"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
1 Seis días después, toma Jesús
consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte
alto.
2 Y se
transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
3 En esto,
se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él.
4 Tomando Pedro
la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí
tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
5 Todavía estaba
hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía
una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.»
6 Al oír
esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo.
7
Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.»
8 Ellos alzaron
sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.
9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.» (Mt. 17, 1-9)
¡Qué gran consuelo es esta revelación de
tu Transfiguración! Nos has llamado a tu Luz, nos has
destinado a la transfiguración de nuestro cuerpo, para que ilumine todo
nuestro ser y rebrillemos como astros, con luz propia. Y, esto
es nuestro porque nos lo has revelado en un golpe de gracia y amor.
Pienso que, desde tu Corazón, veías a los discípulos tan de
tierra y de barro que sabías de la incapacidad de nuestro cuerpo, de poder
realizar una obra luminosa. Así que, tu misericordia te hizo levantar
el velo de tu humanidad, para que, estos tres testigos, fueran
videntes de tu Gloria, algo de lo que es la eternidad junto
a Ti.
Y, “los llevó a un monte alto”, para que no
busquemos el Rostro de Dios en los bienes de la tierra, en lo
que desaparecerá como un rollo que se envuelve y se tira fuera. No que todo lo
de acá abajo sea malo, sino que, en presencia de lo sobrenatural, de
Dios, sólo se salvará lo que haya estado unido a Él, por
el amor y el deseo de lo bueno. Todo lo que, el Último
Día, va a estar sentado a la derecha de Dios.
Así, Jesús, “llenó de luz su Cuerpo y sus
vestidos eran blancos como la nieve y su Rostro resplandecía
como el sol”. Que todo son comparaciones que distan mucho de lo que
vieron los tres Apóstoles, porque Pedro, sin atinar a decir algo
de lo que sentía, añadió a este fenómeno extraordinario: “¡Señor, qué
bueno es estar aquí!”. Y, el Padre, en su
bondad, apareció en “una nube luminosa que los cubrió con su sombra y
desde ésta, una voz que proclamaba: “Éste es mi Hijo,
el Amado, en quien me complazco, escuchadlo”.
Son Palabra del Padre ante la que tenemos que
postrarnos en adoración. Y, si no sabemos hacer esto, haremos lo
que los discípulos hicieron: “cayeron de bruces, llenos de
espanto”. Y de él no salieron hasta que, “el Buen
Jesús, acercándose a ellos los tocó y los levantó de su
postración: “¡Levantaos, no temáis!”
Es que la manifestación de lo divino nos aterra porque es de otro mundo y, este mundo, nos es totalmente desconocido. Jesús es quien nos ha traído esos ecos sobrenaturales, donde Él vive y reina y a donde quiere llevarnos, después de esta vida breve. Y, el único camino para entrar a la Gloria es el amor. El mismo que tuvo Jesús a su Padre-Dios y a nosotros, sus hermanos, en Él. Es San Juan quien nos contó estas Palabras de Jesús que nos confortan y llenan de esperanza: “al que me ama, lo amará mi Padre, y lo amaré Yo y me manifestaré a él”. Se ve que, estos tres discípulos, amaban a Jesús lo suficiente para que, Jesús, descubriera ante ellos el velo de su divinidad y entraran en esta manifestación de Jesús, Hijo de Dios. Pero, ni ellos ni nosotros, merecemos nada del Cielo, pues todo es gracia y Dios se manifiesta a quien quiere y como quiere.
¡Señor, danos tu
amor gratuito para que en tu infinita misericordia hagas morada en nosotros y
con este Amor, te hospedemos en nuestro corazón
como Nuestro Señor y nuestro Dios! ¡Ven Señor Jesús, para que,
seamos todo escucha y Amor! ¡Amén! ¡Qué así sea!





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