"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (B)
“Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de
Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán”.
La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta
litúrgica del Bautismo del Señor, otra de las grandes epifanías
(manifestaciones) de Jesús, y la liturgia nos regala como primera lectura el
comienzo del primer cántico del Siervo de Yahvé en el libro del profeta Isaías
(42,1-4.6-7). Ese pasaje prefigura la lectura evangélica, que para este “ciclo
B” es la versión de Marcos del Bautismo de Jesús (1,7-11).
En la primera lectura el Señor se manifiesta
por boca de Isaías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien
prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu”. Como podemos apreciar, el
paralelismo de este pasaje con el Evangelio de hoy es asombroso: “Apenas salió
del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto’”.
En la Solemnidad de la Epifanía decíamos que la
Iglesia celebra tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos,
la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y
la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. En la que celebramos hoy, no
solo experimentamos una manifestación de Jesús; tenemos una verdadera teofanía
en la que se manifiestan las tres personas de la Santísima Trinidad: Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Ese gesto de Jesús de bautizarse como “uno
más”, junto a los pecadores, sin necesitar bautismo, enfatiza el carácter
totalizante de la encarnación. Jesús se hizo uno con nosotros, uno de nosotros.
Pero su doble naturaleza se revela en el Espíritu que desciende sobre Él y la voz
del Padre que le llama “Hijo” (“Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo
de Dios”. – Lc 1,35).
Con esa aparición del Espíritu seguida de la
frase que acabamos de escuchar, se establece una nueva relación entre Dios y la
humanidad a través del Ungido. Así, todos los que nacemos del agua y del
Espíritu por medio del Bautismo, nos convertimos en “hijos amados y
predilectos” del Padre y, por tanto, hermanos de Jesús y coherederos de la
Gloria. Por eso podemos llamar a Dios “Padre”, y Él puede llamarnos “hijos”.
Así se cumple la profecía: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”
(2 Sam 7,14; Hb 1,5).
La efusión del Espíritu Santo sobre Jesús lo
lanza a comenzar su misión redentora y le acompañará a lo largo de toda ella.
Nosotros, los que por medio del Bautismo hemos participado de la muerte, y
participamos de la misma Vida y el mismo Espíritu del Señor, estamos llamados a
continuar Su obra salvadora, convirtiéndonos en “Evangelios vivientes” en el
mundo y en la historia.
En esta celebración de la Fiesta del Bautismo
del Señor, pidamos a nuestro Padre del Cielo que haga descender sobre nosotros
el mismo Espíritu que descendió sobre su Hijo el día de su Bautismo, para que
como lo hizo con Él, nos insufle la valentía, el arrojo y el fuego apostólico
necesarios para llevar a cabo nuestra misión de anunciar la Buena Nueva del
Reino, para que todos se conviertan y crean en Él.
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