"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
JESÚS, RESUCITADO, EN PERSONA, CAMINÓ CON ELLOS
14 Y, conversaban entre sí sobre
todo lo que había pasado.
15 Y sucedió que, mientras ellos
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos;
16 pero sus ojos estaban
retenidos para que no le conocieran.
17 El les dijo: «¿De qué
discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire
entristecido.
18 Uno de ellos llamado Cleofás
le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas
que estos días han pasado en ella?»
19 El les dijo: «¿Qué cosas?»
Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en
obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo;
20 cómo nuestros sumos
sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.
21 Nosotros esperábamos que
sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya
tres días desde que esto pasó.
22 El caso es que algunas
mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al
sepulcro,
23 y, al no hallar su cuerpo,
vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían
que él vivía.
24 Fueron también algunos de los
nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él
no le vieron. »
25 El les dijo: «¡Oh insensatos
y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!
26 ¿No era necesario que el
Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?»
27 Y, empezando por Moisés y
continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas
las Escrituras.
28 Al acercarse al pueblo a
donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.
29 Pero ellos le forzaron
diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y
entró a quedarse con ellos.
30 Y sucedió que, cuando se puso
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando.
31 Entonces se les abrieron los
ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.
32 Se dijeron uno a otro: «¿No
estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras? »
33 Y, levantándose al momento,
se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban
con ellos,
34 que decían: «¡Es verdad! ¡El
Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!»
35 Ellos, por su parte, contaron
lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del
pan. (Lc. 24, 13-35).
Dos discípulos de Jesús caminaban desencantados
y tristes: sus expectativas sobre Jesús se habían desvanecido y, en este primer
momento, sólo aliviaban su alma dolorida el compartir uno con otro todo el
motivo de su tristeza. ¿Sufrían por haber visto a su Señor triturado por la
maldad de los poderosos de su tiempo? Sí, también por esto. Pero ahora, se
encontraban solos y abandonados ante el silencio de Dios... Pues ahí es donde
Jesús se quiere hacer presente: en medio del sin sentido de la vida. Y caminó
con ellos y hurgó en “esa conversación que traéis, cuando vais de camino”. Y,
ellos, aliviados por la oferta de este forastero, vuelcan sus almas y cuentan
lo acaecido con Jesús, su frustrado Maestro.
El Señor los escucha atentamente y, en un punto
de la conversación, Él mismo los toma de la mano y los hace entrar en otra
dimensión de la vida de Jesús: con la Sagrada Escritura les va explicando cómo
en ella todo estaba escrito de Jesús y ahora se ha cumplido exactamente en Él.
Con su Palabra les va abriendo el entendimiento. Pero esto, no es bastante para
reconocer a Jesús cerca, en este extranjero. Sí que “les ardía el corazón
cuando les explicaba las Escrituras”. Y se sentían atraídos por la sabiduría de
este forastero. Por esto le convencieron, al llegar a la posada, que se quedara
con ellos esa noche. Su compañía les ponía bálsamo en su corazón herido.
“Y se sentaron a la mesa”. Cuando Jesús tomó el
pan en sus manos, lo bendijo, lo partió y se lo fue dando…¡De repente, se les
abrieron los ojos de la fe y lo reconocieron, pero Él desapareció de su vista!
En este gesto que les trajo a la vida la institución de la Eucaristía, se
sentían otros hombres. ¡Ahora, sabían, por el don de la iluminación en sus
almas, que Jesús estaba vivo, que había resucitado y caminó con ellos, comió el
pan y les dio su Cuerpo para ser fortalecidos por una fe que ahora “movía
montañas!”
¡Esta alegría del encuentro con el Resucitado,
rompe todo su estado anterior de depresión y les lanza intrépidos hacia los
otros que están en Jerusalén, como ellos estaban hace poco tiempo! ¡Necesitan
darles testimonio de lo que habían visto y oído y la cercanía de Jesús
Resucitado! ¡Él está vivo y comió con ellos, está a su lado, y esto aunque sus
ojos físicos no lo vean!
Jesús, cada mañana, come con nosotros, nos da a comer su Carne en la Eucaristía. Si no lo vemos con los ojos carnales, activemos el don precioso que poseemos de verle con los ojos grandes y veraces de la fe. ¡Ella nos testifica que nosotros también estamos resucitados con Cristo! ¡Que su Cuerpo es la prenda de salvación que nos da la resurrección! ¡Que el fin de nuestra existencia no es la disolución de nuestro cuerpo, aunque en algunos este ya muy envejecido, sino que, Jesús, ha bajado del cielo para llevarnos a Él, una vez que nos resucite también con Él! ¡Nuestra vida, por pobre e insignificante que sea, tiene mucho valor a los ojos de Dios! ¡Él ha dado toda su vida por nosotros y no ahorró en esto el entregar toda su Sangre Preciosa, la Sangre de todo Dios y Hombre, y, ¡ésta es de valor infinito a los ojos del Señor! ¡No menospreciemos nuestro cuerpo, porque, en el cielo, estará glorioso y resucitado junto a Cristo! ¡Para esto, Él ¡nos lo dio como morada y templo de su Espíritu Santo! ¡Vivamos en una continua alabanza y acción de gracias a Dios, porque en verdad, nos amó como a sus “pequeños hijos adoptivos”! ¡Oremos como el Santo Espíritu nos inspiré! ¡Amén! ¡Amén!
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