"Ventana abierta"
LA VIRGEN MARÍA AL PIE DE LA CRUZ
Estamos ya realmente en los últimos momentos de
esta meditación de María al pie de la cruz:
María, que ha sabido estar cuando la
necesitaban, aunque eso haya supuesto para Ella un plus de sufrimientos, como
he visto hacer a tantas madres al lado de sus hijos enfermos.
María, que ha aguantado el tipo, para no aumentar el dolor del Hijo con sus lágrimas.
María, que se ha convertido misteriosamente en la criatura que sostiene al
Creador.
María, que ha aceptado a tener como hijos propios incluso a los enemigos de su
Hijo, a los asesinos de su Hijo.
Pero todo esto ya llega un momento que termina.
María al pie de la cruz contempla la última respiración del Hijo, el último
estertor.
María contempla cómo el cuerpo del Hijo se deja caer ya muerto sobre los clavos
que sostienen sus manos.
María contempla al Hijo definitivamente muerto y, se acabó.
María que sostiene al Hijo muerto en sus brazos cuando le descuelgan de la
cruz.
María que ve que todo ha terminado, que ya no tiene que hacer más esfuerzos, en
ese momento quizá, había llegado la hora de dar rienda suelta a todo el dolor
que llevaba acumulado, ya tenía la oportunidad de quitarse la careta, ya podía
llorar, ya podía desesperarse, ya podía dejarse caer al suelo, agarrarse los
cabellos con sus manos, gritar. María podía ya entrar en la desesperación
porque el Hijo ya no la veía, ya no la necesitaba.
Y sin embargo no fue eso lo que ocurrió por dos motivos:"
1º. Primero, porque Ella era creyente, quizá la
única creyente en ese momento, es decir, Ella seguía creyendo que el Hijo no
estaba muerto, que lo que Cristo había anunciado, que la promesa de la
Resurrección se iba a cumplir, quizá era la única, pero Ella creía que aquello
era simplemente una victoria del mal, pero no la victoria definitiva.
2º. Por otro lado, Ella creía en la misión de
su Hijo. Ella como si fuera una heroína de las películas, de las batallas, se
acerca al Hijo muerto para coger de sus manos la bandera del Hijo. Su Hijo
había muerto por una causa, por un ideal, por el ideal y la causa del amor; y,
Ella no estaba dispuesta a que esa bandera destrozada, ensangrentada, quedara
por tierra. María levanta la bandera del Hijo, más preciosa todavía si cabe,
porque estaba manchada por la Sangre del Hijo muerto, y la enarbola Ella.
María, la Madre del Hijo muerto, la que
sostiene al Hijo caído, es como nunca la creyente, la que está llena de fe, la
que está llena de esperanza y la que está llena de amor.
Y es para nosotros en este momento de la
historia un gran modelo, porque continuamente nos vemos asaltados por la duda
de la derrota.
Continuamente dicen las encuestas que:
Somos pocos, y que los jóvenes no van a misa.
¿Y qué va a ser de nosotros en el futuro?
¿Y qué va a pasar con la religión en una
sociedad como esta?
Continuamente dicen muchas veces exagerando,
que pertenecemos al pasado más que al futuro...
Queridos amigos, es el momento de creer en la
victoria final, es el momento de imitar a María que mantiene en alto la fe en
el amor, la fe en que el amor es el que triunfa y el que triunfará; y que una
sociedad basada en el consumo, en el egoísmo, en el edonismo, en el interés, es una sociedad que
no va a perseverar, porque lo único verdaderamente humano es el amor, el amor
llevado a su plenitud, como nos ha enseñado Jesucristo.
Quiero invitarles a ustedes a que se acerquen a
un lugar que está en el corazón de La Mancha, a Daimiel, para que visiten allí
a la "Virgen de las Cruces" y, para que delante de esa imagen de
María, acostumbrada a sufrimientos, acostumbrada a resistir, acostumbrada a
vencer, le digan ustedes a Cristo y a la Virgen, que no se van a rendir, le
digan ustedes a Cristo que, pueden contar con cada uno de ustedes como contó
con su Madre, más allá de las encuestas, de los estudios sociológicos; más allá
de las crisis, de esa persecución de la ironía que a veces experimentamos; más
allá de una cierta soledad, porque vemos que, a lo mejor, no hemos sido capaces
de transmitirles la fe a los nuestros, a los más queridos, a los hijos; más
allá de eso, la victoria es nuestra, porque tenemos el tesoro mayor, el tesoro
del amor. Nadie es experto en amor como Jesucristo, y eso no pasará nunca:
"¡Cielo y tierra pasarán -dijo el Señor-
mis palabras no pasarán!".
Hemos vencido como Cristo, no solamente a la
cruz, sino también al olvido y, venceremos de nuevo con la ayuda de la Virgen.
Feliz día para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario