"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA OCTAVA DE
PASCUA
“Cuando no encontramos a Jesús dentro de
nosotros o, como María, lo vemos pero no le reconocemos, si nos arrepentimos de
corazón y lloramos nuestra culpa, Jesús nos llamará por nuestro propio nombre”.
Como habíamos adelantado ayer, los pasajes
evangélicos que vamos a contemplar durante la Octava de Pascua nos narran las
apariciones de Jesús a sus discípulos luego de su gloriosa resurrección.
Hoy la liturgia nos presenta la versión de Juan
de la aparición de Jesús a María Magdalena (Jn 20,11-18). En los versículos
anteriores María había encontrado que la piedra que cubría el sepulcro había
sido removida, había ido a avisarles a Pedro y a Juan, estos habían llegado y
habían encontrado el sepulcro vacío. Al regresarse a casa los discípulos, María
se quedó llorando junto al sepulcro.
Al asomarse al sepulcro vio dos ángeles en
donde había estado el cuerpo del Señor. “Ellos le preguntan: ‘Mujer, ¿por qué
lloras?’ Ella les contesta: ‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo
han puesto’”. Vemos que el llanto de María se ve acentuado por la ausencia del
cadáver. Ya no solo llora por la muerte de Jesús, sino porque no sabe dónde
está su cuerpo. No podría sentirse más “abandonada”.
Jesús lo había adelantado: “Les aseguro que
ustedes van a llorar y se van a lamentar;… Ustedes estarán tristes, pero esa
tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20). Y esa Palabra no se hizo esperar.
Estando María ahogada en llanto se le presenta Jesús y le dice: “Mujer, ¿por
qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Pero María no lo reconoce (Jesús estaba con su
cuerpo glorificado) y le confunde con el jardinero, diciéndole que si él se ha
llevado el cadáver que le diga dónde está para ir a recogerlo. Un acto de
misericordia y caridad.
Hasta este momento toda la conversación, tanto
con los ángeles como con Jesús, ha trascurrido en un plano impersonal, se le ha
llamado por el apelativo de “mujer”, tal vez reflejo del vacío y la tristeza
que ella experimentaba en su corazón. Ese mismo vacío que sintió María
Magdalena, lo sentimos nosotros en nuestros corazones cuando estamos en pecado.
En ese momento nuestra alma está tan vacía como lo estuvo aquel sepulcro hace
casi dos mil años. Jesús no está y no lo podemos encontrar…
Pero todo cambia cuando Jesús se le revela y la
llama por su nombre: “¡María!” En ese momento se le abren los ojos del alma, y
su vacío y tristeza se convierten en gozo, y reconoce a Jesús: “¡Rabboni!”. Trato de imaginar lo que María debe haber
sentido en ese momento. Sentiría que su pecho iba a estallar; no encontraría
palabras para expresar su alegría, por eso trata de abrazarlo y Jesús no se lo
permite: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre”. Y le envía a dar la
buena noticia a sus hermanos.
Del mismo modo, cuando nuestra alma está vacía
por causa del pecado, cuando no encontramos a Jesús dentro de nosotros o, como
María, lo vemos pero no le reconocemos, si nos arrepentimos de corazón y
lloramos nuestra culpa, Jesús nos llamará por nuestro propio nombre. Y entonces
se nos abrirán los ojos del alma y le reconoceremos. Pero a diferencia de
María, quien no pudo abrazar al Resucitado porque todavía no había subido al
Padre, nosotros sí podemos fundirnos con Él en el abrazo más amoroso
imaginable. Y saldremos con júbilo a decir a nuestros hermanos: ¡Él vive!
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