"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
CONFIAR SIEMPRE EN EL SEÑOR Y NO EN SI MISMO
9 Dijo también a algunos que se
tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
10 « Dos
hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
11 El fariseo,
de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco
como este publicano.
12 Ayuno dos
veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
13 En cambio el
publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión
de mí, que soy pecador!"
14 Os digo que
éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será
humillado; y el que se humille, será ensalzado.» (Lc. 18, 9-14).
Quién confía en sí mismo, es un insensato y un
necio que no piensa correctamente de sí mismo ante el Señor. ¿Es que puede
hacer algo, acumular méritos para que sus obras sean premiadas por Dios? ¡En
absoluto! En cambio, dice la Palabra de Dios que, “la oración del humilde
atraviesa las nubes y no se detiene hasta que alcanza su destino”. No
asegurarse en sí mismo sobre lo que sólo Dios puede concederme de sabiduría,
humildad o prudencia porque, todo hombre, debe caminar en la verdad y no en
fantasías o fuegos fatuos. La Verdad es Cristo, y su Palabra me desvela quién
soy yo. Dios es el soberano de todo porque todo fue hecho por Él.
Ante Dios, mi oración debe ser humilde que es lo mismo que, en verdad. “Yo soy
la que no soy y Tú Señor, eres el que eres”. Esta era la oración humildísima
que santa Catalina de Siena hacía desde el fondo de su corazón. Y, allí, cuando
llegaba a este hondón descansaba segura de ser escuchada porque no se apoyaban
en sus fuerzas o bienes, ¡que veía no tenerlos! sino sólo en Dios.
Y toda esta enseñanza la ilustra Jesús con una parábola llena de gracia divina.
“Dos hombres”. ¿Con cuál de ellos me identificó? La plegaria del fariseo está
hecha desde sí mismo: “Yo no soy ladrón, injusto ni adúltero, ni como ese
desgraciado que se está golpeando el pecho”.
Y es que, si somos sinceros, a veces nos sorprendemos orando así. Y cuando nos
damos cuenta, vemos que esta oración estaba dictada por mi soberbia. Más ¿quién
puede ser naturalmente humilde, y verse un gran pecador si Dios mismo no nos
envuelve con su gracia e ilumina el fondo de nuestro ser? Dios nos tiene que
convencer de pecado, de que, sin Él, no podemos nada. El salmo cincuenta,
“Miserere”, es muy apropiado para pedir a Dios la santidad que sólo me la puede
regalar Él.
¡Quiero ser humilde como Tú Jesús: “aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón”! ¡Vengo a Ti como un mendigo que suplica raspes de mi corazón todo el
dejo de egocentrismo que me ha pegado la vida! ¡Sé que el mundo se mueve en
estas coordenadas, pero un siervo de Cristo busca lo que está más allá de lo
visible en este mundo pues, sabemos que, un Día, el Día de su Segunda Visita,
todo quedará desvanecido y, sólo permanecerán los valores de la Recreación, es
decir de la Redención que Dios gratuitamente nos ha dado en su Hijo, ¡el Verbo
de Dios!
¡Queremos Señor, esperar con gran confianza lo que nos has prometido en un exceso de amor y misericordia! ¡Qué así se haga en nosotros por tu gracia! ¡Amén! ¡Amén!





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