"Ventana abierta"
ÁNGELUS
VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA MADRE DE DIOS
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MUERTE DE JOAQUÍN. -MUERTE DE ANA. -ENTIERROS ENTRE LOS JUDÍOS. -ORFANDAD DE MARÍA. -EL CASAMIENTO ENTRE LOS JUDÍOS. -CASAMIENTO DE MARÍA Y EL PATRIARCA SAN JOSÉ. -EDAD DE AMBOS ESPOSOS.
VI
Esto en cuanto respecta a lo concerniente del voto de la Santísima Virgen. Todavía desde su orfandad pasó María algunos años en el Templo, pero cuando llegó a la edad de los quince años, según los más concienzudos historiadores, fue cuando los Sacerdotes pensaron en dar estado a aquella hermosa Niña, confiada a su cuidado en el Templo.
Y aquí viene a confirmarse lo que hemos dicho anteriormente, es decir, que siendo María huérfana y heredera de bienes paternos, su matrimonio debía verificarse con individuo de su tribu propia cual era la de Judá.
Así, pues, sus tutores determinaron el casamiento de María, teniendo en cuenta, como no podían menos, de acatar las prescripciones y costumbres del pueblo judío. Esta resolución de los tutores contrariaba, como se ve, a su voto de virginidad, voto que no podían los Sacerdotes reconocer ni eludir la Virgen María.
El deseo de aquella pura Niña y el voto hecho por la que había de ser Madre de Dios, no podía ser respetado por los Sacerdotes ni los tutores, para quienes, según la ley judía, era un oprobio la esterilidad y la maternidad una señal divina de protección y bendición. Los israelitas denominaban Fruto de bendición a los hijos, y aún hoy, entre los católicos, como por recuerdo de la ley antigua y forma poética, así se denominan a los hijos, y aún hoy el israelita se considera más feliz y protegido por Jehová cuanto más hijos tiene, y así nos lo dice el Rey David, que interpretaba los sentimientos de su pueblo, fundados en la felicidad del trabajo, en laboriosidad y en el cumplimiento de aquella ley del trabajo que denominamos santa, pues que con ella, con el que es ofrecido al Señor, el espíritu se eleva y reconoce la gran misericordia de Aquel que nos ha creado, patrimonio de la verdadera felicidad doméstica en las familias honradas y laboriosas.
David, en su poético estilo nos lo ha dicho, quien comenzó su vida siendo pastor y terminó siendo Rey, nos pinta esa felicidad fundada en el trabajo.
1. Bienaventurados todos los que temen al Señor y marchan por sus caminos.
2. Feliz serás porque comes del trabajo de tus manos; así te irá bien.
3. Tu esposa será como vid frondosa y fructífera apoyada en las paredes de tu casa. Y tus hijos, creciendo como los empeltres de los olivos, vendrán a sentarse alrededor de tu mesa.
4. Así será bendecido el hombre que teme a Dios con santo temor filial.
5. Que Dios te bendiga a ti desde Sión y veas los bienes de Jerusalem durante todos los días de tu vida.
6. Y que veas así también prosperar y aumentarse los hijos de tus hijos con la paz de Israel.
Con las palabras antedichas se pinta por David el ideal de felicidad de los israelitas; bello ideal al que debíamos aspirar los verdaderos católicos, a la santa paz de la familia, la paz doméstica con el amor de los hijos, separándonos de las ambiciones humanas, de las concupiscencias del lujo y de la corruptora atmósfera de una sociedad dominada por las ambiciones, el orgullo y el deseo de una vida material, de abundancia, separada del cumplimiento de la santa ley del trabajo, que si lleva la felicidad a los tranquilos hogares cristianos, no enriquece para cubrir las necesidades del lujo y del orgullo.
Feliz día para todos.
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