"Ventana abierta"
De la
mano de María
Héctor L.
Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN
PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Las mies es abundante, pero los trabajadores
son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”
(Mt 9,37).
Como primera lectura de hoy continuamos leyendo
la profecía de Oseas, y vemos cómo el profeta reitera su denuncia contra el
pueblo de Israel que se ha mostrado infiel para con Yahvé Dios. Pero la Palabra
de Dios transmitida a su pueblo por voz del profeta ha caído en oídos sordos.
La esposa infiel ha despreciado el ramo de olivo que le tendía su amante
esposo. La sentencia no se hace esperar: “tendrán que volver a Egipto”.
Casi doscientos años después, el profeta
Jeremías hará lo propio con el Reino de Judá (del Sur) cuando les profetiza que
serán conquistados por el Rey Nabucodonosor y deportados a Babilonia.
En mis clases de Biblia en la universidad digo
mis estudiantes que la historia del pueblo judío que se nos narra en la Biblia
es un reflejo de nuestra propia vida, un ciclo interminable de infidelidades de
nuestra parte, y una disposición continua de parte de Dios a perdonarnos.
“La mies es abundante, pero los trabajadores
son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
Con esta frase de Jesús culmina la lectura evangélica de hoy (Mt 9,32-38). Este
pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso
misionero de Jesús que
ocupa todo el capítulo 10 de Mateo.
El pasaje comienza planteándonos la brecha
existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el
poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros,
tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos
para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el
poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no
permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.
Otra característica de Jesús que vemos en este
pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no
espera que la gente vaya a Él, sino que va por “todas las ciudades y
aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando
todas las enfermedades y todas las dolencias”. El mismo llamado que nos ha
hecho el papa Francisco desde el momento en que ocupó la cátedra de san Pedro.
Jesús está consciente de que su tiempo es
corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita
trabajadores para recoger la cosecha.
Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que
implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no
podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que
mande trabajadores a su mies”. La misión que Jesús encomienda a sus apóstoles
no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo
fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar
el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos:
sacerdotes, religiosos, laicos. Y, al igual que Jesús, al aceptar nuestra
misión, roguemos “al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
Oremos al Señor por el aumento en las
vocaciones sacerdotales y religiosas, y para que cada día más laicos acepten el
reto y la corresponsabilidad de la instauración del Reino. Y eso nos incluye a
todos nosotros, cada cual según sus talentos, según los carismas que el
Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).
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