"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
1 Juan 4:14
(Jesús dijo:) Escudriñad las Escrituras… ellas
son las que dan testimonio de mí.
Juan 5:39
Ahora veo
Lea Juan 9: 1-38
Jesús se encontró con un hombre ciego de
nacimiento. Después de haberle puesto lodo en sus ojos como pomada, lo envió a
lavarse en el estanque de Siloé, que significa Enviado. El hombre obedeció, se
lavó y regresó viendo. Él nunca había visto, pero pudo dar este testimonio:
“Habiendo yo sido ciego, ahora veo” (v. 25).
Antes de sanarlo, Jesús afirmó: “Luz soy del
mundo” (v. 5). Este ciego no podía ver a Jesús, pero al lavarse en el Siloé,
sus ojos se abrieron, no porque hubiese visto a Jesús, sino porque escuchó y
creyó.
El testimonio que dio de Jesús se volvió cada
vez más claro. Primero habló de un hombre llamado Jesús, después habló de un
profeta, luego de un hombre de Dios. Después Jesús vino a su encuentro y le
dijo: “¿Crees tú en el Hijo de Dios? … Le has visto, y el que habla contigo, él
es”. “Creo, Señor”, fue su respuesta. Tal es la luz que crece en un corazón
hasta que el día sea perfecto (Proverbios 4:18). Este hombre supo que Jesús era
el Hijo de Dios.
Este ciego de nacimiento nos representa a
todos. Desde nuestro nacimiento somos moralmente ciegos, incapaces de discernir
a Jesús, “la luz del mundo”. Los ojos de nuestro corazón deben ser abiertos
para poder verlo (Efesios 1:18). La Palabra de Dios (las aguas de Siloé) nos
hace descubrir a Jesús, el Enviado de Dios. Gracias a ella, nuestros ojos se
abren a la “luz de la vida”; creemos que Jesús es el Salvador, el Hijo de Dios,
y proclamamos con gozo: “… habiendo yo sido ciego, ahora veo” (v. 25).
No hay comentarios:
Publicar un comentario