"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA OCTAVA DE
PASCUA
“No temáis: id a comunicar a mis hermanos que
vayan a Galilea; allí me verán”.
Nos encontramos de lleno en la octava de
Pascua. Con el Domingo de Resurrección comenzamos la cincuentena del tiempo
pascual que culmina con la solemnidad de Pentecostés. Llamamos Octava de Pascua
a la primera semana de la cincuentena. Es como si se tratara de un solo día, o
sea, que la alegría del domingo de Pascua se prolonga por ocho días seguidos.
Durante la octava, las lecturas evangélicas que nos brinda la liturgia se
concentran en el signo “positivo” de la resurrección, las apariciones de Jesús,
que junto al signo “negativo” (el sepulcro vacío), conforman los hechos que
demuestran sin lugar a dudas que ¡Jesús ha resucitado! Estas lecturas nos
transmitirán fielmente las experiencias de los apóstoles y otros con el
Resucitado.
La lectura de hoy (Mt 28,8-15) nos presenta a
María Magdalena y “la otra María” (María la de Santiago) marchándose a toda
prisa del sepulcro después de haber presenciado al “Ángel del Señor” bajar del
cielo en medio de un terremoto y rodar la piedra que servía de lápida. El Ángel
les anunció que no temieran, que el Señor había resucitado tal como lo había
anunciado, pidiéndoles que fueran a informar lo ocurrido a los discípulos (vv.
1-7).
Estando de camino a comunicarles la buena
noticia de la resurrección a los demás discípulos, Jesús se aparece a las
mujeres y les dice: “Alegraos. No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos
que vayan a Galilea; allí me verán”.
Cuando examinamos los relatos de la
Resurrección de Jesús, lo primero que salta a la vista es el papel tan
importante que ocupan las mujeres en los mismos. En ocasiones anteriores hemos
dicho que el Resucitado, con su cuerpo glorificado escoge a quién le permite
verle. Muchos se preguntan por qué Jesús se apareció primero a las mujeres. La
pregunta es válida.
El papa San Gregorio Magno nos brinda una
posible explicación: “Lo que hay que considerar en estos hechos es la
intensidad del amor que ardía en el corazón de aquellas mujeres, que no se
apartaban del sepulcro. Buscaban al que no habían hallado, lo buscaban llorando
y encendidas en el fuego del amor. Por ello, las mujeres fueron las únicas en
verlo entonces, porque se habían quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a
las buenas obras es la perseverancia en ellas”.
En otras palabras, lo encontraron porque fueron
las únicas que se atrevieron, las únicas que lo buscaron (Cfr. Mt 7,7-8). No hay duda, ese amor que ardía en
los corazones de aquellas mujeres piadosas les proporcionó algo que le faltó a
los hombres, quienes se habían escondido por temor a las autoridades: VALOR. Un valor capaz de enfrentar los peligros de
la noche y la presencia de los guardias que custodiaban el sepulcro.
San Juan Pablo II al tratar el tema nos dice:
“Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su
resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera
premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las
había impulsado hasta el Calvario”.
Pidámosle al Resucitado nos conceda el amor y
la perseverancia de aquellas mujeres, para tener un verdadero encuentro con Él
y poder anunciar a todos la noticia: ¡Ha resucitado!
No hay comentarios:
Publicar un comentario