"Ventana abierta"
Web católico de Javier
¿Existe el infierno? Por supuesto que sí. Dios
mismo, que tanto nos ama, nos habla de él. Sin embargo, hay personas que
piensan que si Dios es amor y si Dios es padre, no puede existir el castigo del
Infierno. Esas personas están profundamente equivocadas. Dios es Padre
misericordioso, pero también es justo. Dios nos ha hecho libres y por tanto, si
una persona no quiere saber nada de Dios y no quiere cumplir sus mandamientos,
Dios no es culpable de su perdición. Si uno se encierra en una habitación y no
deja que entre la luz del sol, ¿quién tiene la culpa de que esa habitación esté
a oscuras? Dios está deseando que nos acojamos a su misericordia, pero si un
pecador rechaza voluntariamente la misericordia de Dios, él y sólo él es el
culpable de su condenación.
La existencia del infierno es un dogma de fe,
es decir, una verdad de fe proclamada solemnemente por el Magisterio de la
Iglesia como perteneciente a la Revelación, y por tanto irreformable. Además,
la fe claramente nos dice que "las almas de los que mueren en estado de
pecado mortal van al infierno".
Los católicos no debemos basar nuestra buena
conducta en el temor al infierno, sino en el amor a Dios. Sin embargo, es
conveniente recordar que hay un castigo justo. El temor nos debe ayudar a
evitar aquello que nos causa daño. En momentos de debilidad y ceguera, cuando
acecha la tentación, pensar en el infierno es conveniente y provechoso.
Mucha gente vive como si no existiera el
infierno y no les interesa que se hable de él. Ellos dicen que nadie ha venido
del otro mundo para mostrarnos la existencia del infierno, pero están
equivocados, ya que el propio Jesucristo vino al mundo y nos habló de él. Jesús
llama al infierno "gehenna", palabra aramea que se refiere al valle
del Hinnon, situado al sur de Jerusalén. Era un vertedero de desechos de la
ciudad y el fuego que allí ardía y los gusanos de la basura, vinieron a ser
símbolos de los tormentos eternos. En el evangelio podemos leer las siguientes
referencias de Jesús hablando del infierno: Lo llama "gehenna de
fuego" (Mt. 5,22) "gehenna donde el gusano no muere ni el fuego se
extingue" (Mc. 9, 46-47); "fuego eterno" (Mt. 25,41);
"fuego inextinguible" (Mt. 3,12; Mc 9,42); "horno de fuego"
(Mt. 13,42); "suplicio eterno" (Mt. 25,46)... Allí hay tinieblas (Mt.
8,12; Mt 22,13, Mt. 25,30), "aullidos y rechinar de dientes" (Mt.
13,42, Lc. 13,28).
No perdamos de vista además, que
el infierno es nada menos que eterno, no hay vuelta atrás posible.
Es bueno recordar en este momento la escena del
rico Epulón, contada por Jesús a los fariseos: había un hombre rico que vestía
de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un
pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de
llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los
perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y
fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue
sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus
ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: Padre
Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en
agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Contestó
Abrahán: Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro,
en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de
todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo
que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de
ahí a nosotros. Y dijo: Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi
padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a
este lugar de tormentos. Pero replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los
Profetas. ¡Que los oigan! El dijo: No, padre Abrahán; pero si alguno de entre
los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: Si no escuchan a Moisés y a
los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos
resucite"(Lc 16, 19-31).
En la actualidad, Dios podría decir algo así como "Ahí tenéis las palabras del Papa, de los obispos, de vuestros sacerdotes, que os hablan en mi nombre. Si a ellos no les hacéis caso, es inútil que resucite a un muerto para avisaros de que hay infierno y que a él podéis ir, porque no haréis caso."
Testimonios de quienes han visto
el infierno
Santa Teresa de Jesús, Santa Faustina Kowalska,
la Venerable Ana de San Agustín.la Beata Ana Catalina Emmerick, Lucía de
Fátima, etc., han tenido la oportunidad de ver el infierno. A continuación,
podrán leer algunos testimonios.
Visión del infierno de Santa
Faustina Kowalska, según lo escribió en su diario:
"Hoy, fui llevada por un ángel a las
profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente
grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el
infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de
conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; (160) la
cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento
terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo
de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor
sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los
condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la
sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible
desesperación, el odio a Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es
el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas
particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece
sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha
pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de
otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia
de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por
toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. (161) Estoy
escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una
excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que
por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he
visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él
y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he
recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos
de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he
escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la
mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un
infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán
terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más
fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la
misericordia de Dios sobre ellos.
Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta
el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el
menor de los pecados".
Ana Catalina Emmerick dice que es "un país
de infinitos tormentos, un mundo horrible y tenebroso ". Muchas veces,
cuando ella iba al cementerio a orar por las almas, sentía quiénes estaban
condenadas. Dice: "Veía salir como un vaho negro que me estremecía de
algunos sepulcros. En estos casos, la idea viva de la santísima justicia de
Dios era para mí como un ángel que me libraba de lo que había de espantoso en
tales sepulcros".
Santa Teresa de Jesús nos cuenta: "Un día
murió cierta persona, que había vivido harto mal y por muchos años. Murió sin
confesión, mas con todo esto no me parecía a mí que se había de condenar
Estando amortajando el cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo y parecía
que jugaban con él... Cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la
multitud de demonios, que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de
mí de verlo y no era menester poco ánimo para disimularlo.
Consideraba qué harían de aquel alma, cuando
así se enseñoreaban del triste cuerpo. Ojalá el Señor hiciera ver esto que yo
vi a todos los que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para
hacerlos vivir bien" (Vida 38,24).
Lucía de Fátima cuenta en sus
"Memorias" la visión del infierno aquel 13 de julio de 1917:
"Vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las
almas, entre gritos y gemidos de pavor. Los demonios se distinguían por sus
formas horribles y asquerosas como negros carbones en brasa. Nuestra Señora nos
dijo entre bondad y tristeza: Habéis visto el infierno adonde van las almas de
los pobres pecadores.
Catequesis de San Juan
Pablo II, 28 - Julio – 1999
"El infierno como rechazo
definitivo de Dios"
1. Dios es Padre infinitamente bueno y
misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la
libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando
así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica
situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o
infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino
del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma
dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en
cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que
convierten la vida, como se suele decir, en "un infierno".
Con todo, en sentido teológico, el infierno es
algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve
contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente
quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su
vida.
2. Para describir esta realidad, la sagrada
Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En
el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente
iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los
muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb
10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir
(cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38,
18; Sal 6, 6).
El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la
condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su
resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en
el reino de los muertos.
Sin embargo, la redención sigue siendo un
ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por
eso, cada uno será juzgado "de acuerdo con sus obras" (Ap 20, 13).
Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los
obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde "será el llanto y el
rechinar de dientes" (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de
"fuego que no se apaga" (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma
de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el
infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de
mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19_31).
También el Apocalipsis representa
figurativamente en un "lago de fuego" a los que no se hallan
inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una "segunda
muerte" (Ap 20, 13 ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no
abrirse al Evangelio, se predisponen a "una ruina eterna, alejados de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Ts 1, 9).
3. Las imágenes con las que la sagrada
Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan
la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que
un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y
definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los
datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: "Morir
en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de
Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y
libre elección. Este estado de auto exclusión definitiva de la comunión con
Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra
infierno" (n. 1033).
Por eso, la "condenación" no se ha de
atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no
puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la
criatura la que se cierra a su amor. La "condenación" consiste
precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección
libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La
sentencia de Dios ratifica ese estado.
4. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del
"sí" y del "no" que caracteriza la libertad de las
criaturas, alguien ha dicho ya "no". Se trata de las criaturas
espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama
demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800_801). Para nosotros, los seres
humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a
evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según
el modelo de Jesús, que siempre dijo "sí" a Dios.
La condenación sigue siendo una posibilidad
real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres
humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento
del infierno y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no
debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y
saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido
a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar "Abbá,
Padre" (Rm 8, 15; Ga 4, 6).
Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece
en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la
Iglesia, como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano:
"Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus
elegidos".
¿Qué nos dice el Catecismo de la
Iglesia Católica sobre el infierno?
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no
podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos
gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos:
"Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es
un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en
él" (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él
si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que
son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado
de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados
es lo que se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la
"gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,
22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida
rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el
cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus
ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al
horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:"
¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la
existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado
de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte
y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf DS 76;
409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las
enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la
responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con
su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la
conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por
ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!;
y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es
necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así,
terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar
con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como
siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde
"habrá llanto y rechinar de dientes" (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al
infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión
voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la
liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia
implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que
todos lleguen a la conversión" (2 P 3:9).
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