"Ventana abierta"

Hay
momentos en la vida propia, en la vida personal, en que uno se siente como si
estuviera estacionado. La vida parece no moverse, ni para adelante ni para
atrás. No pasa nada.
Así estaban los apóstoles, los 11 fieles. Sí, era un hecho que Jesús había
resucitado, que estaba claro que seguía apareciéndose a ellos, dándoles
entendimiento de lo que había sucedido, de cómo las profecías mesiánicas se
cumplían en Él.
Pero ahora, ¿qué pasaría? Los apóstoles fueron a Jerusalén con Jesús, con la
ilusión de convertirse en reyes. Ellos se veían en la gran ciudad, Jerusalén,
sentados en tronos, con ropaje real, coronas, siendo los nuevos señores de la
nación judía. Después de todo, Jesús les dijo que se sentarían sobre tronos
(12), y juzgarían a las 12 tribus de Israel.
Jesús no les había mentido en sus promesas, sin embargo, ahora las
circunstancias eran que estaban solos, sin Jesús en cuerpo presente. El Señor
no les había dado instrucciones de qué hacer. Esperar, esperar, esperar, y el
que espera, dice un dicho, desespera.
En el capítulo 21 del Evangelio de Juan se narra el relato de qué hicieron
algunos apóstoles en un momento de desesperación, uno de esos en los que uno
dice ¡no puedo más!, y salen a pescar.
Inicia así el relato:
Poco tiempo después, Jesús se apareció a
los discípulos a la orilla del Lago de Tiberíades. Esto fue lo que sucedió:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás el Gemelo, Natanael, que era del pueblo de
Caná de Galilea, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos de
Jesús. Pedro les dijo:
-Voy a pescar.
-Nosotros vamos contigo -dijeron
ellos-.
Todos subieron a una barca y se fueron a
pescar. Pero esa noche no pudieron pescar nada.
Estaban juntos 7 apóstoles. Estarían hablando,
recordando cosas vividas, pero sea lo que sea que estaban haciendo, Pedro
decide irse a pescar.
¿Por qué? Estaría cansado de no hacer nada, de
estar en quietud. No hacer nada, y que nada pase, cansa más emocional y
anímicamente. Pedro, según lo muestran los Evangelios, era un hombre siempre en
movimiento, siempre en acción. Así que en ese estar en una especie de suspenso,
llegó un momento que no lo soportó más, y se fue a pescar. Él dice: "voy a
pescar". Esa es su decisión, se levanta y se va a pescar.
Los otros seis apóstoles, van con él.
Que Pedro era el líder del grupo de apóstoles
es indudable. Por eso los otros van con él a pescar. Pero... no pescan nada en
toda la noche.
Y antes del amanecer, un extraño irrumpe en la
escena:
En la madrugada, Jesús estaba de
pie a la orilla del lago, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les preguntó:
-Hijitos, ¿pescaron algo?
-No -respondieron ellos-.
Jesús les dijo:
-Echen la red por el lado derecho
de la barca, y pescarán algo.
Los discípulos obedecieron, y
después no podían sacar la red del agua, pues eran muchos los pescados.
Entonces el discípulo favorito de
Jesús le dijo a Pedro: "¡Es el Señor!"
El extraño les pregunta si no han pescado nada.
Les llama "hijitos". Es una palabra griega que se refiere a unos
niños o niñas, que pueden ser unos recién nacidos. Este extraño, que sabemos es
Jesús, ve a estos hombres mayores, casados, con hijos, como unos niñitos.
Claro, no les llama así por su inmadurez en un sentido despectivo. Es un trato
afectuoso, cariñoso.
Jesús sentía por sus discípulos cariño,
ternura, compasión. Los veía como niñitos recién nacidos, indefensos,
necesitados de cuidado y atención permanentes, como a un recién nacido.
Si Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y siempre,
hemos de confiar y saber que esa ternura, esa compasión cariñosa que sentía
Jesús por ellos hace 2.000 años, también la siente por cada uno de nosotros.
Nos ve con la ternura que siente una madre por su hijo o hija recién nacido, sabiendo
que necesita constantemente de su cuidado y atención.
No importa si tenemos 100 años, o sólo 15. No
importa la edad que tengamos, ni cuál sea nuestra situación. Jesucristo nos ve
como hijitos, y sabe de nuestra situación.
Los apóstoles fueron al Mar de Galilea a
pescar. ¿Y dónde estaba Jesús? Allí, en la orilla. Literalmente no estamos
metidos en un Mar de galilea, pero sí tenemos circunstancias y dificultades que
afrontar. Tal vez tenemos tiempo (a nuestros ojos es muchísimo tiempo tal vez),
afrontando un problema o varios. Y pensamos que nadie se interesa en nuestros
problemas. Nadie reconoce nuestros esfuerzos. Nadie ve lo que hacemos.
Yavé conoce nuestra situación. Y Jesucristo
también.
Para Jesucristo no era un secreto que los
apóstoles habían pasado toda la noche tratando de pescar, y no habían logrado
capturar ni una sardina. Así, podemos saber que Él conoce que, figurativamente,
tenemos tiempo montados en una barca (nuestra situación) en la que hemos
tratado de salir adelante, logrando resultados, y nada hemos logrado, como los
apóstoles con su red vacía.
Cuando Jesús dice que echen la red por el lado
derecho, ellos lo hacen. No cuestionan. No dudan. No se ponen a decirle al
extraño: ¿y tú quién eres para venirnos a mandar? Sencillamente tiran la red
por el lado derecho. La red se llenó de peces, tantos, que no podían subirla a
la barca. ¡Es el Señor! exclama Juan, pues le ha reconocido.
Sigue diciendo el relato:
Cuando Simón Pedro oyó que se
trataba del Señor, se puso la ropa que se había quitado para trabajar, y se
tiró al agua. Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca,
arrastrando la red llena de pescados, pues estaban como a cien metros de la playa.
Cuando llegaron a tierra firme,
vieron una fogata, con un pescado encima, y pan. Jesús les
dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y
arrastró la red hasta la playa. Estaba repleta, pues tenía ciento cincuenta y
tres pescados grandes. A pesar de tantos pescados, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a
desayunar".
Cuando llegan todos a la orilla, junto con los
peces, ven una fogata con pescado y pan. Seguramente, estaban hambrientos, y
antes de pescar, se preguntarían sobre qué comerían. Pero al llegar a la
orilla, ven que el desayuno está listo. Pero el Señor les pide que traigan de
los pescados. No eran pescaditos pequeños, eran pescados grandes. ¡Qué ricos
serían esos pescados frescos asados a leña!
Y el relato finaliza así:
Ninguno de los discípulos se
atrevía a preguntarle quién era; ¡bien sabían que era el Señor! Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a
ellos, y también les dio el pescado.
Esa era la tercera vez que Jesús
se aparecía a sus discípulos después de haber resucitado.
La historia del
capítulo 21 del Evangelio de Juan continúa, pero hasta este punto la
consideramos.
Como se lee en la Biblia, fueron 153 los pescados grandes que resultaron de
aquella pesca milagrosa. Fue un gran milagro de multiplicación, que
particularmente fortaleció la fe de los apóstoles. ¿Por qué?
Jesús ascendería al Cielo, y ellos tenían una obra que efectuar. Tenían
que aprender a tener fe en Jesús, en que Él les daría las provisiones que
necesitarían. Jesús era consciente de lo que pensaban los apóstoles, y sus
preocupaciones. No eran sólo ellos. Eran ellos, sus esposas, sus hijos e hijas
y demás responsabilidades. El Maestro había dado muestras de provisión
abundante estando presente. Recordemos las 2 ocasiones en las que multiplicó
milagrosamente panes y peces. Y ahora, les había hecho tener una pesca
milagrosa.
Quería Jesús que ellos recordaran el significado del milagro. Que estaría con
ellos, cuidándoles, guiándoles, sosteniéndolos.
Igual sucede en nuestro caso. Están relatos como estos en los Evangelios.
Historias que nos muestran que el poder y la capacidad de proveer de Jesucristo
sigue allí, disponible. A los creyentes nos hace falta hacernos una buena
memoria, y recordar estas cosas.
Para Jesucristo, no hay crisis económica, ni escasez, ni carencia, ni inflación
ni desempleo. Él sabe cómo cuidar a sus ovejas. Pero debemos aprender a
escuchar la voz del Pastor, y obedecer. Eso requiere hacer lo que nos
corresponde, y también, tener la fe en que tendremos resultados de nuestra fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario