"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla para el inicio del nuevo curso pastoral
‘Nos apremia el amor de Cristo’
“CARITAS CHRISTI URGET NOS” (2
Cor 5,14)
Queridos hermanos y hermanas:
Comenzamos el curso
pastoral 2020-2021 padeciendo todavía las consecuencias de la crisis provocada
por el COVID-19, donde hemos vivido unas tristísimas circunstancias: millares
de muertos solos en los hospitales, sin la compañía de sus seres más queridos,
centenares de miles de enfermos, la angustia de los médicos y del personal
sanitario que se han desvivido por atender a todos, al igual que los demás
servidores públicos. A raíz de la pandemia muchas personas que vivían al día
han visto cómo el confinamiento ha obligado a parar su actividad y, por tanto,
a prescindir de su principal y única fuente de ingresos, teniendo que acudir
por primera vez a organizaciones como Cáritas, para afrontar con urgencia sus necesidades
básicas. Muchas de estas personas, que están viviendo unos momentos de
verdadera incertidumbre y desazón, son pequeños empresarios que se han visto
obligados a cerrar el negocio familiar, muchos son empleados que ahora forman
parte de un expediente de suspensión o extinción de sus contratos de trabajo,
son empleadas del hogar, o padres de familia que se dedican a la venta
ambulante… con trabajos precarios, contratos temporales, pertenecientes al
sector terciario o dedicados a la economía sumergida. Por ello, todos debemos
comprometernos con el Centro diocesano de empleo, con el trabajo que viene
realizando la Fundación Cardenal Spínola de Lucha contra el paro y
la Acción conjunta contra el paro de Cáritas
Diocesana, Pastoral Obrera y otras instituciones diocesanas.
Asimismo, tanto Cáritas Diocesana como la Delegación Diocesana de Migraciones han
detectado a un grupo de personas y familias migrantes que han visto agravada su
situación debido a su irregularidad administrativa ya que, al igual que otras
personas, han visto anuladas todas sus posibilidades de obtener sus recursos e
ingresos. Sin embargo, éstas no han podido acceder a ningún tipo de ayuda
oficial para dar respuesta a sus necesidades básicas de la vida diaria, lo que
les hace aún más vulnerables.
Ante esta realidad y bajo el
lema “Hermano migrante, no estás
solo”, la Delegación Diocesana de Migraciones de la Archidiócesis
de Sevilla y Cáritas han iniciado un trabajo en red que pretende cubrir las
necesidades más básicas y orientar a este sector de la población que ha quedado
absolutamente desprotegido. Os animo a reflexionar sobre esta situación
mediante el documento que se aporta dentro de las Orientaciones Pastorales de este curso que vamos a
iniciar.
En esta coyuntura henchida de
desesperanza, teniendo como base la dimensión social del Evangelio, la opción
por los pobres de nuestro Plan Diocesano de Pastoral y las acciones concretas
que se proponen, debemos ser hombres y mujeres de esperanza, sembradores de
esperanza, confiando en Jesucristo, para penetrarnos del amor a Dios y a los
hermanos y así sintonizar con los sentimientos de Cristo que nos envía para
poner en práctica su Evangelio.
Los Evangelios nos presentan a
Jesús, el enviado del Padre, el Hijo único de Dios, como el servidor, como
aquel que no ha venido a ser servido sino a servir (cf. Lc 22, 27). A lo largo
de su vida, en su relación con los pobres, con los enfermos, con los marginados
y los pecadores, Jesús se nos muestra como el hombre que vive para los demás,
cumpliendo su discurso programático en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado para anunciar la buena noticia a los
pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, y la vista a
los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia
del Señor” (Lc 4, 18-19). Él encarna perfectamente la figura
del siervo de Yahvé, que profetizara Isaías y cuyo oráculo se apropia en
Nazaret. Algunos comentaristas piensan que Jesús en las palabras “Hoy se cumple esta Escritura
en mí” (Lc 4,21), no piensa únicamente en su persona, ni
limita el cumplimiento de la Escritura al tiempo de su propia existencia
histórica. La mirada de Jesús es más dilatada: abarca el tiempo de la Iglesia.
El Señor piensa también en nosotros los cristianos, sus seguidores, que a lo
largo de la historia deberemos cumplir este Evangelio, esta buena noticia, al
servicio de los pobres, los rotos por mil heridas físicas o morales, los
enfermos, los presos, los mendigos y transeúntes, los inmigrantes o los que
sufren por cualquier causa.
Sobre estos presupuestos
evangélicos se asienta la “eclesiología
del servicio” del Concilio Vaticano II, que en la Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual nos dice: “No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una
cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino
al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no juzgar, para servir
y no para ser servido” (GS,3). Así como la noción de “koinonía” (comunión)
expresa en el Concilio Vaticano II la naturaleza más profunda del ser y del
misterio de la Iglesia, la misión, el quehacer y el lugar de la Iglesia en el
mundo son descritos con el término diakonía, que define a la Iglesia como servidora de la
humanidad. Este debe ser el estilo de los ministros de la Iglesia y también de
los laicos, que están llamados a continuar el ministerio del Señor de servir a
los hermanos.
Por lo tanto, todos
estamos llamados a optar de manera preferente por los pobres y a comprometernos
en favor de la justicia, pues el ejercicio de la caridad en nuestras
comunidades cristianas es tarea de toda la Archidiócesis, de toda la parroquia,
también de los grupos de liturgia o catequesis, de los movimientos, de los
grupos de apostolado seglar, de las hermandades y cofradías o de aquellos que
se reúnen para la lectio
divina, aunque por razones prácticas u organizativas, la dirección
y la responsabilidad la lleven unos grupos más o menos especializados, es
decir, los grupos de Cáritas. En el conjunto de la actividad de la Iglesia la
caridad es un eje transversal, que debe impregnar toda la pastoral.
Necesitamos, pues, durante este curso pastoral, descubrir y potenciar esa
transversalidad de la caridad, la diakonía y el servicio a los pobres.
Tampoco los grupos que
trabajan en el campo social y caritativo pueden desvincularse del resto de la
actividad pastoral de la Iglesia. La misión de Jesús en la tierra es llevar a
cabo la salvación de los hombres. Jesús viene al mundo a revelar y realizar el
plan salvador del Padre. Viene a traernos la salvación; viene para que todos
tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10). La Iglesia participa de
la misma misión de Jesús. Y esa misión la ejerce por tres caminos, que no son
paralelos ni independientes, sino que están llamados a encontrarse porque se
implican mutuamente. La Iglesia cumple la misión de Jesús proclamando la
Palabra y testimoniando cuanto cree y espera (martyría), celebrando los sacramentos (leitourgía) y
ejerciendo la caridad (diakonía).
Estas tres acciones son inseparables.
De lo dicho se deduce que el
compromiso a favor del desarrollo y la justicia, y el servicio a los pobres
debe brotar del amor salvador de Cristo, celebrado en la liturgia y
experimentado cada día en el encuentro cálido con el Señor en la oración y en
la participación en los sacramentos. Sólo así amaremos a los pobres como Dios
los ama, con el mismo amor de Jesús. En las cercanías del Señor
descubriremos la misteriosa identificación de Jesús con nuestros hermanos más
pobres y alimentaremos las raíces de nuestro compromiso solidario. Sin la
comunión profunda con el Señor, como elemento fundante y transformador, sin
nuestra inserción real en la vida trinitaria, fuente de la unidad de la Iglesia
y manantial del amor más auténtico, no podrá subsistir por mucho tiempo nuestra
apuesta de servicio a los hermanos. Es más, nuestros mejores compromisos de
fraternidad terminarán agotándose por falta de raíces, pues sólo los santos y
los amigos de Dios han amado hasta el final. Esto quiere decir que quienes
trabajan en nuestras instituciones caritativas a favor de los pobres tienen que
ser primero orantes, hombres y mujeres de vida interior. Hablando de los
colaboradores de la Iglesia en el servicio de la caridad, el Papa Benedicto XVI
dice en la encíclica Deus caritas est que “han de ser personas movidas
ante todo por el amor a Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por
Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. El criterio
inspirador de su actuación debería ser lo que se dice en la Segunda carta a los
Corintios: ´Nos apremia el amor de Cristo` (5,14)” (n. 33).
Así pues, no olvidemos la
misteriosa identificación de Jesús con sus predilectos, los pobres. Cuando
servimos a los necesitados, servimos al Señor. Cuando vemos y tocamos a los
pobres y enfermos estamos tocando la carne de Cristo, tomando sobre nosotros el
dolor de los que sufren. Así lo encarecía el venerable Miguel Mañara a sus
hermanos de la Santa Caridad de Sevilla al pedirles que
asistieran a los enfermos desde la cercanía y la inmediatez corporal, lavando,
curando y besando sus llagas. La razón no es otra que la identificación
misteriosa del Señor con los pobres y enfermos: “debajo de aquellos trapos –escribe Mañara– está Cristo pobre, su Dios y
Señor”. Por eso, el Señor, que se identifica misteriosamente
con los más humildes de nuestros hermanos, nos juzgará por nuestros
sentimientos de amor eficaz a los hambrientos, sedientos, enfermos, desnudos,
presos, forasteros y transeúntes (cf. Mt 25, 34-46).
En este sentido, me
parece muy importante que, tanto la Cáritas Diocesana como las Cáritas
Parroquiales y las demás instituciones socio-caritativas, tengan a lo largo del
año algunos encuentros de los voluntarios e, incluso, de los técnicos, en forma
de retiros, animados por los responsables de cada institución, destinados a
rezar juntos y a vigorizar los fundamentos sobrenaturales del compromiso en
favor de los pobres. Tales encuentros podrían tener lugar especialmente en los
tiempos fuertes del año litúrgico. Tampoco sería perder el tiempo si, de tanto
en tanto, se organizara alguna charla sobre Doctrina Social de la Iglesia, pues en el sector
pastoral de la diakonía de
la caridad no basta la formación en las estrategias de la cooperación o en las
técnicas para responder con prontitud en casos de emergencias, sino que es
también necesaria la formación doctrinal y espiritual.
Ahora bien, debemos ser
conscientes que el camino de nuestras instituciones socio-caritativas en esta
hora no está exento de riesgos. Conocerlos es un presupuesto previo para
precaverlos o para confrontarse con ellos y superarlos.
El primer riesgo es caminar
sin referencias eclesiales. Es un peligro que acecha hoy a muchos cristianos,
grupos e instituciones, el peligro de caminar por libre, de vivir un
cristianismo anónimo, sin referencias eclesiales o institucionales. Entonces
nuestro servicio deja de ser una acción que revela el rostro misericordioso de
Dios y las entrañas maternales de la Iglesia, perdiendo el marchamo de acción
evangelizadora.
Necesitamos, pues,
cuidar los engranajes entre la acción caritativa y social con el resto de las
acciones eclesiales y con el conjunto de la comunidad. Cuando las instituciones
caritativas y sociales de la Iglesia se consideran a sí mismas, o los demás las
consideran, como un “aparte” respecto
a las demás dimensiones de la pastoral de la Iglesia o del conjunto de la
comunidad, se produce, si no de forma refleja y consciente, sí al menos de modo
inconsciente, una “lógica
de reidentificación”, que busca que la institución se acredite por
sí misma y no por ser de la Iglesia, acentuando el hacer, un hacer autónomo, y
descuidando el ser, las buenas esencias de la institución, las bases doctrinales
que la definen y la mística que la alienta. Dichas instituciones quedan así
fuera del conjunto de la pastoral y de la actividad evangelizadora de la
Iglesia, aunque nominalmente sigan permaneciendo en su seno.
En la línea de lo que acabo de
decir, existe otro riesgo que también puede acechar a nuestras instituciones de
caridad, la hiperactividad, es decir, el afán por hacer muchas cosas, de ser
muy eficaces a costa de lo que sea, primando la cantidad sobre la calidad. Nace
así la macro-organización dominada por la burocratización, por la “lógica organizativa y
burocrática” que tiende a constituirse en un fin en sí misma,
olvidando el estilo específicamente cristiano y convirtiendo nuestras
instituciones socio-caritativas y las diputaciones de caridad de las
hermandades y cofradías en una especie de organización o agencia de “servicios sociales”,
perdiendo toda referencia a Dios, del que nuestro servicio a los pobres es
manifestación, expresión o epifanía. Domina entonces la frialdad organizativa,
más que la capacidad de hacerse cercano y solidario con el que sufre. Dios
quiera que en nuestras Cáritas Diocesana, en nuestras Cáritas parroquiales y
demás instituciones de caridad de nuestra Archidiócesis la tecnificación de las
acciones no ahoguen la cercanía de la escucha, el calor de la acogida, el
acompañamiento personal y la capacidad para conmovernos ante el dolor, el
sufrimiento y las carencias de nuestros hermanos, siendo expresión del amor a
Dios, que toma cuerpo en la caridad ejercida por nosotros los cristianos.
Otros riegos son la falta de
criterios a la hora de seleccionar a los técnicos, que siempre deberían ser
personas “de
casa”, con un claro perfil cristiano y eclesial y una
identificación comprometida con lo que nuestras instituciones de caridad
significan.
Un riesgo más es descuidar la
formación de los voluntarios, que en la acción caritativa y social de la
Iglesia han jugado, juegan y jugarán un papel insustituible. Sin ellos, el
ejercicio organizado de la caridad en la vida de la Iglesia sería simplemente
imposible. Reconocida esta realidad, es muy importante acompañar y formar a los
voluntarios, que deben ser personas convertidas, o al menos abiertas a la
posibilidad de que el servicio caritativo que prestan, cambie y convierta sus
vidas.
Un nuevo riesgo es el
acogimiento creciente de nuestras instituciones de caridad a las subvenciones y
otras ayudas públicas, a las que instituciones sociales y de caridad
ciertamente tienen derecho. Las subvenciones de la administración estatal,
autonómica, provincial o local no se pueden ni deben “demonizar”. Pero también aquí se necesita mesura. La
obsesión por la subvención puede acarrear una disminución notable de la “comunicación cristiana de
bienes”. Al no faltarnos el dinero público, nos preocupamos menos
de estimular el sacrificio y la generosidad de los fieles y desvirtuamos la
verdadera naturaleza de nuestras instituciones de caridad, cuyo fin es, entre
otros, facilitar a los fieles el ejercicio de la caridad organizada y compartir
sus bienes con los necesitados.
Nos queda un último riesgo:
mimetizarnos con las demás ONGs, presentarnos como una ONG más, no vaya a ser
que por la condición eclesial se vean mermadas las subvenciones en el marco de
un Estado aconfesional. La verdad es que Cáritas civilmente es una ONG, y
justamente una de las más prestigiosas, eficaces y austeras en sus gastos de
organización. Pero Cáritas eclesialmente es algo más, mucho más. La impronta
propia que configura la identidad de nuestras instituciones de caridad desde
dentro es
“el amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). Esta identidad, civilmente
invisible e imperceptible para quien no tiene fe es, sin embargo, el alma del
ejercicio de la caridad. Tal identidad deberá hacerse también socialmente
visible todos los días en un tipo de obrar que sea tan novedoso y original que
revele perceptiblemente la genuina identidad de Cáritas, dando desde ella razón
de nuestra fe y de nuestra esperanza.
En los doce años que llevo
sirviendo a la Archidiócesis de Sevilla, he recordado muchas veces a los
sacerdotes la importancia de la Cáritas Parroquial y he manifestado de palabra
y por escrito que una parroquia sin Cáritas carece de algo esencial. En todo caso
es una parroquia incompleta e imperfecta. Si los soportes de la estructura
parroquial son en primer lugar la celebración de los divinos misterios
(liturgia); en segundo lugar, el anuncio de Jesucristo, el apostolado y el
testimonio; y en tercer lugar, el ejercicio de la caridad con los pobres, la
falta de cualquiera de ellos hace que la parroquia esté manca o coja, en todo
caso defectuosa. Es tarea del Obispo y de su Delegado para este sector trabajar
para que no haya ni una sola parroquia en la Archidiócesis sin Cáritas.
Termino ya deseando
que este curso pastoral que iniciamos sea fecundo en frutos al servicio de
nuestros hermanos más pobres; que profundicemos en la verdadera identidad de
nuestras instituciones de caridad; que nos persuadamos de la necesidad y de la
importancia de las bases sobrenaturales de nuestro compromiso social y
caritativo; que estéis siempre convencidos de que, detrás de los pobres a los
que servís, está el Señor y que nunca perdáis la inquietud interior de ser en
todo padres, madres y hermanos de tantos huérfanos de amor, de tantos pródigos
que sufren como consecuencia de tantas heridas físicas o morales. Y todo ello
con el amor de Cristo, nuestro Maestro, visibilizando el amor maternal de la
Iglesia, que debe cuidar y amar especialmente a los últimos, tal como nos lo
enseñó el Señor.
Deseando que nuestras Cáritas,
nuestras instituciones socio-caritativas, nuestras parroquias, en las obras
sociales y caritativas de los religiosos y religiosas y en las hermandades y
cofradías surjan muchas iniciativas creativas en este curso pastoral en favor
de los pobres, os encomiendo a la poderosa intercesión de la Santísima Virgen
en el título de los Reyes, patrona de la Archidiócesis de Sevilla. Que ella nos
ayude en esta crisis inesperada, para la que no estábamos preparados, e
interceda ante su Hijo para que podamos superarla. Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios. A ti acudimos, en ti buscamos refugio.
Sevilla, 1 de
septiembre de 2020
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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