"Ventana abierta"
Vigilia Pascual
P. Francisco Fernández Carvajal
¡Jesús ha resucitado, en verdad ha resucitado! ¡Felices Pascuas!
Evangelio: Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue
al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien tanto quería Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto." Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la
Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
REFLEXIÓN
- La Resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. Jesucristo vive: ésta es la gran alegría de todos los cristianos.
I. En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad (1) .
“Al caer la tarde del sábado, María Magdalena y
María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el
cuerpo muerto de Jesús. -Muy de mañana, al otro día, llegan al sepulcro, salido
ya el sol. (Mc 16, 12) Y entrando, se quedan consternadas porque no hallan el
cuerpo del Señor. -Un mancebo, cubierto de vestidura blanca, les dice: No
temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexit enim sicut
dixit, -no está aquí, porque ha resucitado, según predijo. (Mt 28, 5).
“¡Ha resucitado! -Jesús ha resucitado. No está
en el sepulcro. ‑La Vida pudo más que la muerte” (2).
La Resurrección gloriosa del Señor es la clave
para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria
sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe
vacía de contenido (3). Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra
futura resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor
con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida
juntamente con Cristo... y nos resucitó con Él (4). La Pascua es la fiesta de
nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.
La Resurrección del Señor es una realidad
central de la fe católica, y como tal fue predicada desde los comienzos del
Cristianismo. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles
son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús (5). Anuncian que Cristo
vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte
siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el
argumento supremo de la divinidad de Nuestro Señor.
Después de resucitar por su propia virtud,
Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que
era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas
de los clavos y de la lanza... Los Apóstoles declaran que se manifestó con
numerosas pruebas (6), y muchos de estos hombres murieron testificando esta
verdad.
Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el
corazón. “Ésta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que
murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las
tinieblas, del dolor y de la angustia (...): en Él, lo encontramos todo; fuera
de Él, nuestra vida queda vacía” (8).
“Se apareció a su Madre Santísima. -Se apareció
a María de Magdala, que está loca de amor. -Y a Pedro y a los demás Apóstoles.
-Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué
cosas le hemos dicho!
“Que nunca muramos por el pecado, que sea
eterna nuestra resurrección espiritual. -Y (...) has besado tú las llagas de
sus pies..., y yo más atrevido -por más niño- he puesto mis labios sobre su
costado abierto” (8).
- La luz de Cristo. La Resurrección,
una fuerte llamada al apostolado.
II. Dice bellamente San León Magno (9) que
Jesús se apresuró a resucitar cuanto antes porque tenía prisa en consolar a su
Madre y a los discípulos: estuvo en el sepulcro el tiempo estrictamente
necesario para cumplirlos tres días profetizados. Resucitó al tercer día, pero
lo antes que pudo, al amanecer, cuando aún estaba oscuro (10), anticipando el
amanecer con su propia luz.
El mundo había quedado a oscuras. Sólo la
Virgen María era un faro en medio de tantas tinieblas. La Resurrección es la
gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz (11), había dicho Jesús, luz para el
mundo, para cada época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre.
Ayer noche, mientras participábamos -si nos fue
posible- en la liturgia de la Vigilia pascual, vimos cómo al principio reinaba
en el templo una oscuridad total, imagen de las tinieblas en las que se debate
la humanidad sin Cristo, sin la revelación de Dios. En un instante el
celebrante proclamó la conmovedora y feliz noticia: La luz de Cristo, que
resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu (12). Y de
la luz del cirio pascual, que simboliza a Cristo, todos los fieles recibieron
la luz: el templo quedó iluminado con la luz del cirio pascual y de todos los fieles.
Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la tierra sumida en tinieblas.
La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada
al apostolado: ser luz y llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos
a Cristo. “Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos
de Efeso (Ef 1, 10), informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar
a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia
traham ad meipsum (Jn 12, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra,
todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en
Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea,
con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación,
Primogénito y Señor de toda criatura.
“Nuestra misión de cristianos es proclamar esa
Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere
el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los
llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los
hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su
testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal.
A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas.
Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde
se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de
la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los
senderos de montaña” (13).
- Apariciones de Jesús: el
encuentro con su Madre, a quien se aparece en primer lugar. Vivir este tiempo
litúrgico muy cerca de la Virgen.
III. La Virgen, que estuvo acompañada por las
santas mujeres en las horas tremendas de la crucifixión de su Hijo, no acompañó
a éstas en el piadoso intento de terminar de embalsamar el Cuerpo muerto de
Jesús. María Magdalena y las demás mujeres que le habían seguido desde Galilea
han olvidado las palabras del Señor acerca de su Resurrección al tercer día. La
Virgen Santísima sabe que resucitará. En un clima de oración, que nosotros no
podemos describir, Ella espera a su Hijo glorificado.
“Los evangelios no nos hablan de una aparición
de Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de manera
especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia
privilegiada de su resurrección” (14). Una tradición antiquísima de la Iglesia
nos transmite que Jesús se apareció en primer lugar y a sola a su Madre. En
primer término, porque Ella es la primera y principal corredentora del género
humano, en perfecta unión con su Hijo. A solas, puesto que esta aparición tenía
una razón de ser muy diferente de las demás apariciones a las mujeres y a los
discípulos. A éstos había que reconfortarlos y ganarlos definitivamente para la
fe. La Virgen, que ya había sido constituida Madre del género humano
reconciliado con Dios, no dejó en ningún momento de estar en perfecta unión con
la Trinidad Beatísima. Toda la esperanza en la Resurrección de Jesús que
quedaba sobre la tierra se había cobijado en su corazón.
No sabemos de qué manera tuvo lugar la
aparición de Jesús a su Madre. A María Magdalena se le apareció de forma que
ella no le reconoció en un primer momento. A los dos discípulos de Emaús se les
unió como un hombre que iba de viaje. A los apóstoles reunidos en el Cenáculo
se les apareció con las puertas cerradas... A su Madre, en una intimidad que
podemos imaginar, se le mostró en tal forma que Ella conociera, en todo caso,
su estado glorioso y que ya no continuaría la misma vida de antes sobre la
tierra (15). La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa
alegría. “No sale tan hermoso el lucero de la mañana -dice fray Luis de
Granada-, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de
gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo
resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la
gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera
hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos
de dolor, verlas hechas fuentes de amor, al que vio penar entre ladrones, verle
acompañado de ángeles y santos, al que la encomendaba desde la cruz al
discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el
rostro, al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos.
Tiénele, no le deja, abrázale y pídele que no se le vaya, entonces, enmudecida
de dolor, no sabía qué decir, ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar”
(16). Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.
Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año
en esta fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la
Virgen por la Resurrección de su Hijo (17). Es lo que hacemos nosotros,
comenzando hoy a rezar el Regina Coeli, que ocupará el lugar del Angelus
durante el tiempo Pascual: Alégrate, Reina del cielo, ¡aleluya!, porque Aquel a
quien mereciste llevar dentro de ti ha resucitado, según predijo... Y le
pedimos que nosotros resucitemos en íntima unión con Jesucristo. Hagamos el
propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa María.
Antífona de entrada de la Misa. Cfr. Lc 24, 34, Cfr. Apoc 1, 6.- (2) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Santo Rosario, primer misterio glorioso.- (3) Cfr. 1 Cor 15, 14-17.- (4) Ef 2, 4-6.- (5) Cfr. Hech 1, 22, 2, 32, 3, 15, etc.- (6) Hech 1, 3.- (7) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 102.- (8) IDEM, Santo Rosario, primer misterio glorioso.- (9) SAN LEON MAGNO, Sermón 71, 2.- (10) Jn 20, 1.- (11) Jn 8, 12.- (12) MISAL ROMANO, Vigilia pascual. - (13) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 105.- (14) JUAN PABLO II, Discurso en el santuario de N0 S0 de la Alborada, Guayaquil, 31-I-1985.- (15) Cfr. F. M. WILLAM, Vida de María, Herder, Barcelona 1974, p. 330.- (16) FRAY LUIS DE GRANADA, Libro de la oración y meditación, Palabra, 20 ed., Madrid 1979, 26, 4, 16.- (17) Cfr. Fr. J. F. P., Vida y misericordia de la Santísima Virgen, según los textos de Santo Tomás de Aquino, Segovia 1935, pp. 181-182.
Aleluya. A Él la gloria y el poder
por toda la eternidad.
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