"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
‘Unidos ante la crisis’
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y
hermanas:
La crisis en la que estamos
inmersos como consecuencia de la pandemia de COVID-19 nos hace rememorar
aquella otra crisis económica de hace no pocos años. Muchos hermanos nuestros
aún no se han recuperado de esta última coyuntura y esta tiene una perspectiva
más pavorosa.
Hemos vivido unas tristísimas
circunstancias: millares de muertos solos en los hospitales, sin la
compañía de sus seres queridos, centenares de miles de enfermos, la angustia de
los médicos y del personal sanitario que se han desvivido por atender a todos,
lo mismo que los demás servidores públicos. Desde las dos últimas guerras
mundiales, la humanidad no había sufrido una tragedia semejante. Por ello, os
invito a todos a levantar los brazos intercediendo por nuestro pueblo y por
toda la humanidad, pues como nos dice San Pablo en su carta a los Hebreos, “no
tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino
que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso,
acudamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y
encontrar gracia para el tiempo oportuno” (4,15-16).
Vuelve a urgir trabajar por la
implantación de una sociedad más humana. El primer paso es redescubrir la ley
natural, concreción de la ley eterna para la criatura racional. Hemos de
redescubrir además la relacionalidad como elemento constitutivo de la propia
existencia. El hombre es el único ser de la creación capaz de dar una acogida
incondicionada y un amor infinito a sus semejantes, un ser llamado a vivir en
relación, un ser para los demás, que debe considerar al otro como alguien de su
propia familia, como alguien que le pertenece.
Urge, pues, que todos
favorezcamos el rearme moral de la sociedad y que la Iglesia, las instituciones
del Estado, de la sociedad civil y la escuela luchen por fortalecer la
conciencia de que todos formamos parte de una única realidad, fomentando los
valores de la fraternidad, la acogida, la solidaridad, la preocupación por los
otros, especialmente por los pobres, poniéndonos de su parte y en su lugar,
apeándonos, como el Buen Samaritano, de nuestra cabalgadura para arrodillarnos
ante el empobrecido y el que sufre, para curarle y vendarle tantas heridas. Hay
que favorecer también el principio de legalidad y la ejemplaridad de las
instituciones y representantes públicos.
Mucho puede hacer en este
campo la familia y la escuela, educando a los niños en la fraternidad, en la
experiencia de la generosidad y el descubrimiento del prójimo. Mucho puede
hacer la Iglesia anunciando el Evangelio de la paz, la justicia y la
fraternidad, recordando que todos los hombres somos hermanos, hijos del mismo
Padre, salvados por la misma sangre redentora de Cristo. Mucho pueden hacer y
están haciendo las instituciones de la Iglesia, socorriendo a los pobres en sus
necesidades primarias, desde las Cáritas diocesanas y parroquiales, desde las
obras sociales de los religiosos, desde otras instituciones de matriz
cristiana, y desde la acción social de nuestras hermandades. Mucho está
haciendo la Iglesia acogiendo fraternalmente a quienes emigran de sus países a
causa de la pobreza o la violencia, y reclamando a las administraciones
públicas que desarrollen sistemas de plena integración en el tejido social, de modo que los
autóctonos y los que llegan de fuera sientan el lugar donde residen como la
casa común.
Para nadie es un secreto que
en nuestros barrios sevillanos y en nuestros pueblos hay mucho sufrimiento y
dolor como consecuencia del paro, todo agravado por esta crisis sanitaria en la
que nos encontramos. Sigue siendo tristísima la situación de más de la mitad de
nuestra juventud, sin horizontes y sin futuro. En esta coyuntura henchida de
desesperanza, es preciso reforzar la solidaridad. Es una exigencia de caridad y
justicia que en los momentos difíciles quienes tienen más se ocupen de los que
viven en condiciones de pobreza. Las instituciones deben asegurar el apoyo
especial a los parados, a las familias, especialmente a las numerosas, a los
jóvenes, los más castigados por la falta de trabajo. A los ciudadanos les
corresponde cumplir honradamente las leyes por un elemental sentido de la
justicia distributiva. Por ello, reitero que es injustificable el fraude
fiscal, la evasión de capitales, la corrupción y el enriquecimiento ilícito.
Por último, en esta hora es
más urgente que nunca recordar la necesaria ejemplaridad de los responsables de
las administraciones públicas, que han de ser especialmente transparentes y
escrupulosos en la gestión de los recursos. El descuido del bien común, la
corrupción y la apropiación de lo que es de todos escandaliza a las personas de
bien, especialmente a los que han perdido su trabajo o su modus vivendi,
desacredita a la clase política, salpica a los políticos honrados, produce
desánimo y hastío en la sociedad y disminuye las defensas éticas en una
sociedad ya de por sí debilitada en el campo de los valores morales.
Estos meses hemos comprobado
cómo las circunstancias vividas han suscitado en nuestro pueblo los
sentimientos más nobles de compasión, cercanía, solidaridad y ayuda generosa,
sintiéndonos un pueblo unido por la fraternidad humana y cristiana. Se dice, y es
verdad, que ha aflorado lo mejor de nosotros como pueblo. Nos esperan, sin
embargo, tiempos muy duros una vez que desparezca la epidemia con una sociedad
hundida y deprimida. En esta hora, los cristianos debemos ser hombres y mujeres
de esperanza, sembradores de esperanza, confiando en las promesas de Dios y en
su amor, pues no se ha olvidado de nosotros.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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