"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
¡ALEGRAOS CONMIGO!
1 Todos los publicanos
y los pecadores se acercaban a él para oírle,
2 y los fariseos y los escribas
murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.»
3 Entonces les dijo
esta parábola.
4 « ¿Quién de vosotros que
tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va
a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?
5 Y cuando la
encuentra, la pone contento sobre sus hombros;
6 y llegando a casa, convoca a
los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la
oveja que se me había perdido."
7 Os digo que, de
igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta
que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.
8 « O, ¿qué mujer que tiene
diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca
cuidadosamente hasta que la encuentra?
9 Y cuando la
encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo,
porque he hallado la dracma que había perdido."
10 Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.» (LC. 15, 1-10)
Este es el grito de Cristo glorificado en
el Cielo, invitando a los ángeles y a
los santos a saltar de gozo: “¡alegraos conmigo!”.
Y es también su grito en la tierra al ver un pecador que se arrepiente.
Es verdad que la oveja descarriada es primero
buscada con ahínco por su Pastor, porque el primer
paso lo da Él, pero ya lo ha dado, haciéndose como
nosotros y acercándose al que se había apartado de su amor y amistad.
Mas, el segundo paso lo tenemos que dar
nosotros, dejándonos coger y cargar sobre los hombros de
Cristo. ¿No cargó Él primero con la Cruz para mostrarnos
cuánto nos amaba? Y en la Cruz estábamos representados todos, porque
todos somos pecadores, ovejas extraviadas. Y, si su gracia, haciendo
fuerza a nuestras resistencias muchas veces
obstinadas, vence nuestra tozudez, entonces Jesús aplaude de
gloria y sus aplausos llegan al Cielo a los ojos y al amor
del Padre.
Y nosotros ¿Qué tipo de oveja
somos: de los que se dejan atrapar o de
las rebeldes?. Y así, como Jesús se alegra cuando somos dóciles
y buenos, así mismo se entristece al vernos alejados
de ÉI. Jesús lo clamó cuando hablaba a Jerusalén con un
lamento: “¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido reunirte como la
gallina reúne a sus pollitos y no habéis querido!”
Pero los fariseos se escandalizan
ante este comportamiento de Jesús. No comprenden que el Enviado
de Dios no esté asombrado de su pureza y santidad y se
incline hacia ellos con contento; en cambio, tenga un trato
feliz con esa chusma de publicanos y pecadores, los que
ellos pensaban son abominables ante Dios. ¡En verdad, su
comportamiento les es escandaloso! Mas, si su corazón
es sincero, al oír a Jesús en estas parábolas, cambiarían sus
juicios por amor, porque quizás se ven reflejados en
ese Pastor que da la vida por sus ovejas o esa mujer que
sea afana tanto por recuperar algo que considera muy valioso. El pastor
vale más que una oveja, pero su amor le hace dar su vida por ella
¡Cuánto quisiéramos tener esas entrañas
misericordiosas que se inclinan con fervor hacia los más desfavorecidos! Al
fin y al cabo, son nuestros hermanos a
quienes el Padre ha amado, creándolos e imprimiendo su imagen de
hijos suyos. Si el amor de Dios ha sido capaz de cubrir la muchedumbre de
nuestros pecados, ¿no es razón que, con mucho más
amor, Dios se incline hacia estos pobres más
necesitados quizás que nosotros?
¡Señor, cambia la dureza de nuestro corazón en entrañas de ternura y caridad! ¡Nosotros no podemos hacer, por nosotros mismos, esta transmutación que nos cambiaría en otros hombres! ¡Usa Jesús de tu misericordia para con nosotros! ¡Qué no te alejen de nosotros, nuestros pecados, porque queremos quedar contagiados por tu gracia! ¡Qué así lo haga tu amor incomprensible! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!





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