"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
ORAD AL SEÑOR DE LA MIES QUE, MANDE OBREROS A SU MIES
32 Salían ellos
todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado.
33 Y expulsado el demonio,
rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual
en Israel.»
34 Pero los fariseos
decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.»
35 Jesús recorría todas las
ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del
Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia.
36 Y al ver a la
muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como
ovejas que no tienen pastor.
37 Entonces dice a sus
discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos.
38 Rogad, pues, al Dueño de
la mies que envíe obreros a su mies.» (Mt.
9, 32-38)
Entre la admiración de la gente y la
malevolencia de los fariseos, Jesús sigue trabajando a favor del
Reino de Dios que quiere introducir en nuestra tierra: predica en
las sinagogas de los judíos y también en descampado, en cualquier
lugar donde haya hombres ávidos de verdad y que no la encuentran
en su entorno, ni en sí mismos. Su Palabra se derrama en
este campo que es el mundo, para que nadie pueda decir en el
último Día: “¡Yo nunca oí el mensaje
de Salvación, ni me hablaron de ese Jesús que lo trae a manos llenas
desde el cielo!”. Por esto, la llamada apremiante de Jesús
a que su Iglesia, sus fieles seguidores, oren con
insistencia y en todo momento al Padre, para que envíe
trabajadores incansables a su mies.
¡A todos hay que invitar y abrir el oído
para que el Espíritu Santo entre en sus corazones! Porque, el
anunciar su Palabra, nos corresponde a nosotros, pero el hacer
que fructifique y muchos sean los que tocados por el Espíritu Santo
abandonen su antigua vida y sólo tengan en sus corazones el
celo, el fuego por hablar de Jesús y del Padre a todas las
gentes, esto sólo lo puede hacer Dios. Mas Él está deseando
salvar y hacer creer su Evangelio a todos: “con gran
deseo, he deseado comer esta comida pascual con vosotros, antes
de padecer”.
Pues, tras su Pasión, su Cruz
y Resurrección, el gran Don de Dios para completar la Redención
es el envío del Espíritu Santo. “Él nos lo enseñará todo y nos
indicará cómo hemos de hablar” a nuestros hermanos de
nuestro Padre-Dios y de Jesús, su Hijo. Pero este Don, no
viene de nosotros, ni de nuestros grandes deseos de que conozcan todos a
Jesús, sino que es el Espíritu Santo que, con su Llama
de Amor, nos enciende en su fuego y ya no somos nosotros los que
hablamos, sino que es el Espíritu el que habla en nosotros y por
nosotros. ¡Con qué grande suavidad y embeleso Él hace oración en
nuestro interior: “porque el Espíritu y la Esposa
(su Iglesia, nosotros), dice: ¡ven, Señor Jesús!”. Él
es el Testigo Fiel que todo lo sabe y conoce del Cielo, por
esto es nuestro Abogado e Intercesor ante el Padre.
¡Qué gozo produce en el alma orar en el
Espíritu de Dios! Y, no hay que decir muchas
palabras, tan sólo: “¡ven, ven, Señor
Jesús!”. Y esto sin cansarnos, porque sin tiempo la
pronunció Dios para salvarnos, para llevarnos a Él. Es el
anhelo, en esperanza, del alma enamorada, que ya no desea más
que los bienes de allá arriba porque, en
verdad, el Espíritu no sabemos cómo nos lo ha hecho
tocar, en un movimiento de amor por nosotros.
¡Señor, danos el espíritu de oración y acción
de gracias, a nosotros, que no sabemos pedir lo que nos conviene y en
nuestra pobreza, ni siquiera sabemos ser agradecidos a Dios! ¡Entra
con tu fuerza en nuestros corazones y seremos hombres nuevos
que, como la Esposa, sepamos y deseemos
decir: “¡ven, Señor Jesús!
¡Llénanos de tu Espíritu Santo y nuestra oración cobrará vida en tu presencia para ser escuchada y acogida por Ti! ¡Ven, ven, Señor Jesús! ¡Amén! ¡Amén!
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