"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1)
“… se marchó al descampado y se puso a orar”.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para hoy (Mc 1,29-39) es la continuación de la que leíamos ayer, en la que
Jesús curó a un endemoniado. Entre ambas, nos narran un día completo en la vida
de Jesús.
Hoy encontramos a Jesús que sale de la sinagoga
y se dirige a casa de Pedro. El que ha tenido la oportunidad de visitar
Cafarnaúm sabe que la casa de Pedro no dista mucho de la sinagoga, al punto que
de una se ve la otra.
Al llegar a la casa de Pedro, Jesús encuentra a
la suegra de Pedro enferma con fiebre. Inmediatamente la cura y ella sin
dilación se pone a servirles. Jesús continúa manifestando su poder sobre la
enfermedad, pero sobre todo su compasión y misericordia infinitas. Vemos cómo
la suegra de Pedro se pone a servirles tan pronto es curada. Un reflejo de la
actitud fundamental de Jesús, que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28).
Un reflejo de lo que debería ser nuestra actitud (Cfr. Gál 2,20) para con nuestro prójimo.
Tan pronto se enteró la gente que Jesús estaba
allí, comenzaron a traerle enfermos y endemoniados y Él los cura a todos,
liberándolos de sus dolencias físicas y de sus demonios. Esa es la misión de
Jesús, junto al anuncio de la Buena Noticia del Reino. Y hoy Jesús continúa
curando nuestras dolencias y deshaciendo toda clase de obstáculos e
impedimentos a nuestra salvación; esos “demonios” que nos alejan de Él. Tan
solo tenemos que acercarnos a Él.
Finalizada la jornada, de madrugada, hizo lo
que tantas veces lo vemos hacer en los evangelios: “se marchó al descampado y
se puso a orar”. Ese diálogo constante de Jesús con el Padre que caracteriza
toda su misión. Jesús vivió en un ambiente de oración. Así, a manera de
ejemplo, comenzó su vida pública con una oración en su bautismo (Lc 3,22). Del
mismo modo culminó su obra redentora, en la última cena, pronunciando una
oración de acción de gracias sobre las especies eucarísticas (Mt 26,26-29; Mc
14,22-25; Lc 22,19-30, 1 Co 11,23-25). Más adelante, hacia el final de su
misión redentora, se retiró al huerto de Getsemaní a solas a orar (Mt
26,36-44).
Podemos decir que la actividad salvadora de
Jesús se “alimentaba” constantemente del diálogo amoroso con su Padre.
Igualmente, antes de tomar cualquier decisión importante, como cuando fue a
elegir a los “doce”, pasó toda la noche en oración (Lc 6,12). Son tantas las
instancias en que Jesús oraba, que sería imposible enumerarlas todas,
incluyendo al realizar muchos de sus milagros.
Con el ejemplo del pasaje de hoy, Jesús nos está enseñando que podemos y debemos conjugar la oración con nuestro trabajo (ora et labora). Él siempre, aún en los días de más actividad como el que nos narra la lectura de hoy, sacaba tiempo para hablar con el Padre. “Fabricaba” el tiempo, aún a costa de sacrificar el sueño (“se levantó de madrugada”). Me recuerda a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, que pasaba las noches en vela orando después de una larga jornada de predicación. Y nosotros, ¿le dedicamos al Padre el tiempo que Él merece? ¿Podrías dedicarle al menos cinco minutos hoy? Anda, ¡Él te espera!
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