"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
JESÚS, CURABA UNO POR UNO
38 Saliendo de la sinagoga,
entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le
rogaron por ella.
39 Inclinándose
sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al
punto, se puso a servirles.
40 A la puesta
del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban;
y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
41 Salían
también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el
Cristo.
42 Al hacerse
de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y,
llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara.
43 Pero él les
dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de
Dios, porque a esto he sido enviado.»
44 E iba
predicando por las sinagogas de Judea. (Lc.
4, 38-44)
Cuando el sol se esconde tras las montañas, hay
otro Sol incomparablemente mayor que luce entre los hombres. Este es Jesús, la
Luz del mundo sobrenatural. Él viene a disipar las tinieblas del espíritu que
el hombre experimenta cuando se aparta de Dios y se entrega a otros dioses que
no son Dios. Y las obras de las tinieblas traen consigo la ceguera del alma y
como repercusión, las dolencias del cuerpo, y tantas enfermedades que afligen
la vida de los hombres. Y esto es así, porque lo primero que destierra Jesús en
ellos es el pecado. “Tus pecados quedan perdonados” y así, el espíritu está
presto para ser iluminado por Dios.
Cuando el espíritu está ya purificado, Jesús
pone su mano sobre la carne enferma y le devuelve la salud. Y, esto no lo hace
en serie, sino uno por uno. Cada hombre es objeto de la solicitud divina
porque, uno a uno, nos ha creado en amor y por amor. Y, así mismo, nos quiere
salvar regalándonos la vida eterna, “uno por uno”. Y nos preguntamos: “¿qué
tengo yo Señor que mi amistad procuras?, ¿qué interés se te sigue Jesús mío que
pasas las noches a mi puerta llamando insistentemente?”. Dios es como el
mendigo y nosotros como el gran señor. “¡Oh Jesús, no nos dejes en nuestra
natural ceguera sino, hazte presente a nuestro corazón duro y que, tu gracia,
con paciencia, lo rompa y pueda entrar en él el Amor, pues éste es el deseo de
tu Sagrado Corazón!
Pero, así como pides permiso al hombre en su
libertad, con los demonios no actúas de la misma manera, sino que los arrancas
de la vida de los hombres y los sumerges en “las mazmorras de las tinieblas”.
Ellos, según la fe, fueron puestos a prueba en su libertad para seguir y servir
sólo a Dios y no a sí mismos. Y su decisión fue irrevocable en un solo acto
libre porque, al ser espíritus puros, no estaban sometidos al error o a la
ignorancia, como estamos los hombres. De aquí la condescendencia y paciencia de
Dios con nosotros, pero no con los espíritus demoníacos.
La venida de Jesús a nuestra tierra en su
Encarnación, nos libró para siempre de estos seres indeseables. A todos ellos
los expulsó de nuestras almas, por la fuerza de la Sangre Divina derramada en
la Cruz. Allí, se realizó el gran milagro de recuperar para siempre nuestra
filiación divina y ser eternamente, también, felices junto a Dios.
¡Si los demonios, Jesús, te confesaban Hijo de
Dios y decían bien, sin error, ¿cómo no haré yo más que ellos que “me has
curado y me has hecho revivir” a la vida del amor y de la gracia? ¡Quiero,
Señor, que mi vida sea una continua acción de gracias por tu Amor y con tu
Amor! ¡Quiero, una vez envuelto en tu gracia, predicar tu Evangelio a toda
criatura y hasta en los confines del mundo! ¡Como tú, Jesús, que al quererte
retener en los estrechos confines donde curabas, les decías: “es necesario que
proclame el Reino de Dios también en las otras ciudades, pues para esto he sido
enviado”! Tu predicación es para todos, aunque sólo muchos lo acojan y se
alimenten de tu Palabra.
¡Enciende Señor en mí el celo por la salvación de las almas, pues has puesto en mis manos las herramientas para ello: la curación, el expulsar a los demonios y bautizar en tu Nombre! ¡Jesús, qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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