"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el
labrador”.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para hoy (Jn 15,1-8) nos presenta otro de los famosos “Yo soy” que
encontramos en el relato evangélico de Juan: Yo soy la
verdadera vid. No se trata de
una parábola, en la que Jesús utiliza una breve comparación basada en una
experiencia cotidiana de la vida, imaginaria o real, con el propósito de
enseñar una verdad espiritual. Aquí se trata de una afirmación absoluta de
Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.
A partir de esa afirmación, Jesús desarrolla
una alegoría que nos presenta unos elementos en transposición: la vid (Jesús),
los sarmientos (los discípulos) y el labrador (el Padre). Hay otro elemento
adicional que es el instrumento de limpieza y poda, que es la Palabra de Jesús:
“A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo
poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os
he hablado”.
Jesús está diciendo a sus discípulos que ellos
han sido “podados”, han sido limpiados por la Palabra del Padre que han
recibido de Él, con el mismo cuidado y diligencia que un labrador poda “a todo
el que da fruto… para que dé más fruto”.
Esta conversación de Jesús con sus discípulos
se da en el contexto de la sobremesa de la última cena. Jesús sabe que el fin
de su vida terrena está cerca; de ahí su insistencia en que los discípulos
permanezcan unidos a Él, pues sabe que a ellos les queda una larga y ardua
misión por delante. Y solo permaneciendo unidos a Él y a su Palabra, podrán
tener éxito. Juan recalca esa insistencia, poniendo siete veces (la insistencia
de Juan en el número 7) en labios de Jesús el verbo “permanecer”, entre los
versículos 4 al 8.
A pesar de que al principio de la alegoría se
nos presenta al Padre como el labrador, el énfasis del relato está en la
relación entre la vid y los sarmientos, es decir, entre Jesús y sus discípulos;
léase nosotros. Y el vínculo, la savia que mantiene con vida a los sarmientos,
es la Palabra de Jesús. Esa comunicación entre Jesús y nosotros a través de su
Palabra es la que nos mantiene “limpios”, nos va “podando” constantemente para
que demos fruto. Si nos alejamos de su Palabra, no podemos dar fruto; entonces
el Labrador nos “arrancará”, nos tirarán afuera y nos secaremos, para luego ser
recogidos y echados al fuego. Mateo nos presenta un lenguaje similar de parte
de Jesús, cuando sus discípulos le dicen que los fariseos se habían
escandalizado por sus palabras: “Toda planta que no haya plantado mi Padre
celestial, será arrancada de raíz” (Mt 15,14).
Jesús nos está invitando a seguirlo, pero ese
seguimiento implica constancia, “permanencia”; permanencia en el seguimiento y
permanencia en su Palabra. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia
atrás es apto para el Reino” (Lc 9,62). Como reiteramos constantemente,
si no nos limitamos meramente a creer en Jesús, sino que le creemos a Jesús,
entonces permaneceremos en Él, y Él permanecerá en nosotros; y todo lo que le
pidamos se realizará. ¿Existe promesa mejor?
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