"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DECIMOCUARTO DEL T.O. (C)
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias…
La lectura evangélica de hoy (Lc 10,1-12.17-20)
encontramos a Jesús que continúa su “subida” final a la ciudad Santa de
Jerusalén en donde culminará su obra redentora. El pasaje nos narra el envío de
los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar en su camino. Estos
han de actuar como una especie de “avanzada”, como las que usan los políticos
de nuestro tiempo para ir preparando el camino para su llegada. Al leer este
pasaje resuenan las palabras del “Cántico de Zacarías”, pronunciadas por el anciano
con relación a Juan el Bautista: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos” (Lc 1,76).
El envío es precedido por la famosa frase de
Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la
mies que mande obreros a su mies”. El trabajo es arduo, la tierra que hay que
arar, sembrar y cosechar es tan extensa como la tierra misma.
Desde los inicios de su vida pública Jesús
había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar
la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43).
Él sabe su tiempo es corto, y que los “doce” no van a poder continuar solos el
trabajo. Tiene que adiestrar a otros a quienes también ha de dejar a cargo de
anunciar la Buena Noticia del Reino. Por eso los envía en una misión “de
prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la
frustración; para que se curtan. Jesús sabía que la misión no iba ser fácil,
que se iban a enfrentar a la hostilidad de los enemigos del Reino. Por eso les
advierte: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. Más adelante,
les (nos) dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la
creación” (Mc 16,15).
Jesús sabía también que esos setenta y dos
tendrían que multiplicarse una y otra vez, hasta el final de los tiempos. Esa
labor continúa hoy. Por eso tenemos que continuar pidiendo al dueño de la mies
que mande obreros a su mies y, más aun, enrollarnos las mangas y comenzar nosotros
a laborar también.
Especialmente a partir del Concilio Vaticano
II, la misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida
consagrada; nos compete también a todos los laicos. Todos estamos llamados a
evangelizar; en nuestro entorno familiar, en nuestra comunidad, en nuestro
trabajo, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2). Lo bueno es que el mismo Jesús
nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos (Cfr. Mt 28,20). ¿Cómo podemos rechazar esa oferta?
Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16).
En este día del Señor, pidámosle, por
intercesión de nuestra Madre, la siempre Virgen María, que suscite vocaciones
sacerdotales, diaconales, religiosas y laicales para continuar la misión
evangelizadora, y nos conceda a nosotros la gracia necesaria para proclamar la
Buena Nueva del Reino, especialmente con nuestra conducta.
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