"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE
ADVIENTO (C)
Se le llama a ese tercer domingo de
Adviento Gaudete que literalmente quiere decir
“alégrense”, o “regocíjense”.
La liturgia de hoy reboza de alegría; el tipo
de alegría que se contagia. Comenzamos esta tercera semana de Adviento
encendiendo la vela rosada como símbolo de alegría. Por eso se le llama a ese
tercer domingo de Adviento Gaudete que literalmente quiere decir “alégrense”, o “regocíjense”. La
primera lectura (So 3,14-18a), al igual que el Salmo (Is 12,2-3.4bed.5-6) y la
segunda lectura (Fil 4,4-7), nos transmiten ese gozo. “Regocíjate, hija de
Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”
(So 3,14).
El pasado domingo el Evangelio nos presentaba a
Juan el Bautista predicar un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados. En la lectura evangélica de hoy (Lc 3,10-18) Juan concretiza esa
conversión en unas conductas específicas. Esto motivado por las preguntas:
“¿Entonces, qué hacemos?” y “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”
Juan contestó la pregunta a la gente en
términos generales: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no
tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. También a unos publicanos: “No
exijáis más de lo establecido”. En ocasiones anteriores hemos dicho cómo los
publicanos eran tal vez los judíos más odiados por el pueblo pues, tras de
cobrar impuestos para el imperio opresor, cobraban otro tanto de más para
ellos. Finalmente contesta la pregunta a unos militares: “No hagáis extorsión
ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”.
El pueblo intuía la llegada inminente de los
tiempos mesiánicos tan esperados por el pueblo. La austeridad y la sabiduría de
Juan los confunde y comienzan a preguntarse si no sería Juan el Mesías. La
contestación de Juan no se hizo esperar: “Yo os bautizo con agua; pero viene el
que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Palabras poderosas y llenas de promesa,
precedidas de una muestra de humildad absoluta que solo puede venir de un
contacto, una relación estrecha con Dios que le hace reconocerlo en la persona
de Jesús.
No podemos olvidar que Juan sintió la presencia
del Espíritu con toda su fuerza cuando aún estaba en el vientre de su madre
Isabel, al recibir la visita de la “llena de gracia”. Isabel fue la primera en
recibir en su casa al Salvador, cuando este todavía se encontraba en el vientre
de María. Y esa visita provocó que Isabel se llenara del Espíritu Santo (Lc 1,
41) y, con ella, la criatura que llevaba en su vientre. Estoy convencido que
esa infusión de Espíritu marcó la vida de Juan para siempre con las virtudes
teologales y los dones del Espíritu Santo.
“No merezco desatarle la correa de sus
sandalias”. En el mundo de la época desatar las sandalias era tarea de
esclavos. Ante la presencia del Mesías, Juan reconoce su pequeñez, se declara
sencillamente sin derechos. Durante su gestación en el vientre de Isabel, al
recibir la visita de la “esclava del Señor” (Lc 1,38), Juan se “contagió” de la
gracia de María, esa gracia que nos hace comprender que la verdadera libertad,
la verdadera grandeza, está en hacerse “esclavo” del Señor.
Y desde ese momento Juan comenzó a vivir su
Adviento. Adviento que culminaría al bautizar a Jesús en el Jordán y serle
revelado por el Espíritu que ese era el Hijo de Dios, lo que le hizo exclamar
lleno de júbilo ante todos al encontrase más tarde con Jesús: “Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,24-34).
Y tú, ¿te has encontrado con Jesús? ¿Estás
dispuesto a confesar tu fe en Él ante todos como lo hizo Juan? Todavía nos
quedan trece días para el nacimiento del Niño Dios en el pesebre, en nuestros
corazones. Aún estamos a tiempo para “preparar el camino del Señor, allanar sus
senderos” (Lc 3, 4), y recibirle con los brazos abiertos. Anda, ¡anímate!…
¡alégrate! Él está esperando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario