"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1)
“Cállate y sal de él”. Y el espíritu “dando un
grito muy fuerte, salió”.
Continuamos adentrándonos en el Tiempo
ordinario. La figura de Cristo-predicador sigue tomando forma y, junto con
ella, se va revelando la divinidad de Jesús. El misterio de la Encarnación.
Como primera lectura la liturgia nos sigue
presentando la carta a los Hebreos (2,5-12). En este pasaje el autor de la
carta enfatiza la naturaleza humana de Jesús, y cómo al hacerse uno de nosotros
al punto de llamarnos “hermanos”, nos abrió el camino a la gloria eterna. “Al
que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora
coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios,
ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe
todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria,
perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación”. El autor de
la carta a los Hebreos nos resume en apenas tres oraciones valor redentor del
sacrificio de Cristo.
Jesús muestra su superioridad (“puesto a
someterle todo, nada dejó fuera de su dominio”), pero a la misma vez muestra su
solidaridad total con nosotros. Es por eso que podemos llamar a Dios Abba, Padre, al igual que Jesús. Esa filiación
divina que recibimos en el Bautismo que nos convierte en Hijos de Dios,
hermanos de Jesús, y coherederos de la gloria.
En la lectura evangélica de hoy (Mc 1,21-28)
vemos el comienzo de la misión de Jesús. Lo encontramos entrando a Cafarnaún.
Apenas cuenta con cuatro discípulos, pero no espera, tiene que cumplir su
misión y sabe que tiene poco tiempo. Lo vemos predicando en la sinagoga (algo
no muy común en Jesús, que prefería hacerlo al descampado). Todos se
maravillaban de la autoridad con que exponía su doctrina, porque lo hacía, no
como lo escribas (que no aventuraban interpretar la ley a menos que su juicio
estuviera avalado por las escrituras), “sino con autoridad”. Otra muestra de la
divinidad de Jesús, quien había venido a dar plenitud a la Ley y los profetas
(Mt 5,17). Todos perciben que Jesús habla con una autoridad que viene desde el
interior de sí mismo y que solo puede venir del mismo Dios. Tal vez todavía no
tienen claro que Él es Dios, pero este episodio constituye el primer atisbo de
esa divinidad que se seguirá manifestando a través del Evangelio.
Y para que no quede duda sobre su “autoridad” y
su superioridad sobre todo, la Escritura nos presenta a un hombre poseído por
un “espíritu inmundo” que se encuentra con Jesús en la sinagoga. El espíritu
increpa a Jesús y, una vez más, Jesús habla con autoridad: “Cállate y sal de
él”. Y el espíritu “dando un grito muy fuerte, salió”. Todos estaban
asombrados, confundidos, y se decían: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad
es nuevo”. Y eso, que estamos apenas comenzando, es el primer día de
predicación de Jesús. ¡Abróchense los cinturones!
Y yo, ¿tengo claro quién es Jesús? ¿He sido testigo de su poder? Cuando hablo de Él, ¿presento una imagen de “estampita” sobre su persona, o soy capaz de presentar mi experiencia del poder de Jesús y cómo ha obrado en mí?
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