"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
VENID, VENID A MI TODOS, OS VOY A ALIVIAR
28 « Venid a mí todos
los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
29 Tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas.
30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt. 11, 28-30)
¿Quién se habría atrevido a recostarse en
el Pecho del Señor Jesús, si Él primero no nos hubiera
atraído hacia Sí?: ¡nadie! Por esto, sabiendo Jesús
que, a la hora de acercarse a Él, sentimos nuestra indignidad e
impureza, con este bagaje viene a nosotros y nos estrecha consigo. Este
abrazo se siente como perdón absoluto de todas nuestras infidelidades
y pecados. Pues, “¿quién puede perdonar pecados sino Dios?”.
Y Él es todo santidad y amor. Y, en este mar sin
fondo, nos sumerge para que experimentemos algo: ¡a lo que sabe Dios!
“Veníd a mí todos”. Y, cuando
nos atrae, nos invita a que también nosotros demos un paso de cercanía y
deseo colmado. Y ¡a todos se invita! Sobre
todo, a “los que están cargados y agobiados”. ¿Y, qué
nos carga la vida? Porque a veces, se nos
asemeja ésta a “un valle de lágrimas”, como rezamos en la
Salve. Pues, lo que tenemos que soportar sobre nuestros hombros
es: El peso de la humanidad que huye de Dios, porque no le conoce; los
pecados de uno y de cada uno, que ensucian el rostro de la Santa Madre
Iglesia que, Jesús, nos la regaló para salvarnos y no para
condenarnos; y tanta indiferencia hacia “el amor que no es
amado”.
Todo esto, y más, le duele al que se
acerca a Jesús y experimenta su humildad y su mansedumbre. Virtudes
estas, tan suaves y amorosas, que no hay nada más santo ni más
delicado que Jesús nos ha entregado al hacerse hombre. “Aprended de
Mí”, dice: porque esto no lo podéis aprender en el mundo, sino en el
ardor de mi Corazón que quema con fuego inextinguible que salta hasta la
vida eterna. Y, estas palabras tuyas, ya nos hacen
descansar, nos alivian del yugo y de la carga, ambas con
las que cargaste Tú en tu vida y en tu Pasión. Bebiste, Tú primero,
el Cáliz del dolor y como Médico todopoderoso, quitaste la aprehensión y
el temor del enfermo. Mis enfermedades sólo las puedes
curar y aliviar Tú, dándome a comer tu Cuerpo y a beber
tu Sangre. Ellos son la medicina saludable que inventó tu piedad y tu amor
por cada uno de nosotros, para curarnos y saborear la salud que eres
Tú.
¡Señor, que no temamos sumirnos en estos tus Misterios, pues sólo el amor te movía a inventar estos remedios para anular la culpa y el pecado que, tantas veces, como un yugo, nos atan al mundo y no a Ti, a tu Corazón! ¡Qué oremos con confianza amorosa cuando sintamos que el agobio nos visita y parece quitarnos el aire sano y santo de tu gracia! ¡Sin este hálito, nuestro cuerpo y espíritu desfallecen! ¡Mas, Tú, te inclinas siempre sobre nosotros ¡cuando el dolor nos oprime! ¡Pero, éste es la puerta santa de tu misericordia, de la abertura sagrada de tu Pecho que siempre está abierta para mí, pobre y humilde que ansía tu amor y tus delicadezas divinas! ¡Por favor Jesús, haz conmigo maravillas, pues sólo en Ti he puesto toda mi esperanza y consuelo! ¡Hazlo Tú y mírame, para que hagas en mí tu obra de amor, bajo tu mirada! ¡Qué así sea! ¡Amén!! ¡Amén!
No hay comentarios:
Publicar un comentario