"Ventana abierta"
LAS MANOS SUCIAS Y EL CORAZÓN LIMPIO
José Luis Sicre Díaz
Después de cinco domingos leyendo el evangelio
de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes nos ha
ocupado el tema de comer el pan de vida. Este
domingo el problema no será comer el pan, sino comer con las manos sucias.
Una pregunta malintencionada de los fariseos y de los doctores de la ley (los
escribas) provoca: a) la respuesta airada de Jesús; b) una enseñanza algo
misteriosa a la gente; c) la explicación posterior a los discípulos. El texto
de la liturgia ha suprimido algunos versículos, empobreciendo la acusación de
Jesús y uniendo lo que dice a la gente con la explicación a los discípulos.
El contexto
Antes de dar la palabra a los fariseos y
escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente antes.
Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús cruza a la región de
Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con enorme entusiasmo
por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus
enfermedades.
La intervención de los
fariseos y escribas
De repente, el idilio se rompe con la llegada
desde Jerusalén de fariseos (seglares superpiadosos) y de algunos escribas
(doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al grupo
fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo
importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos,
sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial no es la misericordia, sino el
cumplimiento estricto de lo que siempre se ha hecho.
Con esta mentalidad, cuando se acercan al lugar
donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de los discípulos
están comiendo con las manos sucias. El lector moderno, instintivamente, se
pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que una persona se lave
las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después de usarla. Es
cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen quizá también
fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más estrictos terminaron
convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no
se quejan de que los discípulos coman con las manos sucias, sino
con las manos impuras, saltándose con ello la tradición de
los mayores. Aunque el Antiguo Testamento contiene numerosas normas,
algunas de carácter higiénico, nunca menciona la obligación de lavarse las
manos ni de lavar copas, jarros y bandejas; esto forma parte de «las
tradiciones de los mayores», tan sagradas para los fariseos como las costumbres
de la madre fundadora o del padre fundador para algunas congregaciones
religiosas, o de cualquier minucia litúrgica para algunos ritualistas.
La respuesta airada de Jesús
La reacción de Jesús es durísima. Tras
llamarlos hipócritas, les hace
tres acusaciones: 1) su corazón
está lejos de Dios; 2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos
humanos; 3) dejan de observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las
tradiciones de los hombres.
Estas acusaciones resultan durísimas a
cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus
fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.
El problema, según Jesús, es que
el fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los
mandamientos de Dios. Incluso
las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse con la conciencia
tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la liturgia ha
suprimido. Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso de
necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede
atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes
los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento,
no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así
invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis
otras muchas».
Un lector crítico podría acusar a Marcos de
tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo a los
fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción de
Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los primeros
cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían de
religiosos.
Enseñanza a la gente
Como los fariseos y escribas no responden, aquí
podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para
enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza: «Nada que entra de fuera puede manchar al
hombre; lo que sale de dentro es lo que puede manchar al hombre.»
La explicación a los
discípulos
No sabemos si Jesús se quedó contento de esta
breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los
discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido
por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que
entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el
retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo
que entra en el vientre, sino
lo que sale del corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón. [Resulta raro
que Marcos no cite catorce, número de plenitud (2 x 7), pero ningún asistente a
misa va a notarlo, y el predicador probablemente tampoco].
Esta enseñanza de que el peligro no viene de fuera, sino de dentro, resultará a algunos
muy discutible. ¿No vienen de fuera la pornografía, la droga, las invitaciones
a la violencia terrorista? ¿No nos influyen de forma perniciosa el cine, la
televisión, la literatura?
Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra en
estas cuestiones, se refiere al caso concreto de los alimentos. Otra de las
frases del evangelio suprimidas en la liturgia de hoy dice que Jesús, con su
enseñanza de que lo que entra en el vientre no contamina al hombre, «declaró
puros todos los alimentos». Por eso los cristianos podemos comer carne de
cerdo, de liebre, de avestruz, gambas (camarones en ciertos países de América
Latina), cigalas, langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según nuestra
costumbre y nuestra economía. Un cambio revolucionario, porque todas las
religiones obligan a observar una serie de normas dietéticas.
Por otra parte, aunque Jesús se centre en los
alimentos, su enseñanza tiene un valor más general y desvelan nuestra comodidad e hipocresía. El mal no viene de
fuera, sale de dentro. Y con el
mismo criterio debe enjuiciar cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros
mismos. No echemos la culpa a los demás.
1ª lectura: Deuteronomio
4,1-2.6-8.
La importancia que concede Jesús a la ley de
Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del
Deuteronomio como paralelo al evangelio. Pienso que los responsables de la
elección no han caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis
ni suprimiréis nada de las prescripciones que os doy». Y Jesús añadió y
suprimió. Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo
de indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista
de animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta
primera lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de
la ley mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.
2ª lectura: Carta de Santiago
1,17-18.21-27.
Los cristianos tenemos el mismo peligro que los
fariseos de engañarnos, dando más
valor a cosas menos importantes. El final de esta breve lectura ofrece
un ejemplo muy interesante. ¿En qué consiste la religión verdadera, la que
agrada a Dios? ¿En oír misa diaria, rezar el rosario, hacer media hora de
lectura espiritual? Eso es bueno. Pero lo más importante es preocuparse por las
personas más necesitadas; el autor, siguiendo una antigua tradición, las
simboliza en los huérfanos y las viudas. Cuando recordamos la parábola del
Juicio Final («porque tuve hambre…») se advierte que el autor de esta carta
piensa igual que Jesús
P. Leonardo:
1. Nos confesamos de faltas contra la pureza,
contra la castidad…
2. Y tenemos razón y hay que confesarse de ello.
Es cuestión de relaciones humanas limpias.
3. Pedimos al Señor que nos dé un corazón puro con
el salmo 51
4. El problema es profundizar en qué es pureza…
5. Jesús aclara: del corazón salen… (volver a leer
el texto)
6. Luego hay múltiples impurezas y no solo las sexuales (que también hay que
cuidar, por supuesto)
7. Nos llama (me llama) hipócritas porque no
cuidamos de verdad la justicia, el agradecimiento y la misericordia y nos
fijamos en la fachada, en el postureo. Son nuestras múltiples contradicciones
interiores
8. Mira -dice Jesús – dentro de ti. ¿Qué sale de
dentro de ti? ¿A dónde vas? ¿Qué repercusiones hacia fuera tendrá tu cocina
interior?
9. Ahora me viene a la cabeza, por qué Jesús, al
comienzo de su predicación insistía y gritaba “Convertíos” “Creed la Buena
Noticia”(Marcos 1 14 s)
10. Quizá tenga yo que revisar mi concepto de pureza… y animarme con Jesús, a buscar un corazón puro. Es su gracia; se la pido.
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