"Ventana abierta"
¿ES JESÚS UN MAGO O EL MESÍAS?
José Luis Sicre Díaz
La dificultad de curar a un sordo. Cuando llegamos al final del capítulo 7 del
evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un
paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; ha
resucitado a la hija de Jairo, y, en el episodio inmediatamente anterior
(suprimido por la liturgia), ha curado a la hija de una mujer cananea.
Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una
palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se
produjese la curación.
Ahora, al final del capítulo 7, la
curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además
habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero
prescindo de este problema), no
viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares,
como al paralítico, y le piden a
Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en
cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y
Lucas prefirieron suprimir este relato.
Conviene advertir cada una de las acciones
que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se
quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos;
5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7)
gime; 8) pronuncia una palabra, effatha (se discute si hebrea
o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.
Desde el punto de vista de la medicina de
la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede
un poder curativo. Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua extraña,
recuerdan al mundo de la magia.
Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se
quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la
promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura:
«Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se
abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará
gritos de júbilo.» La curación
demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.
La dificultad de curar a un ciego. Si la selección de los textos
litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres domingos habríamos
leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para
entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo
lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que
lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.
Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca
de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le
pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6)
Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los
relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en
lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman
también este episodio.
La sordera y ceguera de los discípulos.
¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el
relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a
los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc
8,17-18).
Ojos que no ven y oídos que no oyen.
Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de
un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús
conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería
mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando
Jesús cure al ciego Bartimeo.
1ª lectura: Las maravillas de la época
mesiánica (Isaías 35,4-7) Ha
sido elegida por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se
realiza en el milagro de Jesús. En realidad, el texto del libro de Isaías se
centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de
verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a
Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos,
mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con
guarida de chacales. El profeta los
anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma
maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción
ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros
cristianos.
2ª lectura: Un milagro más difícil todavía
(Carta de Santiago 2,1-5)
Aunque sin relación con el evangelio, este
texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época
mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera
inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro,
elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el
presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras
relega a segundo plano a los pobres. El
nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos
conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».
Reflexión final
Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy
destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará
Pedro el día de Pentecostés, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El
público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos
aspectos se complementan.
Pero quien desea conocer el mensaje de
Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego.
Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender
a Jesús, pero que siguen caminando con él.
La segunda lectura, en la situación actual
de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin
futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible
mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan
luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos
cardenalicios.
P. Leonardo
1. Me parecen estupendas las reflexiones de
José Luis Sicre. Son una garantía
2. Dios nos ha proporcionado cinco ventanas
(principales, pues hay otras) vista, oído, olfato, gusto, tacto, sentido común…
3. Pero a veces los tenemos “contaminados”.
Ejercitamos las cualidades mal
4. Jesús cura, sanea todas esas ventanas con
las que nos ponemos en contacto con la política, la sociedad, la economía, nuestros
proyectos, la salud, las relaciones con la naturaleza, con la sociedad, la
familia, la edad…
5. Antiguamente ponían saliva en los oídos de
los niños, en su boquita ponían un pellizco de sal. Decía el sacerdote:
Effeta….ábrete, en adelante.
6. Se han suprimido, por higiene. Pero eran
símbolos muy significativos: el cristiano es oyente de la Palabra y en su actuar en la vida debía ser,
además de creyente, sal de la
tierra…
7. ¿Nos suena? Oyentes, reflexivos. No hay
peor sordo que el no quiere, ni está dispuesto, a oír. En tiempo de Jesús no
había libros, ni luz eléctrica…el oído era imprescindible para la reflexión de
lo que se les decía. Nosotros sí…hasta otorrinos que nos ponen ciertos
remedios.
8. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
9. Y lo que oímos, lo saboreamos y lo
llevamos a la práctica.
10. Y una recomendación: no seamos perros mudos (Isaías 56,10-129…ni alabemos con palabras y nuestro corazón esté lejos… (Mateo15, 8 s.
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