"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SUBIÓ AL MONTE, SE SENTÓ Y DIJO, DICHOSOS
1 Viendo la
muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.
2 Y tomando la
palabra, les enseñaba diciendo:
3 «
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
4 Bienaventurados los
mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los
que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
11 Bienaventurados seréis
cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos;
Las Bienaventuranzas, en Lucas, son
pronunciadas por Jesús sólo a los Apóstoles. Pero
aquí, Mateo dice que Jesús “vio al gentío y subió al
monte”. ¿Fue a todos a quienes se dirigió? Es posible,
pero añade que “se acercaron los discípulos”. ¿Es que ellos eran
mejor auditorio que “el gentío?” Posiblemente no, pero los que
seguían más de cerca del Maestro estaban rodeados por la gracia
que Dios da a los que creen en Él.
Y sus Palabras eran un poco extrañas
para todos. Este mundo busca como fuente de felicidad las riquezas
materiales y espirituales y, huye, como de la
peste, de las dolencias y los males. No nos extrañe el
esfuerzo del hombre durante siglos por apartar de nosotros los sufrimientos. El
budismo asegura que este se puede evitar con unos métodos de meditación y
consciencia y llegar, ya en este
mundo, a la “nirvana”, la felicidad plena.
Pero Jesús, con
sus Palabras, nos dice que todo esto es muy humano, pero no
es la visión del cristianismo. ¿Dónde queda entonces el Misterio
de la Pasión de Cristo que se hizo sufriente para liberarnos del
pecado y de la muerte? No podemos ignorar estas dos realidades, por
mucho que nos empeñamos con técnicas y meditaciones esotéricas.
Nuestro Señor nos regala
las Bienaventuranzas como su Palabra divina desde la cátedra de
su Sabiduría, que también es divina: “Benditos los pobres
en el espíritu”, los que no buscan su gozo en el mundo ni en los bienes de
esta tierra, sino sólo en Dios. Son aquellos que se han tomado
en serio el “amarás al Señor tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Y al entrar
en esto que le da vida, nota que es bienaventurado. Este gozo no
se lo puede arrebatar nada ni nadie y, ya en esta
tierra, es muy feliz.
¿Y qué decir de la mansedumbre como actitud de
vida? Es un don grandísimo de Dios el tener a raya la
ira, de la que viene la venganza. La ira es
una pasión, y como
tal, indiferente moralmente. Dios la puso en el
hombre como un don. Pero el pecado la hizo dispararse en nuestro
ser hasta matar a mi hermano, como nos relata
el Génesis cuando Caín mató a su hermano Abel. Por esto
Jesús nos propuso su mansedumbre como un sello que nos hará distinguir quiénes
son los que le agradan.
Y los hay que deploran el pecado en sí
mismos y en los hombres que le rodean. Y lloran como lloraba Lot
ante el pecado infame del pueblo de Sodoma. ¡Le duele
aquello que ven desagrada a Dios, todo amor y
bondad! Él mismo fue su consuelo y protección. Así rezaba el salmista
con lágrimas: “¡qué se acaben los pecadores en la tierra, que
los malvados no existan más!”. Una súplica que fue
intercesión, a favor de los malos, para convertirlos a
Dios.
Y así, podríamos seguir orando las otras Bienaventuranzas y darnos su Espíritu Santo a gustar las profundidades de su Palabra, que es luz y nos está salvando ya. ¡Que así se haga en nosotros ¡Amén! ¡Amén!





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