"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (B)
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis.»
Las lecturas que nos ofrece a liturgia para hoy
tienen un tema en común: la vocación, ese llamado que Dios nos hace,
llamándonos por nuestro nombre, para encomendarnos una misión.
La primera lectura (1 Sa 3,3b-10. 19), nos
narra la vocación de Samuel, quien al principio no reconoció la voz del Señor,
pero que al reconocerla gracias a Elí, dijo sin vacilar: “Habla, Señor, que tu
siervo te escucha”.
La lectura evangélica, que es la misma que
leímos el pasado lunes del tiempo de Navidad (Jn 1,35-42), por su parte, nos
presenta la vocación de los primeros discípulos. En el caso de estos, el
llamado no es directamente de boca de Jesús; son ellos quienes deciden seguirlo
una vez Juan el Bautista les señala la persona de Jesús y les dice: “Éste es el
Cordero de Dios”. Y tal fue la impresión que causó la presencia de Jesús en
estos discípulos, que nos cuenta la escritura que: “los dos discípulos oyeron
(las) palabras (de Juan) y siguieron a Jesús”. Cada vez que leo la vocación de
cada uno de los discípulos de Jesús trato de imaginarme su mirada penetrante,
su carisma, su magnetismo, imposible de resistir. Un encuentro que provoca un
seguimiento…
Seguimiento que a su vez provoca las primeras palabras
de Jesús en las Sagradas Escrituras: “¿Qué buscáis?”. Pudo haberles preguntado
sus nombres, hacia dónde se dirigían, por qué le seguían… No olvidemos que
Jesús es Dios, que conoce nuestros pensamientos. Él sabía lo que buscaban. Tan
solo quería una confirmación; no para Él, sino para ellos mismos. Eso me
hace preguntarme a mí mismo: ¿Busco yo seguir a Jesús? Si Jesús me preguntara:
“Y tú, ¿qué buscas?” ¿Qué le contestaría?
Los discípulos le contestaron con otra
pregunta: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Pregunta que implica un
deseo de seguirlo, conocerlo mejor, permanecer con Él. De hecho, cuando Jesús
les contesta, “Venid y lo veréis”, nos dice el Evangelio que los discípulos
“fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”. Tal fue la
impresión que esa experiencia causó en el evangelista, que hasta recuerda la
hora: “serían las cuatro de la tarde”.
Me pregunto sobre qué les habrá hablado Jesús
durante esa tarde. Se me ocurren dos temas obligados: el Reino (Lc 4,43) y el
Amor (Mc 12,28-31). Siempre pienso en la mirada de Jesús, y trato de
imaginarla…, y se me eriza la piel… Lo cierto es que tan impresionados quedaron
los discípulos con la experiencia de Jesús, que tan pronto salieron, uno de
ellos, Andrés, encontró a su hermano Simón y no pudo contenerse. Antes de
saludarle, como impulsado por un celo inexplicable exclama: “Hemos encontrado
al Mesías (que significa Cristo)”.
Esa es la conducta de todo el que ha tenido un
encuentro personal con Cristo. Hemos sido arropados por su Amor, y ese amor nos
obliga a compartirlo, a proclamarlo, a anunciarlo a todos. ¿Siento yo ese deseo
incontrolable de compartir mi experiencia de Jesús con todo el que se cruza en
mi camino? Si no lo siento, tengo que preguntarme: ¿He tenido real y verdaderamente
un encuentro con Jesús? ¿Me he abierto a su Amor incondicional? ¿Le he
permitido “nacer” en mi corazón? ¿Qué trabas existen que me impiden tener la
experiencia de Jesús?
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