La frase es de A. de Mello: “nadie se emborracha por hablar mucho del vino”. Para emborracharnos hay que beber el vino.
Yo añadiría tampoco nadie se “emborracha de Dios por mucho que hablemos de Él”. Hasta los curas, que nos pasamos la vida hablando de Dios es posible que, más que borrachos, estemos todos muy cuerdos”.
Es que las palabras no emborrachan.
A lo más, la excesiva palabrería puede embo- rracharnos de aburrimiento y cansancio.
Las palabras no emborrachan
El no le conocía. Pero el Señor le dio los criterios para identificarlo.
“Y él contempló al Espíritu Santo que bajaba del cielo como paloma, y se posó sobre él”.
Y él lo ha visto “y por eso da testimonio de que es el Hijo de Dios”.
A Dios es preciso verlo en nuestra experiencia.
A Dios hay que sentirlo en nuestra experiencia.
Y no de segunda mano a través de quién escribe o habla de El.
No podemos hablar de Dios porque otros no lo han dicho.
No podemos hablar de Dios porque lo hemos leído en libros.
Sólo puede habla adecuadamente de Dios quien lo ha visto, lo ha sentido en su corazón.
Quisiera citar aquí una frase de Pagola que escribe: “Parecemos hombres y mujeres que, por decirlo con palabras del Bautista, han sido “bautizados con agua”, pero a los que les falta todavía “ser bautizados con el Espíritu Santo y fuego”.
Hablar de lo que hemos visto y oído.
Hablar con convencimiento.
Hablar con gozo y con alegría.
Y sobre todo, hablar con el testimonio de nuestra vida.
Dios necesita “testigos”. “Y vosotros seréis mis testigos”. Y Juan en la introducción a su primera Carta nos dice hasta nueve veces “lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos tocado con nuestras manos” esto es lo “que os anunciamos”.
Los hijos necesitan de padres que han visto.
Los fieles necesitan de sacerdotes que han visto.
El mundo necesita de cristianos que han visto.
Por eso todos necesitamos de “ese bautismo del Espíritu y fuego” para que el agua con que nos bautizaron no se seque de inmediato.
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