Posted by antenamisionera en febrero 19, 2009
(Domingo 7º T.O. 22 de Febrero de 2009)
Por Bernardo Baldeón
Creo que todos tenemos experiencia de lo difícil que es perdonar. Más aun de lo que es perdonar “de corazón”, que es lo Jesús pide a quienes le siguen.
Pero posiblemente haya algo más difícil: dejarse perdonar.
Si alguien se acerca a nosotros y nos dice: “te perdono”, resulta bastante común que lo miremos con cierto recelo. Y, con frecuencia, salgan de nuestra boca expresiones como: “¿Y de qué tienes tú que perdonarme?”. Si hemos dicho o hecho algo contra alguien, tendemos a considerar que “hemos puesto los puntos sobre las íes”… nunca que lo hayamos ofendido o atacado de forma injusta.
El evangelio de hoy nos habla del perdón. Pero pone por delante la necesidad que tenemos de ser perdonados.
Jesús tiene claro que quien no ha vivido la experiencia de ser perdonado, difícilmente será capaz de perdonar a los demás.
Leía en estos días una reflexión que dejó pensando: “Todos estamos muy bien dispuestos a disimular nuestras propias fragilidades. Y todos estamos muy predispuestos a denunciar y fustigar las de los otros. Tal parece como si, al echar la culpa a los demás, nos disculpásemos. En virtud de este mecanismo psicológico de autodefensa, preferimos ser jueces frente a los demás, creyendo que así nos liberamos de nuestro propio reato. No queremos reconocer nuestro propio pecado. Eso es todo. Pero el que no quiere reconocer su pecado, tampoco puede aceptar el perdón, y así nunca estará bien dispuesto a perdonar a los demás. Sólo el que se reconoce culpable es comprensivo con las flaquezas de los demás. Y nada hay que mueva más al hombre a perdonar a sus semejantes como el saberse culpable y perdonado”.
Si alguien se acerca a nosotros para pedirnos perdón, de alguna manera nos sentimos por encima del otro. Yo tenía razón y él acepta su error.
Pero si alguien se acerca a perdonarme, tendré que aceptar que yo me equivoqué. Eso me “abaja” frente al otro y nos cuesta aceptarlo. Siempre nos cuesta aceptar nuestros errores, aunque en el fondo seamos conscientes de ellos.
Escribas, fariseos, maestros de la ley… ponían todo su esfuerzo en cumplir las normas, prescripciones y mandamientos… y en buena parte lo hacían. Pero estaban tan ocupados en lo externo que no tenían tiempo para entrar y valorar lo que había en su corazón. Su cumplimiento exterior les hacía sentirse “justos” y con derecho a juzgar a sus hermanos. El peso de las normas los deshumanizaba.
A Jesús le presentan un paralítico. Buscan que lo cure. Jesús sorprende a todos con su palabras: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”, Dios te ama, está a tu lado y te perdona.
Los “justos” lo acusan de blasfemo. Jesús tiene que explicar el significado de ser perdonado: “Levántate” : ya nada te paraliza, ponte en pie y recupera tu dignidad; “Coge tu camilla” : empieza a mirar y a caminar hacia delante, tu pasado ya no existe; “Vete a tu casa” : reintégrate con los tuyos, convive con los demás como hombre libre.
La experiencia del perdón, dado y recibido, no tiene nada que ver con actitudes se superioridad o inferioridad. Es devolver a cada persona, o recuperar nosotros mismos, la dignidad de caminar como personas.
Los misioneros somos enviados a llevar la Buena Noticia a los últimos.
Con frecuencia identificamos a los últimos con los más pobres, los que están más abajo en la escala económica y social.
Y esa identificación es válida: la opción preferencial por los excluidos, por los condenados a la miseria, al hambre, al sufrimiento injusto… formó parte del estilo misionero de Jesús y debe formar parte del nuestro.
Pero Jesús mostró una atención especial también por otro tipo de marginados: los pecadores, los dominados por el mal, los considerados “impuros”, las prostitutas…
Le acusan de comer y juntarse con “pecadores”, de andar con malas compañías, en vez de juntarse con los “buenos”.
A muchos enfermos, como al paralítico de hoy, antes de curarlos, les dice: “tus pecados son perdonados”.
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Si actuamos como Jesús recibiremos las mismas condenas.
Pero si no ponemos el “perdón” como valor en el centro de nuestra sociedad estaremos falsificando el anuncio del reino.
“Dime con quien andas…” y si no andas con los “socialmente malos”, con los “pecadores”, posiblemente estés recorriendo caminos distintos de los de Jesús.
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