"Ventana abierta"
Web católico de Javier
Un rey le
contaba a un sabio lo extraordinariamente buenos y generosos que eran sus súbditos.
-Estás muy equivocado –le dijo el sabio-. La
gente de tu reino actúa de acuerdo a las apariencias. Le dan muy poca
importancia a los hechos, que son los que demuestran espíritus grandiosos.
Al oir esto, los cortesanos se pusieron bravos
y le rogaron al rey que no hiciera caso a ese falso sabio.
-Majestad, ellos dirán lo que quieran, pero en
este mundo vil, todo funciona al revés: la persona más preciosa no vale
nada, y la persona que no vale nada es la más preciosa.
-Demuéstramelo –dijo el rey-. Si no lo haces,
mandaré que te corten la cabeza por decir cosas falsas y descabelladas.
El sabio invitó al rey a que se disfrazara como
una persona común y así dieran una vuelta por la ciudad. Llegaron al mercado y
el sabio le insinuó al rey que pidiera un kilo de cerezas que habrían de servir
para salvarle la vida a un enfermo muy grave.
Fueron inútiles las súplicas del rey. El
comerciante, cansado de argüir con él, lo expulsó del lugar y le dijo que si no
se iba pronto, lo sacaría a palos.
- Las cosas que tiene que oír uno en la vida
–mascullaba el comerciante-. ¿Acaso tengo cara de idiota? Estos mendigos
miserables ya no saben qué inventar para engañar a uno.
El rey estaba a punto de revelar su identidad,
cuando el sabio se lo llevó de allí. Caminaron un buen rato y llegaron a
orillas de un río que corría crecido con las aguas del deshielo. En un
descuido, el sabio le dio un empujón al rey que cayó al agua. Empezó a gritar
pidiendo ayuda, pero aunque se acercaron muchos curiosos atraídos por sus
gritos, nadie hizo nada. Ya estaba a punto de ahogarse, cuando un mendigo, el
más harapiento de la ciudad, se lanzó al agua y salvó al rey.
Entonces el sabio se acercó al rey, que
temblaba de frío y de indignación, y le dijo:
-¿Viste cómo era cierto lo que yo te dije?
Cuando tú, que eres la persona más valiosa del reino pediste un kilo de cerezas
para salvar la vida de un enfermo, no obtuviste nada y hasta estuviste a punto
de que te partieran la cabeza a golpes. En cambio este mendigo, que
supuestamente es la persona que menos vale en tu reino, ha expuesto su vida por
ti y te ha salvado. No son las apariencias lo que cuentan, sino los hechos.
Moraleja: Vivimos la vida como actuación. Cada
día se nos impone con mayor fuerza la cultura de la apariencia, del qué
dirán. Regalamos por cumplir, por no quedar mal, porque todos lo
hacen..., no por agradar. Manejados por la publicidad y las propagandas,
compramos no lo que necesitamos, sino lo que el mercado necesita que compremos.
El mercado crea incesantemente nuevos productos y la televisión se encarga de
convertirlos en necesidades. Hablamos sin pensar lo que decimos, vivimos
rutinas, compramos propagandas. Decimos que nos divertimos mucho en
la fiesta porque se espera que digamos eso, que nos gustó mucho la película
publicitada que todo el mundo dice que es muy buena, aunque nos hayamos aburrido
soberanamente al verla. Aplaudimos porque todos lo hacen; sonreímos, sin saber
por qué, cuando todos lo hacen. En breve, cada día son menos las personas que
se atreven a vivir, a ser dueños de su propia vida: la mayoría son vividos por
los demás: el televisor, las costumbres, las modas, el qué dirán...
Tratamos a los demás de acuerdo a su aspecto.
Nos sentimos crecidos cuando podemos ver o dar la mano a un ídolo de la
canción, a un personaje famoso, sin importar si es un soberano egoísta, o
un cretino, esclavo de su imagen y su fama. Por otra parte, despreciamos
y nos alejamos de los pobres, los humildes, a quienes vemos con
frecuencia como amenazas. Necesitamos una educación que enseñe a ver la
realidad, más allá de las apariencias.
En relación al trato hacia los demás, recuerda siempre el mandamiento del Señor: "Amarás al prójimo como a ti mismo".
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