"Ventana abierta"
De la
mano de María
Héctor L.
Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio
autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”.
La lectura evangélica que nos brinda la
liturgia de hoy (Mt 10,1-7) es el comienzo del llamado discurso misionero, o de
envío, de Jesús a sus apóstoles que ocupa todo capítulo 10 del Evangelio según
san Mateo. El pasaje que Mateo nos presenta hoy es el envío de los “doce”; de
aquellos que van a compartir con Él la responsabilidad de llevar a cabo y
continuar la misión que el Padre le había encomendado (Cfr. Mt 9,35; Lc 4,43).
Por eso nos dice la Escritura que en primer
lugar, “llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar
espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”. Les delegó su
autoridad. Los primeros obispos. El primer signo de la Iglesia apostólica.
Luego Mateo se toma el trabajo de mencionarlos
a todos por su nombre. Ya no se trata de un grupo anónimo de setenta y dos
discípulos (Lc 10,1-9). Se trata de los “doce”, a quienes Mateo llama
“apóstoles” al identificarlos por sus nombres. Estos son aquellos a quienes
Jesús, luego de pasar una noche entera en oración, escogió de entre sus
discípulos para que continuaran Su misión, llamándoles apóstoles (Lc 6,12-13).
Luego de delegarles su autoridad, comenzó a
darles las instrucciones, la primera de las cuales la recoge la lectura de hoy:
“No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id
a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos
está cerca”.
Recordemos que Mateo escribió su relato
evangélico para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, para
demostrar que Jesús era el Mesías anunciado por los profetas; que en el Él se
cumplían todas las profecías y promesas del Antiguo Testamento. Por eso Mateo
enfatiza que Jesús envió a los apóstoles en primera instancia a proclamar el
anuncio del Reino al pueblo judío, que ellos entendían era el recipiente de
todas esas promesas.
Es decir, que a pesar de que luego de su
Resurrección nos diría que su mensaje liberador iba dirigido a toda la
humanidad (Mt 28,19), instando a los apóstoles a ir a hacer discípulos a todas
las naciones, decidió “comenzar por la casa”.
Si examinamos nuestra Iglesia, vemos que, al
igual que aquellos primeros apóstoles, debemos comenzar evangelizando, formando
a los “nuestros” antes que a los “de afuera”. Fortalecer nuestra Iglesia para
entonces poder llevar nuestra misión evangelizadora a todas las gentes. De ahí
nuestra insistencia en la formación de nuestra feligresía; personas cuya fe se
“enfría” y terminan alejándose, por desconocimiento de la riqueza de nuestra
tradición, nuestra liturgia y, sobre todo, de los fundamentos bíblicos de
nuestra Iglesia, la única fundada por Jesucristo. Personas que se “aburren” en
nuestras celebraciones litúrgicas, sencillamente porque desconocen lo que está
ocurriendo. No se puede amar lo que no se conoce.
Todos estamos llamados a evangelizar. Pero
vayamos primeramente “a las ovejas descarriadas” de nuestra Iglesia. Comencemos
pues, al igual que “los doce”, por nuestra familia, nuestra comunidad
parroquial, especialmente los que se han alejado…
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