"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA UNDÉCIMA
SEMANA DEL T.O. (2)
“Padre nuestro del cielo, santificado sea tu
nombre, venga tu reino”…
La lectura evangélica que contemplamos hoy (Mt
6,7-15) es la misma que leímos el martes de la primera semana de cuaresma. Se
trata de la versión de Mateo del Padrenuestro, esa oración que rezamos los
cristianos y que el mismo Jesús nos enseñó. La versión de Lucas (11,1-4) está
precedida de una petición por parte de sus discípulos para que les enseñara a
orar como Juan había enseñado a sus discípulos. No se trataba de que les
enseñara a orar propiamente, sino más bien que les enseñara una oración que les
distinguiera de los demás grupos, cada uno de los cuales tenía su propia
“fórmula”. Jesús les da una oración que habría de ser el distintivo de todos
sus discípulos, y que contiene una especie de “resumen” de la conducta que se
espera de cada uno de ellos, respecto a Dios y al prójimo.
El relato de Mateo se da dentro del contexto
del discurso evangélico de Jesús, el “Sermón de la Montaña”. Aquí, nos enfatiza
que la actitud interior es lo verdaderamente importante, no la palabrería
hueca, repetida sin sentido: “No uséis muchas palabras, como los gentiles, que
se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues
vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis”.
Además de enseñarnos a dirigirnos al Padre como
“Abba”, el nombre con que los niños hebreos se dirigían a su padre (“Abba nuestro…”), cuyo Reino esperamos, a
aceptar Su santa voluntad, y a confiar en Su divina providencia y protección
contra las acechanzas del maligno, nos establece la norma, la medida, en que
vamos a ser acreedores de Su perdón cuando le fallamos (que para la mayoría de
nosotros es a diario): “perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos
perdonado a los que nos han ofendido”.
Además de repetirlo mecánicamente (como los
gentiles cuya “palabrería” Él critica), ¿en algún momento nos detenemos a
pensar en lo que estamos diciendo respecto al perdón? Si le pedimos al Padre
que nos perdone en la misma medida que perdonamos a los que nos ofenden,
¿seremos acreedores de Su perdón? ¡Uf! Una vez más Jesús nos la pone difícil.
¿Quién dijo que el seguimiento de Jesús era fácil? “El que quiera seguirme…”
(Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23).
Nuevamente tenemos que decir: ¿Difícil? Sí.
¿Imposible? No. Él nos advirtió que el camino iba a ser empinado, pero nos dio
la herramienta para hacerlo llevadero. Hace dos días Él mismo nos decía: “Amad
a vuestros enemigos”. El Padre nos perdona porque nos ama, porque el perdón es
fruto del amor. Si le escuchamos y seguimos en lo primero (amar incluso a
nuestros enemigos), lo segundo (perdonar a los que nos ofenden) es consecuencia
lógica, obligada. Dios nos ama con amor de Madre, y nos pide que nos amemos
unos a otros como Él nos ama (Jn 13,34b). ¿Qué madre no perdona a su hijo?
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5). Y si abrimos
nuestro corazón a ese Amor, se desbordará sobre nuestros hermanos, y el perdón
no se hará esperar. Ni de nosotros a nuestros hermanos, ni de Dios a nosotros.
¡Entonces viviremos el Padrenuestro!



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