"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Carta dominical del Arzobispo de Sevilla
Peregrinos y sembradores de
esperanza
Celebramos la XXIX Jornada Mundial de la Vida
Consagrada, con el lema Peregrinos y sembradores de esperanza,
acorde con el Año Jubilar. En esta Jornada anual encomendamos especialmente a
las personas que viven una especial consagración al Señor. Este año la Jornada
se centra en dos virtudes muy propias de esta vocación, que vienen a ser como
dos semillas que siembran por el mundo: la misión profética y las relaciones
nuevas.
La misión de la Iglesia es evangelizar,
anunciar a Jesucristo. El Señor Jesús, después de completar con su muerte y
resurrección los misterios de nuestra salvación, fundó su Iglesia y envió a los
Apóstoles por todo el mundo, como Él había sido enviado por el Padre (cf. Jn
20, 21). La misión de la Iglesia continúa y desarrolla a lo largo de la
historia la misión misma de Cristo, que quiere conducir a todos los hombres y
las mujeres a la fe, a la libertad y a la paz, de manera que descubran el
camino para la plena participación en el misterio de Dios. La Iglesia tiene que
seguir el mismo camino de Cristo, es decir, el camino de la pobreza, la
obediencia, el servicio y la entrega total.
La Iglesia es misionera por naturaleza, tal
como subraya el decreto Ad Gentes, del Concilio Vaticano II: “La
Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen
de la misión del Hijo y del Espíritu, según el designio de Dios Padre” (n. 2).
La evangelización es un proceso que abarca toda la realidad humana. Consiste en
llevar la buena nueva a todos los ambientes, transformar la humanidad a través
de la transformación del ser humano. Su finalidad es la conversión del hombre y
de la humanidad. Transformar por la fuerza del evangelio la -podríamos llamar-
circunstancia del hombre: criterios, valores, centros de interés, líneas de
pensamiento, fuentes de inspiración, modelos de vida, en definitiva, la cultura
del hombre. La evangelización y la implantación de la Iglesia en el mundo son
simultáneas: las dos tienden a hacer presentes la palabra y la persona de
Cristo en el mundo. “Evangelizar constituye, en efecto, el gozo y la vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii Nuntiandi n.
14).
La segunda semilla son las relaciones nuevas.
Cristo hace nuevas todas las cosas. El Año Jubilar es un tiempo de gracia para
que los miembros de la vida consagrada propicien relaciones nuevas, relaciones
generadas y regeneradas en Jesucristo. Estas relaciones nuevas son semillas de
esperanza, que tratan de alumbrar un nuevo mundo en el que cada encuentro
humano se viva como una celebración gozosa y esperanzada. La vida consagrada
debe responder al desafío de transmitir la mística de vivir juntos, de
encontrarse, de compartir, de apoyarse, de participar en proyectos comunes
haciendo realidad una verdadera experiencia de fraternidad que se percibe en
medio del pueblo como un camino compartido, una peregrinación solidaria.
Las relaciones de fraternidad y de amistad
nacen del encuentro con Jesucristo y suponen una enorme fuente de esperanza.
Los miembros de la vida consagrada han de saber dar expresión y contenido
eclesial a la experiencia de amistad fraterna, porque es imprescindible para
llevar a cabo una verdadera evangelización. La amistad vivida entre
cristianos tiene en sí misma una gran fuerza testimonial y evangelizadora. Toda
la actividad misionera de la Iglesia debe estar revestida de amistad. Salir al
encuentro, dialogar en verdad y caridad, con delicadeza y humildad, con
prudencia, compartiendo las situaciones vitales, haciéndose uno con las
personas para llevarlas hasta el Señor. Esta vivencia es un testimonio que hace
presente a Cristo en medio de las personas.
Hoy tenemos presentes en nuestra oración de
modo especial a los miembros de la Vida Consagrada, y pedimos al Señor que les
conceda ser auténticos peregrinos y sembradores de esperanza, viviendo con
pasión su misión profética y la misión de crear nuevas relaciones en Cristo.
Arzobispo de Sevilla
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