, pero no veía la forma de solucionar tan
peliagudo problema: ¿cómo conseguir un convento sin dinero y en el corazón de
una ciudad en la que ya no hay terreno?
Unos días más
tarde, el cardenal tuvo un encuentro con el papa Honorio III. Tenían varios
asuntos que tratar. De pronto, en medio de la conversación, el Papa le preguntó
por Domingo y sus frailes. El purpurado se quedó sorprendido: ¡¡Honorio no solo
se acordaba del castellano, sino que además estaba interesado por la
situación!!
No necesitaba
mucho más nuestro entusiasta amigo para plantear al Papa el problema del
convento. Pero, a pesar de que Hugolino le manifestó las dificultades con todo
lujo de detalles, Su Santidad no perdió la sonrisa.
-Creo que
tengo la solución, Excelencia -respondió con un brillo especial en los ojos.
Resulta que,
en la vía Apia, cerca de la puerta de San Sebastián, estaba la antigua iglesia
de San Sixto. El Papa anterior, Inocencio III, había cedido esta iglesia y el
amplio terreno que la rodeaba a los gilbertinos, y les había prometido
construir allí un convento en el que pudieran vivir. A cambio, los gilbertinos
se comprometían a reunir a las monjas dispersas de Roma, encargándose de
gobernar y atender espiritualmente a las religiosas. El pacto estaba firmado y
sellado, y el convento había comenzado a construirse… pero en ese momento había
muerto Inocencio III, y el proyecto quedó paralizado.
El hecho es
que los gilbertinos no habían movido un solo dedo, ni para reunir a las monjas,
ni para concluir la construcción del convento. Era más cómodo esperar a que el
Papa decidiera reanudar las obras… y que fuese el Papa quien las pagase, para
qué nos vamos a engañar. Estaban absolutamente seguros de que el convento les
pertenecía, y estaban dispuestos a tener toda la paciencia del mundo con tal de
no tener que poner un solo céntimo.
Sin embargo,
Honorio no estaba nada satisfecho con esta falta de interés de los gilbertinos.
Ni corto ni perezoso, mandó llamar de inmediato a Domingo. A Honorio no le
gustaba andarse con rodeos, así que puso rápidamente las cartas sobre la mesa:
ofreció a Domingo el convento de San Sixto. Por supuesto, el Papa indicó las
condiciones: Domingo y sus frailes debían asumir el compromiso fallido de los
gilbertinos (reunir y cuidar a las monjas de Roma) y, además, tendrían que
hacerse cargo de concluir las obras del convento.
De las
posibilidades económicas de nuestros frailes ya hemos hablado, pero el tema de
las monjas no era mucho más alentador… Para hacernos una idea rápida, te diré
que, en la Roma de aquel momento, “monja” era el insulto más grave que podía decirse
contra una mujer. El más ofensivo, el más hiriente. Y es que, lamentablemente,
las monjas romanas llevaban una vida disoluta, moralmente de lo más
reprochable, sin pisar el convento ni para dormir… y era proverbial la fama que
tenían de rebeldes, maleducadas y tozudas. Vamos, que se entiende un poco por
qué los gilbertinos no querían meter la mano en semejante cubo de pirañas…
Por supuesto,
Domingo era consciente de todo esto, pero, ¿acaso no había empezado su obra con
un grupo de mujeres? Si las herejes acabaron convertidas en monjas, ¿no podría
ayudar a esas religiosas a recuperar el deseo de ser santas?
Lo que no nos
cuentan las crónicas es la cara que se les quedó a los gilbertinos cuando, poco
después de esta conversación, les llegó una carta, sellada por el Papa, en la
que les informaba de que habían perdido todos sus derechos sobre el convento de
San Sixto. Y sin opción a réplica. El convento ahora no solo tenía
propietarios, sino también inquilinos: Domingo y sus frailes se mudaron
inmediatamente a su nuevo hogar, aunque estuviese sin construir. Con las ganas
que tenían ellos de tener un convento, ¿qué mejor techo que disfrutar de las
estrellas?
-PARA ORAR
¿Sabías que… el amor que no se cuida, se enfría?
El peor
enemigo del amor es la rutina. Acostumbrarse, dar por supuesto el amor… hace
que este se debilite rápidamente, y puede llegar a apagarse.
Fue
precisamente lo que les sucedió a los gilbertinos: estaban tan seguros de que
el convento era suyo que no lo cuidaron, no cumplieron sus compromisos… y lo
acabaron perdiendo.
El Señor nos
dice que “al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le
quitará hasta lo que tiene” (Mt 13, 12).
El que cuida
el amor, el que es delicado incluso en los más pequeños detalles, se hace cada
vez más sensible, ¡y su amor se va encendiendo día tras día! Tal vez tú y yo no
vayamos a perder un monasterio, ¡pero tenemos entre manos riquezas aún mayores!
En efecto: Cristo quiere vivir contigo una auténtica amistad basada en el amor.
Y, como todo amor, cuando se cuida, ¡crece!
El Señor se
ha comprometido contigo y no fallará en su promesa: cada mañana prepara mil
detalles para susurrar a tu corazón el amor inmenso que siente… ¡Y ahí está la
clave! Jesús no grita, ¡susurra! Se necesita un corazón despierto para
escucharle. Cuanto más atento estás a sus detalles, ¡¡más podrás descubrir!!
Sin embargo,
lo contrario también es cierto: si no pones atención… te los perderás. Cristo
no dejará de derramar su amor por ti, su amor es eterno, infinito, ¡y no
cambia! Pero esos detalles que han pasado y no has acogido, ¡se quedan atrás! Y
tu corazón puede enfriarse peligrosamente…
Reflexionando
sobre esto, san Agustín llega a exclamar: “¡Me da miedo el Dios que pasa!”. O,
en otras palabras, ¡me da miedo que pase a mi lado y no reconocerle, me da
miedo perdérmelo!
Hoy solo
podemos terminar este capítulo con la misma petición del rey Salomón: “Dame,
Señor, un corazón que escuche”…
VIVE DE
CRISTO
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