"Ventana abierta"
DOMINICAS LERMA
¿SABÍAS QUE…
… UNO DE LOS GRUPOS SE PERDIÓ?
Sí, y, para ser exactos, el grupo que se
perdió… ¡¡fue el de Santo Domingo!!
Lo cierto es que, ante el momento del relato en
que nos encontramos, esta narradora ha tenido una pequeña crisis existencial:
mi tentación era seguir la pista a cada uno de los grupos para ir compartiendo
sus peripecias, ¡pero creo que eso puede ser caótico! Así pues, con gran dolor
de nuestros corazones, diremos “adiós” a nuestros queridos frailes, y
continuaremos el viaje de la mano de Domingo, recibiendo las noticias cuando le
lleguen a él.
Tras el percance monetario con fray Juan, todos
los frailes, incluido el navarrico terco, se pusieron en camino hacia los
destinos que les habían asignado. Si leíste la ampliación sabrás (y si no, te
lo cuento ahora) que Domingo pretendía ir con fray Esteban a Roma. Este destino
era claramente estratégico: la idea era volver a reunirse con el Papa para
pedirle más bulas que facilitasen las cosas a los predicadores.
Y es que la situación pintaba un poco cruda,
para qué nos vamos a engañar. La Orden podía estar aprobada por la Iglesia,
podía estar bajo la protección del Papa… pero eso de “ir a predicar” no era un
asunto tan simple. La predicación era tarea exclusiva de los obispos, y, aunque
es de suponer que alguno se alegraría de contar con refuerzos, no podemos negar
que la mayoría de los prelados se sentirían pisoteados en su derecho de
enseñanza, ¡y además por unos frailes zarrapastrosos, que se atrevían a
predicar sin séquito, sin escolta, sin caballos y sin lujos!
Con su perspicacia habitual, nuestro castellano
comenzó a intuir que iban a necesitar más apoyo del Papa para convencer a los
obispos de que les dejasen moverse por las diócesis. Más de uno seguro que
estaría dispuesto a echarles a patadas: ese estilo de vida pobre y evangélica
de los frailes contrastaba demasiado con el estilo de vida de algunos de estos
hombres de Iglesia. Como dijimos en capítulos anteriores, había prelados
realmente ejemplares… y otros que solo servían de mal ejemplo.
Así pues, santo Domingo y fray Esteban, tras la
turbulenta despedida que vimos en el capítulo anterior, pusieron rumbo a Roma.
Desde Toulouse hasta la Ciudad eterna hay
aproximadamente un mes de caminata (yo me canso solo de pensarlo…). La cuestión
es que, pasado ese mes, ninguno de los dos frailes había llegado al destino. Y
tampoco llegarían en las semanas siguientes…
¿Dónde se nos han perdido? ¿Qué les ha podido
suceder?
Que no cunda el pánico, que nuestros dos amigos
se encuentran estupendamente. Lo que ocurrió fue que, por el camino, Domingo
decidió hacer escala en Bolonia, la ciudad italiana que empezaba a entrar en el
ranking de las ciudades universitarias. La urbe estaba en plena ebullición,
¡sus calles eran un alboroto continuo de estudiantes y profesores! Al
castellano le hicieron los ojos chiribitas, emocionado con ese ambiente, y
convenció a fray Esteban para quedarse allí unos días. Pero los días se
convirtieron en semanas, y las semanas… ¡en un mes!
Lo cierto es que la cosa era como para
entusiasmarse: tanto estudiantes como profesores escuchaban con vivísimo
interés a los dos frailes, tanto que, poco a poco, estudiantes, ¡y también
profesores!, fueron pidiendo a Domingo… ¡que les aceptase en su Orden!
Cualquiera habría visto en esta circunstancia
una ocasión de oro y les habría acogido a todos dando saltos de alegría. Qué
buen inicio de la misión, ¿no crees? Bueno, eso es lo que habría hecho
cualquiera, pero no santo Domingo. Sabemos que nuestro amigo aceptó a cuatro
jóvenes (Otón, Enrique, Alberto y Gregorio) pero a los demás les dijo que
continuasen dando clase o estudiando. Que, si aquello era obra del Señor, la
espera fortalecería su vocación. Y, con toda paz, se despidió con la promesa de
que, dentro de un año, volvería para fundar un convento allí, en la misma
ciudad de Bolonia.
De este modo, con un mes de retraso, el grupo
llegó a Roma, formado no por dos frailes, sino por seis, ¡y con unos cuantos
jóvenes en espera! La dispersión que tanto había costado, comenzaba a dar sus
frutos…
PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor también lleva ritmos
distintos con cada uno?
No deja de ser curioso la forma en que Domingo
trató a esos jóvenes que querían unirse a la Orden. ¿Por qué a esos cuatro les
dijo que sí, mientras que a los otros les dio largas? No lo sabemos. ¿Qué
criterio usó? Todos eran entusiastas, inteligentes, cultos, y con un deseo
inmenso de amar al Señor, pero Domingo solo permitió a cuatro que continuasen
el viaje con él. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Tal vez pueda parecernos injusto,
pero el hecho es que Domingo actuó igual que actúa Jesús.
En efecto, ¡el Señor lleva ritmos distintos con
cada uno! En el evangelio vemos que a unos les cura con la palabra; a otros,
tocándoles; pero también hubo un grupo de leprosos al que, simplemente, ¡les
dice que sigan caminando!
“Y sucedió que, mientras iban de camino,
quedaron limpios” (Lc 17, 14).
A nosotros nos gustan las cosas rápidas,
inmediatas, pero al Señor le gusta detenerse a mirarnos, ¡nos trata como si
fuéramos únicos! Él ve lo que realmente necesita nuestro corazón, ¡y sabe bien
que a veces lo que más nos puede ayudar es hacer un proceso, caminar, esperar!
“Toda la vida del buen cristiano es un santo
deseo. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo
que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea;
sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha,
y por esto ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios,
difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y,
ensanchándola, la hace capaz de sus dones” (San Agustín).
VIVE DE CRISTO
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