"Ventana abierta"
El recuerdo de la madre siempre es tranquilizador, pero cuando esta Madre es María, la paz inunda nuestra alma, la sonrisa aflora a nuestros labios, la alegría penetra a nuestra vida. Piensa, pues, con frecuencia en María, tenla presente en todos los momentos de tu vida, invócala sobre todo en los tramos más difíciles y comprometidos.
SI VAS CON ELLA, NO PERDERÁS EL RUMBO
ÁNGELUS
LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA
No son muchos los cristianos que han estudiado la fe en su profundidad, la teología de la fe, y así han llegado a convencerse de que, cuando la fe es auténtica y llega a su perfección, se convierte en amor.
El que ama de veras llega a la perfección de la fe y el que cree de veras termina amando con generosidad.
Si la Virgen María fue perfecta en su fe, si fue la Virgen creyente por excelencia, se debió a que María amó con toda la fuerza de su naturaleza, con todos los latidos de su corazón.
Si no tienes suficiente espíritu de fe, Examina cómo va tu amor, y si no amas cuanto debes amar, analiza si tu fe es teologal: la fe y el amor son hermana y hermano, que siempre, van de la mano.
MADRE QUE BUSCAS NUESTRA SALVACIÓN, QUE MI FE LLEGUE A CONVERTIRSE EN AMOR, PARA QUE MI AMOR ILUMINE MI FE.
Ave María...
Gloria...
Textos tomados del Libro "Los cinco minutos de María" del Padre Alfonso Milagro.
UN MINÚTO CON MARÍA
« La Virgen María sostenía la Corona de espinas ensangrentada»
El Viernes Santo, 25 de marzo de 1921, Sor Josefa Menéndez* recibió la visita de Jesús y María, la cual relata así:
“En el Noviciado, después de terminar de barrer, subí a visitar a la Santísima Virgen. Apenas había entrado cuando llegó Nuestro Señor. Tenía las manos atadas, la cabeza coronada de espinas, el rostro manchado de sangre y golpes. Él sólo fijó su mirada en mí con gran tristeza. Luego desapareció.
Alrededor de las tres de la tarde, lo volví a ver, me mostró la Llaga de Su Costado y me dijo: "¡Mira lo que ha hecho el Amor! » « Su Llaga se abrió y continuó: “- Es por los hombres que se ha abierto... ¡es por vosotros! ...Ven... acércate... ¡y entra! »
La Madre de los Dolores confirma las gracias de este día con una de esas palabras que revelan verdaderamente su Corazón. Alrededor de las cinco de la tarde, Josefa está en el oratorio del Noviciado:
“Allí, sin decir nada, sentado a los pies de la Santísima Virgen, repasé todo lo que había visto y comprendido hoy. De repente, Ella vino: Su túnica era de color púrpura muy oscuro, al igual que Su largo velo. En sus manos sostenía la Corona de Espinas ensangrentada, me la mostró diciendo:
“En el Calvario, Jesús me dio a todos los hombres como hijos. ¡Ven, porque eres mi hija! ¿No sabéis ya lo mucho que soy vuestra Madre? » « Le pedí permiso para besar la Corona y, dándomela al mismo tiempo que ponía su mano sobre mi hombro, dijo: “¡Oh! ¡Qué recuerdo me dejó de Sí mismo al darme almas! ... »
Sor Josefa Menéndez: Extracto (págs. 139-140) de Una llamada al amor, Ediciones de l’Apostolat de la Prière, Toulouse. Reimpreso en 1972
CON MARÍA... EL VIERNES SANTO
"¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?
Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,
y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos,
poniéndote las manos encima contra toda justicia".
¿Se celebran tal vez otras bodas en Caná, y ahora te apresuras, donde cambiaste el agua en vino?
¿Puedo acompañarte, Hijo? ¿O mejor, esperarte?
Dime una palabra, Verbo, no pasar frente a mí en silencio, ¡tú que me has conservado pura, Hijo y Dios mío!
Pensé que jamás te vería reducido en este estado, Hijo,
ni jamás creería que los impíos se hubiesen dejado llevar con tanta ferocidad,
que te habrían puesto las manos en ti injustamente.
En efecto, sus pequeños siguen gritando: ¡Hosanna al hijo de David!
Bendito el que viene en el nombre del Señor!,
y el camino está todavía llena de palmas, atestiguan a todos las aclamaciones que los impíos te dirigían entonces.
¿Y ahora, cual es motivo de tanto mal? Yo quiero saber porque mi luz se apaga,
y ¡porque se clava a una cruz el Hijo y Dios mío!
Caminas, Hijo mío, hacia una injusta muerte, y nadie se duele-contigo.
No te acompaña Pedro, que también te decía: Aunque tuviera que morir contigo, no te negaría;
te ha abandonado aquel Tomás, que exclamaba: ¡Vamos también nosotros a morir con él!,
y así los demás, familiares e hijos, destinados a juzgar las doce tribus de Israel.
¿Dónde están, en esta hora? ¡De todos, nadie! Tu solamente mueres por todos, Hijo mío, tú solo.
¿Es ésta la merced tuya por haber salvado a todos, por haber amado a todos, Hijo y Dios mío.
CON MARÍA... EL VIERNES SANTO
"¿Por qué lloras, Madre mía? ¿Por qué te dejas llevar por tanta locura junto con las demás mujeres?
¿Qué yo no pueda soportar el sufrimiento, que no pueda encontrar la muerte? (...). ¿No debería padecer?
¿No debería morir? Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?". ¿Qué yo no pueda vivir en un sepulcro?
¿Pero ahora podré traer a la vida los que están en el Hades? Es verdad, tú lo sabes también, he sido crucificado injustamente.
Pero ¿por qué lloras, Madre? Grita más bien así:
«De su voluntad sufre el Hijo y Dios mío». "Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor:
no está bien que gimas, pues fuiste llamada «llena de gracia». No abandonar un semejante título a los gemidos.
No te hagas semejante a las mujeres sin inteligencia, Virgen
sapientísima.
Tú estás al centro de la sala de mis bodas, no asumir la actitud de quien se quedó afuera, el alma mustia.
Llama aquellos que están en la sala: ellos son siervos tuyos.
Llegará cada uno, temblando, y te escuchará, oh Santa, cuando dirás: «¿Dónde está el Hijo y Dios mío?».
No hagas parecer
amargo el día de la pasión, porque en ellos yo, el Suave, he bajado del cielo
como el maná: no como una vez en el Monte Sinaí, sino en tu seno.
Dentro de ello he sido coagulado, como David profetizaba: el
«monte coagulado», compréndelo, oh
Santa, soy yo, el Verbo que en ti se ha hecho carne. En esta carne yo sufro, en ella, también, yo obro la salvación.
No llores pues, Madre, grita más bien así: «De su voluntad soporta la pasión el Hijo y Dios mío». (…)
Todavía un poco de paciencia, Madre, y verás cómo me desnudaré,
y como un médico llegaré a donde ellos yacen e inspeccionaré sus heridas, cortando con la lanza las tumefacciones y las durezas.
Tomaré también el vinagre, y lo versaré en las llagas para cicatrizarlas;
y después de haber explorado el absceso haciendo sonda con los clavos, haré de mi túnica una venda.
De la Cruz haré la bolsa del médico, me serviré, Madre, para que tú puedas cantar,
convencida: «¡Con el sufrir, destruye el sufrir, el Hijo y Dios mío!»
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